Ya había estado en la oscuridad y esta no traía nada bueno, si algo conocía de ella, es que representaba los mayores temores de la humanidad. Quizás era un terror enfundado que había pasado de generación en generación desde que los primeros humanos caminaron en la tierra, o tal vez, y solo tal vez, el temor a lo desconocido era algo intrínseco que no solo era producto de la evolución, sino de algo más. Pero creía lo primero, que todo era parte de la evolución. Todo organismo desarrollaba instintos básicos de supervivencia, como el tener que estar hidratado para una situación de peligro, el tener la vejiga y los intestinos vacíos en caso de sufrir heridas abdominales y que estas no tuviesen contacto con la orina o las heces, incluso el simple hecho de tener que salvaguardar la vida para pasar los genes a la próxima generación, avisándoles de todos los horrores que existían y así protegerlos desde antes que estos ocurrieran.
Ya ni siquiera sabía qué de todo eso era siquiera bueno pensarlo. Lo único que entendía y sabía en aquel momento era que estaba en la oscuridad, en la profunda y vacía oscuridad, pero no estaba solo y mucho menos desprotegido.
Se hallaba dentro del coche, y con él estaba la chica, ambos seguían ahí, el punto era, ¿Dónde estaban? Aunque, él sí lo sabía, ella no, pero a la vista de que no podían ver nada, era como estar a ciegas.
Recordaba con claridad cómo llegaron hasta ahí. Tomaron la calle principal luego de salir por la calle de la escuela privada Federico Froebel y giraron a mano derecha, pasando frente a Manolo Restaurant. Ya no había mucha gente ahí, salvo el guardia y algunos policías que discutían con el dueño. Todavía había energía, no fue hasta que pasaron frente a la Cooperativa Chorotega y bajaron en dirección a la Casa de la Cultura, que todo se quedó a oscuras.
Fue un apagón, uno muy parecido al que ocurrió en el desvío de Coyolito.
Y lo más curioso de todo, es que en aquel momento no solo se apagaron las cosas conectadas a la electricidad de la ciudad, sino también los automóviles, como si de alguna forma tuviesen alguna conexión con lo que sucedía a su alrededor.
—No, no, no, no… —comenzó a decir la chica a su lado.
—Silencio, silencio —le pidió Miguel tocándola en la mano para que se relajara. Y de pronto, la chica apretó su mano con fuerza.
—Tengo miedo, tengo miedo…
—Tranquila, no nos pasará nada si no salimos de aquí…
—¿Y cómo lo sabe? Ya vio lo que hicieron esas cosas.
Miguel suspiró.
—Solo hay que calmarnos, ¿De acuerdo?
Y esa era, tal vez, otra de las cosas que pertenecían a los instintos de supervivencia: guardar silencio e intentar calmarse una vez se hallaba dentro de la oscuridad.
Aunque no todo era tan oscuro, de tanto en tanto, la calle era iluminada por los relámpagos, pintando esporádicas escenas azuladas del paisaje urbano que tenían adelante. Así se dieron cuenta de que había más coches y también personas saliendo de estos, como algunas corriendo para meterse en sus casas.
—¿Por qué esas personas están saliendo de sus carros? —preguntó la joven apretando más la mano de Miguel, el chico comenzaba a sentir dolor.
—No lo sé, pero… ¿Escucha eso?
—¿Qué…? ¿Qué es eso…? —la chica se hundió más en su asiento, transmitiendo su miedo.
Y es que, en aquel momento, un lamento agudo y después grave, se extendió por todo el lugar, llamando la atención de aquellos que estaban afuera. Pronto, entre relámpagos y oscuridad, aquellas personas se detuvieron para ver a su alrededor. Miguel se quedó pegado al asiento, tratando de mantener la calma y no asustar a la señorita, aunque él era un manojo de nervios también; observándolo todo.
Luego, al lamento vino un estertor, y entonces un rugido grave, como salido de lo profundo del averno, inundó la zona.
¡AAAAAAAAH!
Un grito rompió con la poca estabilidad que había en aquel momento, y todos comenzaron a correr, pero tan pronto lo hicieron, unas criaturas tan grandes como un tigre y algunas como un elefante, saltaron sobre aquellas personas y las atacaron con las filosas garras, arañando la piel de sus victimas como si de papel se tratara, desgarrando y desparramando sus vísceras por todo el pavimento y las paredes circundantes.
Miguel sintió entonces que la chica iba a gritar, a lo que tuvo que reaccionar moviéndose con rapidez para taparle la boca con fuerza. La joven se retorció en el asiento luego de ver cómo aquellas criaturas a las que llamó demonios, se comían a las personas como si fueran animales. Sin embargo, Miguel trató por todos los medios de calmarla.
—¡Cálmese! —le dijo en un susurro, pero manteniendo la fuerza de un regaño—. ¿O quiere ser la siguiente?
La chica dejó de moverse en aquel momento, pero no dejó de ver ni por un segundo el cómo aquellas bestias disfrutaban de matar a los humanos. Sus hocicos, llenos de colmillos blancos disparejos, estaban manchados de sangre y carne que caía al suelo al no poder ser tragada de un solo. Sus ojos, de un extraño color azul brillante y llamativo, escudriñaban todo a su alrededor, y el lamento de hace un rato vino de una de esas cosas cuando, tras haberse alimentado, alzó la cabeza al cielo, y con la luz de los relámpagos bañándola, gimoteó y aulló, cómo llamando a todas las demás criaturas cercanas.
Recibió un rugido de parte de la bestia más grande que estaba a su lado, y la pequeña agachó la cabeza y siguió andando a cuatro patas por la calle, con dirección a la Casa de La Cultura, otras más caminaron por la calle principal, pasando frente al restaurante Don Paco, dejando detrás sus huellas con la viscosa y extraña esencia negra que chorreaba de sus cuerpos.
Miguel miró a la chica, esta lo observó con aquellos ojos claros detrás de las gafas, resopló agitada, pero Miguel pudo ver en sus ojos que ella no haría ningún ruido para llamar la atención.
—La voy a soltar…
Ella asintió.
Miguel apartó las manos del rostro de la chica, esta se quedó quieta, sin dejar de mirar al joven. Pronto, echó un vistazo a la calle y notó, con los relámpagos, que ya no había más criaturas en la calle, salvo los cuerpos desmembrados y devorados de la gente. Era una escena dantesca.
Enseguida, observó al chico levantarse de su asiento y pasarse al de atrás, para ver mejor lo que sucedía. Los relámpagos seguían iluminando al mundo de tanto en tanto. Ella no dejó de mirar al chico, este miró su reloj.
—Nueve y media de la noche… es temprano todavía —soltó. Ella no supo cómo reaccionar a eso.
—¿Qué está haciendo? —le preguntó.
—Bueno, en vista de que el carro no funciona y esas cosas están ahí afuera, quiero ver qué está pasando realmente.
—¿Qué acaso no lo vio…?
—Sí, lo vi, lo vimos. Pero no es eso a lo que me refiero, sino a sí hay más de esas cosas por aquí cerca, y antes de que me diga si no las vi irse, cosa que sí hice… —suspiró—. Solo quiero saber si es seguro salir.
—¡¿Salir?!
—No grite.
—Perdón… ¡¿En serio piensa salir?!
Miguel suspiró.
—No realmente… no hasta asegurarme que sea seguro.
—Pero…
—Sí, ya lo sé, sé lo que podrá pasarnos, pero… mire, llevo corriendo y huyendo de esas cosas durante una hora…
—¡Yo también!
—Lo sé, pero es que…
La chica se llevó los dedos a las sienes y se acarició la cabeza.
—Mire, joven, yo realmente no sé si usted aprecia su vida o no, pero no debería salir así por así, ya vio de lo que son capaces esas cosas, ya vio que son unos completos demonios, y lo que es peor, no hay ningún lugar en esta puta ciudad que sea seguro, ¡¿Me entendió?!
Miguel agachó la cabeza y suspiró, a ella le pareció que también sonrió.
—Entiendo su miedo, señorita, pero no podemos quedarnos aquí toda la noche, simplemente…
—¿Y a dónde piensa ir? ¿Qué piensa hacer? Dígame, para así al menos entender que hay una razón para ese suicidio, porque es eso lo que quiere hacer, suicidarse.
Miguel sonrió.
—De acuerdo, no podemos quedarnos aquí toda la noche, eso es todo, y si bien es cierto que esas criaturas no nos vieron por quedarnos quietos, tampoco tenemos seguridad de que aquí vamos a sobrevivir, por eso quiero moverme, y sí, lo sé, es estúpido que lo diga, porque afuera me arriesgo más, pero es que, simplemente quiero alejarme de aquí, quiero ir lo más lejos posible de este desastre…
—¿Y a dónde?
—Choluteca, tal vez.
—¿Choluteca? —ella lo preguntó con sarcasmo—. ¿Qué le hace pensar que Choluteca no está igual?
—Porque eso vino de Tegucigalpa, sea lo que sea que es, esas cosas o eso, vino de Tegucigalpa, y usted lo vio, entonces, si hay fuego al norte, hay que huir al sur, es… es pura lógica.
—Pura lógica dice… mierda, eso es lo que usted… ay… mire, mire, se lo diré así para que lo entienda, ¡No salga! ¿Entendido? No lo haga, porque bonito sería que solo se fuera usted y todo, pero es que, en cuanto salga y se vaya, probablemente también haga que esas cosas vengan por mí y yo no quiero arriesgarme así por así, no… y puede que usted tenga razón al decir que corrimos con suerte, pero si me quedo quieta, quizás y sobreviva la noche.
—¿Y qué va a hacer cuando tenga sed o hambre?
—Pues… pues… ¡Me duermo!
Miguel sonrió.
—En estos momentos uno no puede dormir, señorita.
—¡Ya! Entienda que no puede salir, y punto. Eso es todo.
Miguel agachó la cabeza.
—Mire, entiendo su miedo, pero tampoco nos vamos a quedar aquí toda la noche.
—¿Nos vamos?
—Sí, porque si yo me voy de aquí, usted se viene conmigo.
Ella abrió los ojos como platos al escuchar eso.
—¿Qué?
—Escuche, me salvó la vida allá atrás, y estoy en deuda con usted por eso, por lo tanto, no la voy a dejar atrás tampoco.
—Ja, escuchalo… no, joven, no. Porque si usted sale y yo voy con usted, lo más probable es que seamos la cena de esas bestias, así que deje de estar inventando cosas y… esperemos.
—¿A qué?
Y entonces la chica tuvo una idea, y aunque, consecuentemente, tenía una conclusión que no le gustaba, supuso que, si lo había pensado, es porque ese era el camino a seguir.
—A que la zona esté totalmente despejada para irnos.
Miguel frunció el ceño. Pese a estar a oscuras, la luz de los relámpagos también los iluminaba a ellos.
—¿Entonces al final la muchacha sí quiere irse?
—Mire, cállese, mejor, que no sé ni siquiera cómo estoy considerando esto, y lo que es peor, después de haber visto cómo mataban… —sintió ganas de vomitar—. Solo esperemos, ¿De acuerdo?
Miguel entendió que lo mejor a hacer era eso, de todas formas, la chica ya había accedido a salir de ahí, daba igual si lo hacían en ese momento, cinco minutos después o una hora más tarde, lo importante era esperar.
—Por cierto, mi nombre Miguel —dijo el chico, pasados unos segundos de calma, donde solo los truenos eran el único sonido en el ambiente.
—Y el mío es Regina.
Ambos, desde sus asientos, se tendieron y se estrecharon las manos.
—Un gusto, Regina.
—Realmente no —contestó ella, Miguel levantó las cejas y abrió los ojos ante eso—. Lo digo por la situación, por la… —suspiró—. Usted me entiende.
Miguel sonrió.
—Sí, la entiendo.
Regina se quitó los anteojos en aquel momento y se hizo un masaje con los dedos en el tabique, luego se volvió a poner las gafas.
La chica se acomodó mejor en su asiento para esperar. Miró al frente, no había nada, salvo lo mismo que vio antes, después miró a su izquierda. Había oscuridad, la sempiterna oscuridad, y de pronto un relámpago y el trueno posterior, y cuando todo se iluminó, vio unos ojos azules devolviéndole la mirada a través del cristal y un lamento agudo inundó el ambiente.
Autor: Danny Cruz.
Revisión: S. N.