La caja cayó a sus pies liberando una nube de polvo que lo engulló por completo. No tuvo de otra más que taparse la nariz y la boca con el cuello de su camisa y toser ahí, hasta que el polvo se esparciese. Aquello no duró más de unos segundos, pero su curiosidad aún seguía latente en su interior, y es que, llevaba días observando aquella caja sobre el armario, llevaba días devanándose los sesos preguntándose que ocultaba dentro. Por lo visto, el tiempo de espera había terminado, la caja estaba frente a él, en todo su esplendor, lista para ser explorada, pero entonces una duda lo asaltó.
¿Y si el abuelo me descubre? —se preguntó—. No, creo que lo mejor es que la devuelva a donde estaba, pero… ¿Renunciaré entonces a todos estos meses de planeación para poder ver lo que hay dentro? ¡No lo creo! Solo será un vistazo, sí, solo será un vistazo, el abuelo no se dará cuenta… —y levantó la caja del piso y se dirigió hacia la cama, sentándose en la orilla—, solo quitaré la tapa, veré lo que hay dentro y de vuelta al armario, pero ¿Y sí… me descubre? —y se quedó pensativo, sosteniendo la caja entre sus manos, mirando la tapa oscura y polvorienta—. ¡No! No lo hará, no lo hará porque no tocaré nada de lo que haya aquí, sí, no tocaré nada, pero… ¿Qué habrá adentro y… desde cuando el abuelo no toca esta caja? —se preguntó al ver la cantidad de polvo que había en la tapa—. Y, ¿Qué es eso? —se preguntó al ver unos puntos blancos sobresaliendo entre los espacios que el polvo no cubría.
Curioso, tomó la orilla de su camisa y, con cuidado, la pasó sobre la tapa, quitándole el polvo y mostrando lo que aquellos puntos blancos marcaban. No eran solo puntos, eran palabras, y estas decían:
—Crónicas Siderianas… —y el chico alzó la vista hacia la puerta.
—¡Abuelo! —reaccionó al verlo ahí.
—Hola —le contestó el señor.
—Pero, ¿Qué haces aquí?
—Eso mismo iba a preguntarte…
—Mamá me mandó a limpiar tu habitación —le contestó el joven.
—¡Vaya, vaya! ¿Acaso tu madre piensa que ya no puedo arreglármelas solo?
—No, no, es que…
—¿Tú crees que no puedo arreglármelas solo?
—Abuelo…
—¿Cuántos años crees que tengo? —y el señor caminó hacia el interior del cuarto, tomando la escoba, comenzando a barrer el polvo que la caja había soltado al caer.
—¿Casi cien…? —le preguntó el joven.
—¿Casi cien? Lo dices como si fuera un anciano, solo tengo noventa y siete.
—Eso es mucho, je, je, por eso, casi cien —le respondió el chico.
—¿Mucho?
—Sí —dijo el chico, llevándose la caja detrás de su espalda sin dejar de ver a su abuelo.
—¡Ja! Pues te sorprenderías si te digo que eso es nada.
—De acuerdo, abuelo —reaccionó el joven, bajándose de la cama y caminando lentamente hacia la puerta.
—¿Para dónde vas?
—A… a… ¡A hacer cosas! —le respondió girándose de pronto.
—¿Qué clase de cosas?
—¡Tareas!
—¿Tareas? Pero si estamos en vacaciones —le respondió el abuelo frunciendo el ceño.
—Sí, pero es que…
—No vas a ningún lado —le dijo de pronto el señor.
—¿Qué? —respondió el joven asustado.
—Que no estás saliendo de aquí —le contestó el señor.
—Pero…
—Nada, no sales y punto —el señor se dirigió a la puerta y la cerró, girándose de inmediato hacia el chico, quien se hallaba estupefacto en medio del cuarto—. Viniste aquí con un motivo y ahora lo terminarás.
—Abuelo, pero yo…
—No aceptaré excusas, enfrenta tus problemas, encara la situación.
—Abuelo…
—¿Abriste la caja?
—No —respondió el chico de inmediato.
—¿Por qué la querías ver?
—Abuelo, esto no hace…
—¿Por qué la querías ver? —le preguntó el señor nuevamente, pero esta vez de forma autoritaria.
—Este… es que… es que yo…
—¡Habla fuerte y claro, que no te entiendo!
—¡Quería ver que ocultabas ahí!
—¿Por qué?
—No lo sé…
—¿Por qué?
—No lo sé…
—¿Por qué no me preguntaste directamente? —le respondió el señor pasando junto a él directo hacia la cama.
—Pensé que no me dirías —le contestó el muchacho algo confundido.
—¿Cuántas veces te he negado algo?
—Ninguna, pero es que…
—¿Cuántas veces te he dejado de responder una pregunta, por muy irónica o estúpida que esta fuera?
—Ninguna, pero es que…
—¿Cuántas veces te he dicho que una vez que comiences algo, lo termines encarando las consecuencias?
—Muchas —le respondió el chico, agachando la cabeza.
—Bueno, levanta la cabeza y dime, ¿Cuáles son tus preguntas? —le preguntó el anciano, el chico levantó la cabeza y lo miró fijamente a los ojos.
—Este… yo… yo…
—¡No balbucees, carajo! Sé directo.
El chico suspiró algo molesto, con ganas de golpear a su abuelo, pero entendiendo el porqué de su molestia.
—¿Qué hay en la caja y cuánto tiempo lleva ahí arriba? —le preguntó el chico, aunque, si nos dejamos guiar por el miedo y la ansiedad que estaba pasando, seguramente habríamos escuchado ¿Quéhayenlacajaycuantotiempollevaahíarriba?
El abuelo suspiró tomando la caja entre sus manos, mirando con atención aquellas palabras: Crónicas Siderianas, y pensó en lo mucho que sonaba a Siberianas aquella segunda palabra. Un río de recuerdos vino a su memoria. ¿Hacía cuánto tiempo alguien no le preguntaba eso? ¿Hacía cuánto tiempo no miraba aquella caja y su contenido?
Suspiró y pensó en la cantidad de años que habían pasado desde entonces y cómo, por fin, alguien le preguntaba por ello ahora.
Dejó la caja a un lado y luego miró al chico frente a él.
—Ven aquí —le dijo indicándole el espacio vacío al lado de la caja—. Siéntate —y el chico se movió y se sentó.
—¿Cuántos años tienes?
—Quince —le respondió.
—Quince, ¡Mira qué cosas! Nueve años menos de los que yo tenía cuando pasó todo.
—¿Cuándo pasó qué? —le preguntó el chico.
—Cuando pasó lo que hay en esta caja… —le dijo el abuelo, tocando la caja con el índice de su diestra.
—¿Y qué hay en la caja? —le preguntó el chico con un poco más de confianza ahora. El anciano acercó su rostro al del chico.
—¡Un universo compartido! —le respondió con una sonrisa en sus labios.
—¿Cómo… cómo así? —y el anciano se alejó, mirando la caja otra vez, luego miró la puerta y después la ventana, estaba por anochecer.
—¿Qué tienes que hacer esta noche? —le preguntó.
—Técnicamente, nada… ¿Por qué?
—Porque esta noche, tú y yo, viajaremos hacia donde unos pocos se han atrevido a llegar.
—¿Qué?
—Esta noche, conocerás las Crónicas Siderianas…
—Pero…
—Y a un grupo de valientes jóvenes que, con su mente, llegaron a donde nadie pudo llegar —el chico abrió los ojos como platos, sorprendido.
—¿Son historias de aventuras? —le preguntó.
—Clasificarlo de ese modo hace que pierdan el encanto, la magia, no diría que son historias de aventuras…
—¿Entonces…?
—Creo que necesitaré café —dijo el anciano sosteniendo la caja entre sus manos.
—¡Abuelo!
—¡Ah! ¿Qué?
—¿Entonces, qué son las Crónicas Siderianas?
—Primero vayamos por algo de comer, tengo hambre, además necesito café, me está dando un poquito de sueño, no quiero sentirme como esa vez en donde confundí a un árbol con una persona y viceversa, además, no creo que muera esta noche, tenemos tiempo para que sepas todo lo que hay aquí —le contestó tocando la caja mientras sonreía.
—Creo que estás quedando loco…
—Espero que, al volver, despejes toda señal de cordura…
—¿Por qué? —le preguntó el chico confundido, frunciendo el ceño ante eso.
—Porque cordura es lo último que encontraremos ahí —le respondió el anciano colocando la caja sobre la cómoda—, especialmente luego de aspirar los polvos de un unicornio llamado Erny —agregó antes de salir de la habitación, mientras, en la cómoda, el chico miraba el universo compartido que les esperaba.
El muchacho se sentó en una silla frente en el porche. Desde ahí podían ver la luna y las estrellas. Hacía una noche increíble y hermosa. Su abuelo estaba sentado en otra silla con la caja a un lado.
—Escucha bien lo que te voy a decir antes de empezar —le dijo el señor luego de ver a su nieto a los ojos gracias a la luz de un foco en el techo del pasillo.
—Dime.
—La cordura no vale del todo aquí, ¿De acuerdo? Tampoco le exijas mucho a la memoria de un anciano, lo que hay aquí son historias, historias escritas por mí hace mucho tiempo, incluso antes de ser quien soy ahora…
—¿Son ficticias? —le preguntó el jovencito frunciendo el ceño. El anciano divagó un momento con su mirada.
—Eso te lo dejo a ti, sobre las dudas narrativas y demás, hablamos después, mi café está en su punto, el tuyo también, no tenemos nada mejor que hacer, así que, comencemos…
—Adelante.
Y el señor abrió la caja, mostrando varios cuadernos, diarios, objetos extraños y un brazalete dorado muy hermoso.
Lo que acaban de leer es parte de un proyecto en conjunto con varios amigos esparcidos por toda Latinoamérica. Espero les haya gustado.
Aquí dejo las redes sociales de nuestro amigo puertorriqueño, Jobath Delgado, quien nos ha hecho esa hermosa portada:
Bueno, solo dejo una. Vayan a darle me encanta a sus trabajos, es muy bueno. Después compartan esto y hagamos crecer este pequeño espacio.
Y cómo diría mi gran amigo, el vago de la esquina: «Qué la fuerza los acompañe», lo siento, el tipo sabe de cultura.