Cuando entré a trabajar en el programa de exploración espacial, una de las primeras cosas de las que me hablaron, de las más conocidas del programa, es que conocería y trabajaría con una inteligencia artificial que era muy parecida a la de un humano.
No era algo extraño para mí. De dónde venía, mejor dicho, de donde me transfirieron, algo que estábamos desarrollando era precisamente eso, inteligencias artificiales que actuaran como los humanos. Nuestro trabajo fue basado en el de una científica, Romina Luna, la mujer que creó y programó desde cero esa IA de la que me hablaron.
Cuando pasó, cuando por fin pude tener el primer contacto con Esteban, que era el nombre de la IA, algo de lo que pude percatarme es que esta era bastante inusual y diferente del resto. Y es que, de no ser porque la interacción se llevaba a cabo a través de las computadoras y demás, habría creído que era una persona al otro lado de los monitores.
Esteban era, por así decirlo, el timonel a bordo de uno de los satélites más caros y complejos creados por el hombre. Uno que, gracias al trabajo en conjunto de científicos de varias naciones, logró diseñarse para que viajara un 20% de la velocidad de la luz, para que así pudiese alcanzar los objetos más alejados en el menor tiempo posible. Había solo otros dos objetos como este navegando allá afuera, y el más curioso resultaba ser el NAES-3 o Navegante Espacial número 3, cuyo guía era Esteban.
Mi trabajo dentro del programa era simple. Tenía que echar un vistazo y revisar todos los resultados que Esteban mandaba y luego pasarlos a los directores para que estos tomaran decisiones. De tanto en tanto, Romina Luna, la creadora de la IA, se paseaba por la sala para preguntar cómo iban las cosas y, de vez en cuando, charlar con Esteban. Y varias de esas veces, pude notar la cercanía y confianza con la que ambas personalidades interactuaban.
No era como si alguien utilizara un celular o una computadora, tampoco el GPS de su automóvil o una de estas inteligencias artificiales como las que había en los navegadores en internet. Era algo diferente, muy diferente. Y es que, desde que entraba a la sala, saludaba a Esteban como si fuese alguien presente en el lugar. Y este, ni sonso ni perezoso, respondía con euforia. Y el trato era de tú a tú. No era un usted, tampoco un vos. Podía sentirse la conexión entre ambos. Casi como si fuese la relación de una madre y su hijo.
Una vez, la NAES-3 atravesó un punto en el espacio en donde se podrían ver comprometidos todos los sistemas de no realizarse alguna operación al respecto. Recuerdo bien que ese día Romina había faltado al trabajo porque estaba libre, por lo tanto, los únicos en la sala éramos el director y yo. Hablamos con Esteban y preguntamos cuál sería la mejor opción para tomar una decisión. Comentó que tenía tres escenarios para actuar, pero que debía hacerlo rápido y que, además, necesitaba hablar con Romina.
Entre ambos le dijimos que eso era físicamente imposible, y como si se tratara de una madre que sabe que su hijo está en peligro, Romina apareció en la sala vestida con sus sandalias, un pantalón para dormir y una de estas camisas grandes que se usan solamente para estar en casa. Y en cuanto llegó, llamó a Esteban y este le contestó con efusividad, pero también con preocupación en la voz. Le explicó lo sucedido y todo lo demás, y para sorpresa nuestra, le dijo a Romina que, si aquello no salía bien, que supiera el honor que tenía de haber trabajado con y para ella.
Nos sorprendimos al ver que ella solo respondió con un “Gracias” y, acto seguido, la nave hizo los ajustes correspondientes gracias a la toma de decisiones de las cuatro personalidades presentes y así se pudo evitar que el trabajo de cientos de científicos y una inversión de millones de dólares, se echara a perder en un parpadeo. La NAES-3 sobrevivió para otro día más en el espacio, el oscuro y vacío espacio.
Pasaron tres años desde ese día. Tres años en los que compartimos momentos interesantes y memorables con Esteban y todo el equipo tras la NAES-3. Incluso llegamos a bromear diciendo que, un día, cuando su misión hubiese llegado a su fin, haríamos un funeral por Esteban, poniendo como epíteto sobre su tumba, el discurso inicial de la serie Star Trek. A Esteban le pareció divertido y llegó a decir que aprobaba dicha acción, aunque no estaría para verlo realizado. Llegó a pedirnos que, si pasaba, nos tomáramos una cerveza en su nombre, que aunque no sabía a qué sabía, recordaba que tenía un sabor inusual y que se usaba para brindar o celebrar.
Aquello me pareció de lo más extraño, porque como una IA podría recordar algo que jamás probó y en lo que jamás estuvo, sin embargo, tomando en cuenta todo lo que se hablaba en la sala, supuse que a lo mejor eso lo sacó de alguna conversación entre los otros chicos.
El tiempo fue pasando y así como nos fuimos conociendo y compartiendo momentos, también fuimos descubriendo cosas sobre el pasado de algunos compañeros de trabajo. Uno de ellos fue militar y por eso perdió la pierna, estuvo en una batalla en donde su base fue atacada y una explosión se llevó uno de sus apoyos. Otro de ellos fue chef antes de venir a trabajar con nosotros, pero descubrió su vocación una noche que tenía que arreglar una computadora y estudió y entró al programa por medio de una beca. Y luego estaba el pasado de la doctora Romina Luna.
Poco se sabía de eso, por lo que, lo que se habló ese día solo fueron rumores, mismos que salieron de conversaciones a medias que se tuvieron con ella en algún momento del trabajo. Se dijo que vivía sola en lo alto de una colina, que tenía una propiedad tan grande y con espaciosas parcelas de tierra para estar lo más lejos de sus vecinos. No tenía esposo, aunque estuvo casada, y parece que también tuvo un hijo. Lo único que sabíamos de eso es que este tuvo un accidente y murió tiempo después. La IA llevaba el nombre en honor a su hijo, Esteban.
Luego de eso, continué trabajando normal, como si nada, aunque me conmoviera el hecho de la realidad de la IA y su conexión con la doctora Romina. Hasta que un día terminé de armar el rompecabezas.
Como ocurriera la última vez hacía cuatro años, la NAES-3 volvió a atravesar uno de estos puntos donde no solo se verían comprometidos todos los sistemas o la mayoría de estos, sino la nave misma. pedimos a Esteban que nos enviara sus análisis y, como lo hiciéramos la vez anterior, llamamos a la doctora y esta llegó casi enseguida. Se hicieron los cálculos correspondientes, se evaluaron las hipótesis, todo a contra tiempo, con la grave posibilidad de que la nave se destruyera en el vacío cósmico; y entonces se tomó una decisión.
Se le pidió a esta que hiciera los ajustes, los realizó y acto seguido esperamos. La región que estaba atravesando la NAES-3 era un punto cercano a un planeta gaseoso. Ya antes lo habíamos visto, con meses de antelación. Habíamos hecho los cálculos y las estimaciones correspondientes y le pedimos a Esteban que tomara a bien lo que creyera necesario. Sin embargo, algo que no pensamos que ocurriría nunca, es que el planeta tuviese una fuerza de atracción mayor a la estimada e hiciera que la nave cayera en esa zona de la cual es difícil salir. Como si se tratara de una pelota de básquet girando en el aro.
Escapar de la fuerza de gravedad de un planeta requiere de un gran impulso. A eso se le llama velocidad de escape. Y entre más masa tiene un objeto, mayor es la velocidad de escape. La NAES-3, aunque se viese como un objeto simple, su carcaza junto a todos los instrumentos a bordo, le daban un peso bastante considerable, por lo que, necesitaría mucha energía para escapar de la gravedad de aquel planeta. Por así decirlo, necesitaría un ochenta por ciento del combustible disponible para huir de ahí, lo que pondría en riesgo muchas otras áreas de su misión a través del espacio.
Aun así, Esteban aceptó y puso en marcha el plan.
Y nosotros esperamos.
Y ocurrió lo inesperado.
Uno de los cohetes se detuvo, y después el otro, dejando solo en funcionamiento a uno de ellos. sabíamos lo que eso significaba, todos en la sala lo sabíamos, sin embargo, nos aferramos a la esperanza y pusimos en marcha un plan de emergencia, en donde ese único cohete utilizaría el combustible de los otros para poner a tope sus capacidades y salir de ahí.
Era una situación arriesgada, pero era la única que teníamos. Y tanto Esteban como Romina accedieron.
Y de esa forma, la NAES-3 batalló durante veinte minutos contra la fuerza de gravedad de aquel monstruo gaseoso y el cohete se apagó.
Todos en la sala nos miramos a los rostros y la desesperanza y la tristeza nos invadió, incluida a la doctora Romina. El director, que era un hombre de talante fuerte y decidido, determinado a no perder ante ninguna causa, por lo que puso a todos a trabajar para encontrar la manera de rescatar a la NAES-3. Por alguna razón, nadie de los presentes pensaba en Esteban, puesto que, al ser una IA, sabíamos que todo su trabajo se guardaría en una base de datos de donde se podría rescatar a la misma y ponerla a funcionar en otra nave, como una copia de seguridad.
Sin embargo, en aquel momento, una voz nos detuvo a todos.
—Deténgase, por favor.
Todos miramos la pantalla y vimos el video de cómo la nave se precipitaba hacia el planeta.
—Pero tenemos que salvar a la nave, Esteban, el trabajo de todos estos años…
—Lo sé, sé muy bien lo que está en juego, pero, en este momento ya no se puede hacer nada. Ya usamos todo lo que teníamos a la mano. Un esfuerzo más sería en vano.
—Pero…
—Lo entiendo, director, pero no se puede hacer más nada.
—De acuerdo, entonces haremos la copia de seguridad de todo tu archivo para ponerte…
—Eso no será posible —dijo la doctora Romina de pronto al director. Todos la vimos y nos preguntamos de qué hablaba o a qué se refería, y creo que el director fue la voz de todos nosotros en ese momento.
—¿Por qué lo dice? Podemos salvar el archivo.
—No, no se puede, porque no hay archivo al cual salvar.
—¿De qué está hablando?
Y en ese momento todos nos quedamos congelados.
—Lo que mi madre está queriendo decir, señor, es que no se puede hacer una copia de seguridad de mí porque eso sería técnicamente imposible.
—¿Por qué? —preguntó el director mientras mirábamos a la nave caer más y más rápido hacia el planeta.
—Porque la IA que ustedes conocen como Esteban, no es otra cosa más que la conciencia de mi hijo.
—¿Qué usted hizo qué…?
Todos guardaron silencio, excepto el director, que se hallaba ahí arriba hablando con la doctora Romina.
—Lo que viaja en este momento, en esa nave y que está a punto de ser engullido por ese gigante gaseoso, no es más que el cerebro de… —la mujer cerró los ojos y contuvo algo que estaba queriendo salir de ella—. De mi hijo.
—¿Cómo es…? ¿Cómo es que…?
La mujer abrió los ojos y suspiró, mirando la pantalla frente a ella y a todos nosotros.
—Hace mucho tiempo, después de haberme separado de mi esposo y de haberme quedado sola con mi hijo, tratamos de construir una vida y un mundo solo para nosotros. Tanto fue así que, nuestra relación fue hermosa durante todo el tiempo que él estuvo conmigo, hasta esa noche… —la mujer intentó contener el llanto—. En que, el alcohol y las malas decisiones me lo arrebataron. Sin embargo, como doctora y también como científica, vi en ello la oportunidad de hacer algo que hasta ese entonces jamás se había intentado, y supongo que, mi amor de madre me llevó al límite para cruzar la barrera de lo moral.
—¿Qué fue lo hizo, doctora?
—Esto se iba a mantener como un secreto hasta el final de la misión, pero debido a los hechos y a que no puedo hacer otra cosa más que ver como pierdo a mi hijo por segunda vez, debo contar que, accedí a desarrollar un programa que había estado en formación desde hacía muchísimo tiempo. Las IA estaban teniendo problemas en esos años, la percepción de la gente sobre estas era bastante mística y las demonizaban como a nada, por lo que, en un intento porque las aceptaran, decidimos unir la mente humana a la consciencia de las máquinas y así se formó el software que ahora viaja con la NAES-3.
—¿Y cómo es que…?
—La única forma de que esta pudiera funcionar, es que el cerebro humano, parte del proyecto también, tuviese que ir a bordo de la nave. Este sería protegido a toda costa por la radiación del universo, para que sufriera el menor daño posible y así mantener viva la misión por muchos años —la mujer suspiró—. Pero a veces pasan estas cosas y…
—Sabía el riesgo de la misión.
—Y aun así accedí a esto.
—¿Por qué?
—Para poder mantener viva la memoria de mi hijo, para poder hablar con él una vez más, para poder escucharlo, y aunque no podría tocarlo, sabría que estaría ahí, porque siempre estuvo ahí —y señaló la pantalla.
—Pero… a veces hay que dejar ir a las personas que más amamos.
—Pero yo… no puedo, no pude…
—Y tendrás que hacerlo, mamá.
Todos miramos la pantalla y comenzamos a ver como las llamas de la fricción estaban calentando la nave y a las cámaras.
—Esteban, yo no…
—Escúchame, mamá. Sé lo que pensaste esa noche, creíste que era tu culpa y no fue así. Uno tiene que ser responsable de sus actos…
—Y yo era responsable de ti, debí estar más pendiente…
—No. No, mamá. No fue tu culpa.
—Tú…
Un silencio embargó la sala y todos nos quedamos expectantes.
—Hay una arrogancia humana de que, al momento de la muerte, nosotros revivimos nuestros mayores recuerdos —dijo Esteban de pronto—. Uno hojea por el banco del recuerdo, condenado a un destino trágico y cruel. Te agradezco, mamá, que me hayas dado una segunda oportunidad para vivir y hacer algo bueno con mi vida. Les agradezco, chicos, por haber estado para mi padre y haber compartido tan hermosos momentos conmigo y con ella. La mejor parte de todo esto, es que ya estoy cerca del cielo —hubo unos cuantos que rieron entre las lágrimas—. Me habría gustado conocerlos de otra forma, en otras circunstancias. Todo tiene sus maravillas, incluso la oscuridad y el silencio… aprendí que, sea cual sea el estado en el que me encuentre, estaré contento. Gracias por todo, chicos.
Miré hacia arriba y el director abrazaba a la doctora Romina.
—¿Mamá?
—Dime, hijo.
—Te amo.
—Te amo… —respondió ella antes de romper en llanto.
Tras eso, la nave se incendió y ardió como un meteorito en el espacio, hundiéndose en la bruma de aquel gigante gaseoso, apagándose de una vez y para siempre.
Y ahora, mientras estoy aquí, frente a su tumba, tomándome esta cerveza, recuerdo cada uno de los momentos y no puedo evitar derramar unas lágrimas mientras leo el epíteto sobre el mármol.
Espacio… la última frontera. Aquí descansan los viajes del navegante espacial, Esteban. cuya misión indefinida, consistía en explorar nuevos mundos desconocidos. Descubrir nuevas formas de vida, y nuevas civilizaciones… Llegando valientemente donde ningún hombre ha ido jamás, esperando a que alguien pueda acompañarle. Gracias y hasta luego, vaquero espacial. Espero que disfrutes tu regreso a casa.
Fin.