Estación de Paso (Parte I)

Escritos Propios By Ago 20, 2024 No Comments

Se detuvo un momento a orillas de la carretera.

Suspiró en cuanto la motocicleta se quedó quieta, se estiró en el asiento y segundos después se apeó. Miró las llantas, revisó el nivel del combustible y se fijó en la hora de su reloj, casi las tres de la tarde. La carretera se extendía cual serpiente negra unos 400 metros hacia adelante, curvando su recorrido ligeramente hacia la derecha. A su izquierda, el asfalto se abría de una forma más estrecha. Había un letrero en la entrada de aquel camino que decía LA LLAVE 8, indicando que un lugar llamado La Llave se hallaba a ocho kilómetros desde ese punto.

Conocía ese camino, lo había recorrido decenas de veces en su trabajo, ahora solo lo miraba como parte del pasado, pensando en que un sendero más ancho había reemplazado a ese camino tan estrecho. En sus oídos cantaba Bon Jovi Living On A Prayer, pero tuvo que detener la canción tras un bostezo y entender que le faltaban todavía unas dos horas de viaje.

Había una pequeña tienda a su lado, lugar en el que se detenía cada fin de semana para comprarse una AMP, una bebida energizante que lo mantenía despierto durante una buena parte del trayecto, y es que, sabía que no podía detenerse mucho tiempo o lo agarraría la noche en mitad del Canal Seco, el camino que estaba a punto de cruzar para llegar a su hogar temporal.

Compró la bebida, regresó a su motocicleta, hacía un calor horrible, el sol se hallaba en lo alto, donde podía verse con relativa facilidad sin causar un daño considerable a la vista, y todo gracias a las nubes de humo que se hallaban estancadas en los cielos de la nación. Suspiró luego de beberse casi la mitad de la bebida y la guardó en una de las bolsas laterales de su mochila, la que llevaba enganchada a la parrilla con cuerdas elásticas.

Pasaron diez minutos desde que se detuvo ahí, revisó su celular y vio que tenía varios mensajes, pero los más importantes eran los de su familia, quienes le deseaban un buen viaje y que Dios lo protegiera en todo momento, y los de su novia, quien le decía que ya lo extrañaba y que esperaba que regresase sano y salvo el próximo fin de semana. Les respondió y se guardó el celular en el bolsillo. Se subió a la motocicleta, sintiéndose como alguien perteneciente a alguna pandilla que se dedica a recorrer grandes distancias en vehículos de alta cilindrada; se colocó el casco y luego inició la música en sus oídos dándole dos toques seguidos a uno de sus audífonos. Tras encender la motocicleta, arrancó y atrás quedaron las huellas de las llantas en la tierra.

En sus oídos sonaba música en inglés, todas pertenecientes a bandas de rock y sus derivados de los años dos mil o dos mil diez. En ese momento, Save Me, del grupo Remy Zero, hacía su entrada, y mientras conducía, se imaginaba una historia en donde el protagonista, siendo un super héroe, hallándose en una situación en la que ponía en riesgo su vida, gritaba por ayuda, pero en sus adentros, demostrando el miedo que tenía al enfrentarse a situaciones así, obteniendo así sus fuerzas para superar los obstáculos, sin embargo, en aquel momento, ocurría lo impensable, un ser querido moría en sus brazos y ante esa situación no podía hacer nada, lo que lo obligaba a hacer eso que jamás imaginó, gritar por ayuda.

La escena lo tenía tan atrapado que ni siquiera se dio cuenta cuando pasó de largo por la Gasolinera Chevron en el Amatillo, donde hacía una de sus paradas para descansar y refrescar el motor. Para cuando lo supo, ya tenía diez minutos de andar por la carretera. Suspiró y se dijo que se detendría en la siguiente parada, esperando que eso no le afectara a su espalda.

Y mientras se abría paso en aquel asfalto casi perfecto, bordeado por maleza verde que comenzaba a crecer y cerros que recién recuperaban sus colores hermosos; pensaba en que, quizás, una de las pocas cosas buenas que tenía su trabajo era eso, vistas hermosas y paisajes casi salidos de películas, porque si había algo que admitir, es que el Canal Seco se parecía bastante a esas carreteras de las películas norteamericanas, donde sus protagonistas atravesaban valles y montañas, ríos en incluso zonas áridas, eran como lugares casi de ensueño. Pensaba que quizás así se sintió Jack Kerouac al cruzar la famosa Ruta 66 allá por los años cuarenta, cuando ideó escribir una historia casi tan mítica como dicho camino.

En sus oídos escuchaba Life is a Highway, de Rascal Flatts, y por un momento vivió el sueño y dejó de pensar que se dirigía a su trabajo y se imaginó como un viajero más, uno que recorre las carreteras del mundo para conocer al mundo. Por un momento se sintió bien viajando a cien kilómetros por hora, imaginando que lo esperaría una playa, un sendero montañoso o quizás una cena en algún pueblo mágico. Sin duda era una buena manera de mantener la mente ocupada mientras atravesaba los valles y las montañas de la nación. Solo esperaba hacerlo así algún día, como un verdadero trotamundos.

Cuando se percató, ya había pasado por Caridad y estaba subiendo las curvas hasta el desvío de San Antonio del Norte y Mercedes de Oriente. Sentía una pequeña molestia en las nalgas debido a llevar sentado un largo rato, se le había dormido el meñique de la mano derecha y le dolía un poco la espalda. Trató de estirarse un poco, sabía que le faltaba poco menos de media hora para llegar a Dos Caminos, donde se relajaría un rato antes de emprender de nuevo la marcha, solo tenía que ser paciente y soportar el trayecto.

De pronto, en sus oídos comenzó a sonar una canción muy reconocida por la gente desde hacía unas décadas, una que hablaba de un hotel a orillas de la carretera en mitad de la noche, en el que sus viajeros se quedaban y, con el pasar de las horas, se volvía un lugar perturbador y terrorífico del que no podían salir. La canción era Hotel California, de The Eagles. Se preguntó si realmente la canción trataba sobre una leyenda urbana o de un hotel verdadero, o quizás tenía un trasfondo más oscuro, como pensaban muchísimas personas. Trató de imaginarse cómo sería para un viajero cansado el que, de pronto, convenientemente, se encuentre un lugar cálido en el cual descansar, a mitad de camino, pero que, luego, resulte ser algo de pesadilla, casi salido de una historia de terror sobre las carreteras, sin embargo, los autores de la canción le quitaban el misticismo al decir que en realidad tenía que ver con la inocencia y el estilo de vida, algo no tan turbio como las historias paranormales sobre los caminos.

Y ese pensamiento lo llevó a cuestionarse por qué en las carreteras abundaban tantos eventos paranormales, luego recordó las palabras de su padre acerca de las energías y de que, al haber sido lugares por los cuales transitaban muchas personas y al haber tantos accidentes ahí, probablemente eso hacía que quedara demasiada energía residual de estas personas y su única manera de manifestarse fuese esa, mediante la repetición de lo último que hicieron en vida, siendo ánimas que vagan por los caminos, asustando a los vivos. Aunque también pensó en las palabras de su mejor amigo, quien le comentó que esos eran demonios aprovechándose de esas energías para vagar por la tierra, llevándose a los impíos, aunque eso último lo decía más como una verdad a medias, sobre todo por los hombres a los que se les aparecían fantasmas de mujeres caminando por senderos solitarios.

Él, por su parte, y guiado tal vez por lo que vio en alguna película o serie, pensaba que ellos, los fantasmas de estas personas, no sabían que ya no pertenecían a este mundo y solo repetían sus acciones y cada que miraban a un ser vivo, se les acercaban para pedirles ayuda, pero al tener una energía tan débil, terminaban desapareciendo y asustando al otro, causándoles la muerte. Aunque, mientras todo eso pasaba por su mente, esperaba que nada de aquello sucediera en aquel momento. Nunca había visto nada en la carretera, por eso viajaba de día, y esperaba no encontrarse con nada por ahí, ni siquiera lo que le pudieran hacer los vivos.

De pronto sintió el cansancio en su cuerpo y comenzó a sentir la vista cansada, cerrando poco a poco los ojos, producto del sueño que le producía la vibración de la motocicleta y la monotonía del viaje y sus pensamientos. Meneó varias veces la cabeza para desperezarse y recobrar el sentido, pero pronto volvía a pasar por lo mismo. Miró la hora en su reloj y faltaba una hora para las cinco de la tarde, y le hacía falta un buen tramo del Canal Seco todavía, pero sabía que lo atravesaría antes de esa hora, no quería que la noche cayera sobre él y él sin salir de esa carretera todavía.

Pero la cosa se puso tensa cuando cabeceó y se despertó casi pegando en una valla en una curva, misma que trataba de proteger que las personas no se salieran del camino y cayeran por un barranco. Se detuvo un momento y se quitó el casco para darse unas pequeñas cachetadas, no lograba despertarse del todo. Miró el lugar y se preguntó dónde estaba, no recordaba para nada ese tramo del Canal Seco. Era una curva en una pendiente que se abría paso entre dos paredes, comprendiendo que esa parte de ahí atravesaba una zona de la montaña, pero no lograba recordar en qué parte de la carretera se encontraba. Trató de estirarse en el asiento sin bajarse de este y le atribuyó el desconocimiento y la confusión al sueño. Bebió un poco más de su bebida y arrancó cuando estuvo listo.

Trató de pensar en el último punto conocido por el que pasó, siendo Caridad el recuerdo que viniera a su mente. Entonces, siendo así, se encontraba en algún punto entre Caridad y San Antonio del Norte, pero no lograba ubicarse bien en aquel lugar. No entendía por qué, pero en cierto sentido, le parecía que aquel lugar no era el mismo porque el que acostumbraba a pasar cada fin de semana cuando volvía de su casa al lugar que habitaba toda la semana cuando trabajaba. Era como si fuese un camino diferente, pero con la esencia del mismo que atravesaba siempre.

Siguió avanzando hasta descender por una pendiente y pasar de largo un desvío, le parecía que eso sí lo conocía, y en ese momento sintió una punzada en la espalda, se estiró y luego se recostó un poco sobre el tanque, necesitaba parar para descansar, pero debía hacerlo enseguida, pero no podía detenerse en ningún lugar de ahí. Tras tantos viajes en solitario por la zona, había comprendido y concluido que había varios tramos en los que era la única persona en kilómetros, y eso era malo para cualquiera, le sería difícil pedir ayuda en caso de necesitarlo, por eso aprovechaba a unirse a la marcha de otros automóviles para no quedarse solo en el asfalto.

Sin embargo, ahí, en mitad de la nada, detenerse no era una opción, pero visto lo visto que ni siquiera podía distinguir donde se encontraba, no sabía cuánto le faltaba para el próximo punto de descanso o estación de paso.

Fue así que, guiado por el dolor en el cuerpo y la desesperación que comenzaba a crecer en su interior, tuvo que acelerar un poco más para poder llegar a un sitio reconocible. Ya no escuchaba la música en sus oídos, ya ni siquiera recordaba en qué momento se había parado la música, lo que lo llevó a preguntarse por qué se había detenido. Podía haber dos razones, la primera es que él hubiese parado todo al tocar accidentalmente los audífonos con el casco, cosa comprensible, pero que nunca le había pasado, y la segunda es que se hubiese ido la señal, y puesto que desde hacía mucho solo escuchaba música en stream, dependía bastante de la buena señal, pero hasta donde sabía, en aquellos lugares nunca hubo mala señal como para que se detuviera lo que viniera escuchando, cosa que lo llevó de nuevo a la primera opción.

Razonando, tocó dos veces los audífonos y aguardó un momento, sin embargo, la música no sonó de nuevo. Repitió el proceso una vez más y no funcionó. Aquello comenzaba a parecerle muy extraño, al punto que ya hasta estaba perdiendo el sueño. Trató de no pensar mucho en ello y decidió continuar sin más, pronto llegaría a un lugar en el cual pudiese detenerse, siempre había pequeños puestos de venta a orillas del camino donde pudiera hacerlo, ya fuera para comprar algo o para descansar, y él necesitaba lo segundo.

Giró en varias curvas, descendió y subió varias pendientes, pero en ningún momento vio algún automóvil o motocicleta rodar por ahí. Intentó distraer su mente para no pensar en cosas que le quitaran la paz, ya todo estaba demasiado raro de por sí como para que perdiera la calma por cosas que ni al caso. Fue cuando comenzó a cantar algunas canciones que se sabía, mientras pensaba en su familia y en lo que estos podrían estar haciendo, pensó en su novia y en lo mucho que le gustaría estar entre sus brazos y también pensó en su ciudad natal y en lo mucho que deseaba estar recorriendo sus calles, a pesar del calor.

Poco a poco, fue distrayéndose de lo que pasaba y al olvidar lo sucedido, el camino le pareció conocido entonces, aunque no lograba identificarlo del todo, pero sabía que se encontraba cerca de su próxima parada. Ya faltaba poco. Y entonces la vio, y pese a que agradeció encontrarla, le pareció muy extraño que hubiese una estación de paso, o como se le conocía en el país, una gasolinera en pleno Canal Seco, donde no había ninguna, o al menos, no recordaba que hubiese una y mucho menos sabía si esta se hubiese construido en menos de una semana o unos pocos días.

Frunció el ceño y se preguntó si debía detenerse ahí, pero el dolor punzante en la columna y en las piernas lo acusó de pronto y no le quedó más remedio que detenerse, mirando las dos bombas dispensadoras de combustible y el pequeño supermercado en el cual se hallaban dos automóviles estacionados, ambos con un aspecto clásico y muy bien cuidados, vehículos del siglo pasado y muchas décadas de recorrido, autos de colección.

Miró la hora, apenas eran las cuatro y quince de la tarde, todavía tenía tiempo y quizás unos quince minutos de descanso le vendrían bien para continuar el camino. Como pudo, se estacionó frente al supermercado, aprovechando la sombra del techo que protegía a las bombas de combustible y se apeó, quitándose el casco enseguida para luego tronarse la espalda y estirar las piernas y soltar un pequeño quejido propio de los que llevan largas horas en una misma posición.

Y entonces notó más detalles sobre aquella gasolinera.

Se hallaba en una curva cerrada, en un espacio rellenado al borde de un barranco, más allá solo estaba el vacío donde había cerros y más árboles abajo. Del lado de la carretera, no había más que un espacio donde poder entrar y cargar combustible, y en una de las bombas se hallaba un señor de no más de cuarenta años, trigueño y con una gorra para cubrirse del sol, llevaba un uniforme negro algo peculiar, aunque poco práctico, puesto en que se exponía al sol y ese color solo causaba más calor. Más allá de eso, la gasolinera tenía un aspecto normal, común, pero la pregunta seguía estando en el aire: ¿Cuándo se construyó? Porque no la recordaba para nada, y más si tomaba en cuenta que estuvo ahí el fin de semana pasado y jamás la vio, además, las dispensadoras tenían un estilo algo interesante, parecían del siglo pasado, pequeñas y solo con dos mangueras, una de cada lado. Eran de color rojo con blanco y tenían el antiguo logo de la TEXACO estampado al centro de las mismas.

Aquello le pareció más que curioso, iba a acercarse a preguntarle algo al bombero, pero su estómago rugió en ese momento y vio el supermercado, quizás lo mejor era comprarse un refresco y continuar con su travesía un poco más despierto, a lo mejor el sueño lo tenía delirando un poco.

Pero tan pronto puso un pie en el interior del establecimiento, la confusión lo invadió por completo. Y es que aquello no era para nada algo que esperase de un lugar así, ni siquiera se acercaba a los lugares que ya había visitado.

En primer lugar, en los altavoces sonaba Self Control, de Laura Branigan, que no era más que pequeñas bocinas en las esquinas del local, conectadas por cables que recorrían la pared hasta una consola central que se hallaba justo detrás del dependiente en la caja registradora. Y este no era más que un muchacho que rondaba la veintena de años, de cabello corto y vistiendo una camisa de botones de color negro, así como la del señor en la gasolinera. Dio unos cuantos pasos para no llamar la atención y se topó con más detalles.

Los estantes, pintados de color blanco, tenían productos que no reconocía de nada, y si lo hacía, eran las versiones viejas de las marcas, como esa botella de Coca Cola que en algún lugar distinguió como el envase de la compañía desde los sesenta hasta los noventa. Por un momento se preguntó si aquel lugar no era algo temático, como una atracción, con eso de que en Honduras estaban apareciendo negocios de todo tipo, probablemente existía uno así de esas características, que recordara o se asemejara a las gasolineras de entonces. Pero la pregunta principal seguía viniendo a su mente, ¿Cómo y cuándo construyeron ese local ahí?

La música cambió y siguieron sonando más canciones de los años ochenta. Pensó que, quizás, todo era producto del sueño y debía salir de ahí o entonces comenzaría a creer cosas que tal vez no estaban pasando. Rápidamente tomó una botella de Coca Cola y unas Pringles, aunque eran muy diferentes a las que había consumido desde hacía tiempo. El envase era el mismo, pero el estampado era distinto, incluso el muñeco, era como una versión vieja de la marca. Meneó la cabeza para despejar las ideas raras y se acercó a la caja registradora.

El muchacho lo observó y le sonrió.

—Buenas tardes, joven —dijo el muchacho.

—Buenas tardes —respondió él.

No dijeron más, el muchacho se limitó a tomar sus cosas y a registrar las ventas, en esos segundos, el joven se preguntó si, así como todo ahí tenía un aspecto de unas décadas atrás, ¿También lo serían los precios? Aunque no recordaba haber visto algo referente a los precios en las estanterías. Solo esperaba que, así como no pasaba en la mayoría de los comercios así en donde intentan venderle al público la experiencia, los precios de los productos no fuesen descarados.

Sin embargo, se sorprendió al ver que, en realidad, tenían el precio normal de los productos actuales. Eso lo llevó a emitir un suspiro de alivio, al final no era más que un establecimiento cualquiera con pinta de los años ochenta. Pagó sus cosas, las tomó y se retiró de ahí, pasando junto a los que, pensó, eran los dueños de los vehículos en el exterior.

Destapó el envase y abrió las botanas, comenzando a comer en ese momento, luego caminó hasta su motocicleta y se sentó en esta para comer tranquilo. Y mientras observaba la carretera, se preguntó qué estaría haciendo su novia y cómo la estaba pasando su familia, hacía unas horas que no los miraba, pero ya los extrañaba, y lo hacía con fuerza porque faltaban dos semanas para volverlos a ver. En aquel momento soltó un bufido en alusión a su trabajo, aunque tenía un objetivo en mente que lo llevaba a soportar aquello, algo por lo cual luchar.

Sacó su teléfono para ver si ya tenía señal, pero esta seguía muerta. Quizás era el calor, porque hasta donde sabía, ahí no fallaba la señal por problemas de red en sí, pero qué podía saber él, un simple contador graduado apenas como licenciado de la universidad. Bostezó y se quedó observando la carretera, en ese momento vio pasar a varios motociclistas, eran cinco en total, todos en vehículos de alta cilindrada y de estilo chopper. Sonrió para sí mismo “En algún momento tendré una igual” pensó al recordar su objetivo principal, su razón de seguir luchando y hacer aquel sacrificio.

De pronto, uno de los motociclistas lo miró y el chico juró que lo vio fruncir el ceño y hacerle una especie de señal, para luego continuar sin más, como si hubiese visto algo que le llamara la atención y lo hiciera cuestionarse sobre lo que miraba. El hombre llevaba una bandana de color morado y un tatuaje en el brazo ASCE, con la S tachada con una X. Reconoció el tatuaje, pero el hombre pasó sin pena ni gloria. El chico lo dejó pasar y siguió comiéndose las botanas, en ese momento, se acercó el bombero y lo saludó cordialmente.

—Buenas tardes, joven.

—Buenas tardes, señor —contestó luego de tragarse un bocado.

—¿Va a cargar gasolina? —preguntó el señor con una voz amable, pero bien audible.

—No, de momento no, muchas gracias.

—Descuide, pero siempre es bueno preguntar, muchas veces me gusta que los conductores corroboren, no porque quiera que carguen combustible, cosa que me beneficia, sino para que así vayan seguros de que llevan lo suficiente para seguir rodando.

El joven sonrió con esa respuesta.

—Entiendo.

—Tal vez debería revisar si tiene suficiente gasolina —dijo con tranquilidad. El chico lo miró a los ojos, era un hombre muy amable, en cierta forma, le recordaba a Morgan Freeman como Red en Sueños de Fuga.

—De acuerdo —contestó el muchacho.

Abrió el tanque de la motocicleta y vio que tenía suficiente para ir y volver hasta ese punto.

—Pues… tengo el suficiente.

—De acuerdo, joven, eso es bueno. ¿Y desde dónde viene? —el señor tenía ganas de charlar. Por su parte, el joven no parecía deseoso de comenzar una conversación, pero el señor le parecía alguien amable y simpático, probablemente podría hacer la excepción.

—Vengo de San Lorenzo —contestó con una sonrisa.

—Oh, San Lorenzo… es un bonito lugar junto al mar. Tiene sus buenas cosas, ¿Sigue estando la bodega de madera junto al muelle? —preguntó con sinceridad genuina.

El joven frunció el ceño ante eso, porque no recordaba tal cosa, según recordaba él, junto al muelle estaba la Empacadora San Lorenzo, del Grupo Granjas Marinas, ahí no había ninguna bodega de madera, y si era estricto en toda la palabra, lo que estaba junto al muelle verdaderamente era SEPOSA, no existía tal cosa como la que preguntaba el señor.

—No, señor, ahí hay una empacadora, no hay ninguna bodega de madera.

—Comprendo, sí, es que ha pasado un tiempo desde que estuve allá.

—¿Un tiempo? —y a su mente trajo recuerdos de charlas pasadas que tuvo con muchas personas que vivieron desde hacía muchísimo tiempo en San Lorenzo, y en algún momento alguien le contó que hubo antes una bodega de madera, misma que era traída en balsas a través de los canales que había en el manglar. Pero de eso hacía muchísimo tiempo—. ¿Hace cuánto estuvo allá?

—Hace unos años, pero quizás no sea tan memorable eso, ha llovido mucho desde entonces y he estado en muchísimos lugares.

—¿En serio? ¿Cómo en cuáles?

—Pues… he vagado por aquí y por allá, desde Puerto Cortés, hasta San Lorenzo, desde occidente hasta el oriente, me he adentrado en la selva y he vagado por ahí a través de los caminos, he conocido gente de todo tipo y con ambiciones muy curiosas, bastante curiosas, muchacho.

—¿En serio? ¿Cómo así?

—¿Nunca te has encontrado con personas que tienen aspiraciones y sueños bastante curiosos?

—Pues… —el muchacho negó con la cabeza—. Hasta donde sé, solo he conocido gente que se quiere ir de este país para tener mejores oportunidades.

—Sí, algo normal.

—¿Y cuáles son esos sueños curiosos que usted ha escuchado?

—Nada de lo que alarmarse, solo gente que pretende hacerse con mucho dinero, mucho poder y mucho de todo, te sorprendería la cantidad de personas que quieren tener plétoras y plétoras de todo, muchacho, a mares de todo.

El chico frunció el ceño y después alzó una ceja, confundido.

—¿En serio ha conocido gente así?

—Sí, son el tipo de personas que más me encuentro. Esos y aquellos que no aprecian mucho la vida, que andan un poquito descarriados del buen camino.

El muchacho comenzó a sentir algo extraño en su interior, pero luego de ver al señor, pensó que quizás era cansancio.

—Pues… qué personalidades más curiosas las que ha conocido, señor, yo realmente solo me he topado con gente que solo quiere mejorar su calidad de vida, no es ni siquiera que desean mucha plata, ellos solo quieren estabilidad económica y tener lo propio y no estar pensando que deben trabajarle a otro o aguantar a otro tonto solo por unos míseros pesos. Es… es la mayoría de la gente en el país.

—Sí, sí, sé de esas personas, pero no he tenido la suerte de toparme con ellos.

—Bueno, está hablando con uno de tantos…

—¿Uno de tantos? ¿En serio eres uno de tantos?

El chico frunció el ceño con esa pregunta.

—Si, uno de tantos que sueña con cumplir lo que quiere.

—¿Y qué quiere el señor…?

Y en vista de que aquello era un poco extraño, se inventó un nombre.

—Jeffry…

—¿Y qué quiere Jeffry de esta vida?

—Pues… solo cumplir lo que quiero. Tener un hogar, formar una familia, ayudar a mis padres, a los padres de ella, en cierta forma, ser de utilidad para la gente que amo.

—Ser de utilidad… ¿Y no hay algo más que quisiera Jeffry de la vida?

—Realmente no.

—¿Ni aun si le ofrecieran una buena suma de dinero para cumplir esos sueños?

Jeffry frunció el ceño al escuchar aquello, había algo en su pecho que lo hacía sentirse extraño, como una punzada que recorría todo su cuerpo, pero no veía nada malo en aquel lugar, salvo las preguntas del señor.

—Pues… no, realmente no, porque el dinero que llega en grandes cantidades y fácilmente, nunca viene solo, siempre trae algo malo consigo.

—Interesante deducción.

—Sí.

—¿Entonces el joven Jeffry no estaría dispuesto a ceder un poco con tal de alcanzar sus sueños por el camino difícil?

—No —dijo sintiéndose raro esta vez—. Y eso no está a discusión.

—Curioso, muy curioso.

—Sí… ¿Cómo dijo que se llamaba?

—Ah, eso no importa, joven, en este mundo me han llamado de muchas maneras, como le dije, he andado por todos lados, y está bien, mejor así…

Jeffry sintió una corazonada bastante fuerte en ese momento.

—Creo que es hora de irme.

—Tenga cuidado, joven, el camino tiene muchas irregularidades, así como peligros.

—En el nombre de Dios que todo salga bien.

El hombre no dijo nada ante eso, solo se limitó a sonreír.

Jeffry subió a su motocicleta, se colocó los audífonos de nuevo y cuando estuvo todo listo, arrancó, saliendo rápidamente de ahí, mirando por el retrovisor la gasolinera. Esta continuaba ahí y no dejó de verla hasta que giró en una curva y esta se perdió en las montañas.

Condujo tranquilo por la carretera hasta que las curvas y tramos derechos comenzaron a tener sentido, sintiéndose más familiarizado con el entorno, como si, de pronto, empezara a saber dónde se encontraba. Bajó varias curvas y subió otras más, deleitándose con el paisaje y las montañas que se extendían a lo lejos. Comenzaba a ver más automóviles y personas, de pronto, llegó a un área en donde el camino desembocaba en una especie de planicie, solo para después elevarse y continuar por otras curvas más, mismas que llegaban hasta unos letreros a orillas del camino que decían que había un comedor más adelante.

Y así era, justo adelante, en la cima, se hallaba un espacio donde varios camiones estaban estacionados, había una llantera, un taller y dos comedores, uno a cada lado de la calle, el de la derecha, justo en el carril donde iba, llevaba por nombre COMEDOR DYLAN, y lo conocía perfectamente, porque ahí, después de un largo viaje, es donde se detenía a descansar un momento. Y aunque se había tomado su tiempo para relajarse en aquella gasolinera, de pronto se sentía cansado, como si tal descanso no hubiese existido. Trató de no pensar en ello y entró en el terreno.

Era un solar baldío, de varias decenas de metros de largo y ancho, excavado en la montaña, puesto que había todavía una parte de la loma que tuvieron que destruir para hacer ese espacio ahí. Jeffry condujo hasta el final del terreno y estacionó la motocicleta junto a un cerco de alambre de púas. La dejó en neutral, sin apagarla, y se apeó de esta. No había nadie más con él ahí, era el momento perfecto para orinar.

Hizo lo suyo y volvió a la motocicleta, y justo cuando estaba por sentarse a leer un poco, un grupo de cinco motociclistas se detuvo en el lugar, un poco más retirados de él. Usaban vehículos de alta cilindrada y llevaban chaquetas de cuero oscuro y tenían una insignia en la espalda, encima de la chaqueta, al parecer pertenecían a un grupo de moteros, o ese grupo eran ellos. Y, de pronto, uno de ellos le pareció conocido, aunque no recordaba de dónde.

Se quedó mirándolo un momento. Los muchachos se decían cosas y parecía un tema gracioso, porque se reían entre ellos, pero aquella persona en particular le llamaba bastante la atención. Sentía que lo conocía de algún lugar, aunque no recordaba de dónde. Inspeccionó con disimulo su vestuario, para saber si con eso lo identificaba de algún lugar. Pantalones vaqueros azules, botas negras, chaqueta de cuero negro, brazos al descubierto y una bandana morada en la cabeza.

“Pues, todo parece bien, no veo nada de malo, solo es… ¡Una bandana morada en la cabeza!” pensó sorprendido al recordarlo. Rápidamente buscó con su visión en el brazo del muchacho y ahí estaba, el tatuaje ASCE, con la X sobre la S; justo en el brazo derecho. Agachó la mirada y se quedó pensativo, ¿Qué debía hacer? ¿Debía ir y hablarles? Aunque, ¿Por qué les hablaría en primer lugar? Si solamente fue un vistazo en la carretera, pero es que, no fue cualquier vistazo, fue uno que ocurrió cuando se hallaba en esa gasolinera extraña, en compañía de ese señor extraño.

¿Y si iba y les preguntaba? No, mejor no, mejor dejarlo así, a lo mejor todo era producto de su imaginación, lo mejor era quedarse con ello y continuar tranquilamente, como con muchas de las cosas que le ocurrían en la vida y en la carretera. Trató de calmarse y quedarse en su sitio, miró la hora y vio que todavía no se acabaría la luz de día, sin embargo, no le gustaba desperdiciar mucho el tiempo, ya que, entre más temprano salía del Canal Seco, más posibilidades tenía de ser rescatado en caso de que le sucediera algo.

Y es que, desde hacía mucho tiempo, a pesar de viajar muchísimas veces por ahí; había escuchado que el Canal Seco era una carretera bastante especial, en comparación con el resto de caminos del país. Ya que, desde su fundación hasta los lugares por los que pasaba, estaban llenos de misterios y cosas turbias, cosas que iban desde asaltos y matanzas, hasta cuestiones del tercer tipo. Por ello prefería muchas veces viajar de día, y de noche, solo si iba en carro y viajaba muy acompañado, de al menos unas diez personas más. No es que fuese miedoso, pero tampoco le gustaba tentar a la suerte.

Se sentó en la motocicleta y sacó su celular para leer un poco, algo diferente a la experiencia que acababa de tener. En cuanto entró a la aplicación de lectura, se abrió el último libro que estaba leyendo, El Señor de Los Anillos, justo en el momento en el que Frodo fue raptado por los tumularios.

Comenzó leyendo desde el último punto e intentó seguir a partir de ahí, pero cada que lo hacía, no lograba entender nada de lo que leía, era como si solo pasara por las palabras y estas se disiparan como gotas de jabón en una piscina, imperceptibles. Realizó aquella acción unas diez veces, hasta que se rindió y guardó el celular, miró la hora una vez más y cuando se percató que ya habían pasado quince minutos, sopesó que lo mejor era continuar, pero cuando se estaba subiendo a la motocicleta y alistándose con todo para arrancar de una vez, una mano en el hombro lo detuvo por completo.

Jeffry giró con agilidad y vio que se trataba del motociclista de la bandana morada.

—¿Sí? —preguntó confundido.

—¿Qué onda? ¿Ya te vas?

—Sí… ¿Por qué? —no entendía por qué le estaba hablando, aunque ahora que el muchacho estaba ahí, quizás podía aprovechar el momento.

—¿Vos sos el muchacho que vi en la carretera?

Y aunque entendía a qué se refería, no sabía si responder con sinceridad a lo primero o solo actuar como si no sabía y después lo recordaba.

—Pues… no sé si ya nos vimos antes, pero sí, me parece que ya nos vimos.

—¿En serio? Es que… se me hace que te vi hace poco.

—¿De veras? Pues… me parece que también te vi hace poco, la carretera es ancha, probablemente nos vimos por ahí.

—¿Vos creés? Es que… no lo sé, se me hace que…

—Ese tatuaje es por One Piece, ¿Verdad? —preguntó sin saber por qué, dejándose llevar por la conversación. El hombre frunció el ceño, como si no entendiera la pregunta, y después de unos segundos, cayó en la cuenta de lo que había escuchado.

—Sí, es por One Piece, je, je, ¿Lo has visto?

—Sí, ese tatuaje es el que tiene Ace.

—Es correcto. Buen personaje, lástima que fue un tonto al final.

—Solamente un poco, pero sí, es un buen personaje, su vestuario siempre me ha gustado, calza bastante con lo de ser un explorador y aventurero, algo que va a la perfección con lo de ser pirata.

—Eso es cierto, Ace es más como lo somos nosotros, los motociclistas. Va de ahí para allá disfrutando de la vida, sin molestar a nadie, a menos que alguien se meta con él.

—Lo normal, supongo je, je.

—Cierto, cierto… pero… si bien la charla es buena, no fue por eso que te hablé.

—Dime, ¿Por qué fue?

—Es que… creo que saber dónde te vi.

—¿Dónde? —Jeffry notó en ese momento que el muchacho cambiaba el semblante y tomaba uno diferente, como si aquello le causara una sensación extraña que no pudiera describir.

—¿Vos eras el que estaba en aquella curva de tierra?

Y con eso, Jeffry se dio cuenta que ya era hora de acabar con la confusión.

—¿En la gasolinera? —preguntó tranquilo.

—¿Gasolinera? No, era una curva de tierra sin nada más ahí, solo había tierra ahí.

Y ahora era el turno de Jeffry de ponerse nervioso y confundido.

—¿Qué?

—Sí… más bien por eso venía a hablarte, porque quería preguntarte qué hacías ahí.

—¿Cómo? Pero si donde me viste fue en una gasolinera, no nos hemos visto en ningún otro lugar.

—No, no… ¿No? No, te vi en un campo de tierra, ahí no había ninguna gasolinera, es más, hasta te vi con unas piedras en las manos.

—¿Qué?

—Sí, tenías unas piedras en las manos, al principio, cuando te vi, pensé que ibas hacer algo con ellas, por eso cuando me viste puse cara como de: “¿Qué pedo con este man?” Pero después de un rato, la cosa se puso más rara, porque entonces te vi haciendo como que te estabas comiendo la piedra.

—¿Qué?

—Man, no te miento, es en serio, hace rato te vi allá atrás, antes de San Antonio del Norte y estabas con unas piedras en las manos, y hacías como si estabas comiendo de una de ellas y la otra parecía una lata de fresco.

—No, no, no, no, déjate de pajas, chele, eso no puede ser.

—Loco, es en serio, te lo juro, es malo jurar, pero te lo juro, hermano, ¿En qué me beneficia mentirte si ni siquiera te conozco? Solo quería saber por qué estabas haciendo eso, porque no tenés la pinta de un loquito de la calle.

—Es que yo… man, no podés decir eso, te juro que ahí había una gasolinera, es más, es más… ¡Había un viejito conmigo! Era un señor trigueño, se parecía a Morgan Freeman, bien simpático… era la persona que estaba a mi lado cuando me viste.

En ese momento, el motociclista frunció el ceño y se dio cuenta de que Jeffry hablaba con total sinceridad.

—¿En serio me estás diciendo eso?

—Es que… era una gasolinera, loco, no… no me podés decir eso.

—Pero es que…

—¡Si querés vamos a verla!

—¿Qué? —reaccionó el motero confundido.

—Sí, para que veás que lo que te digo es cierto, era una gasolinera, en serio lo era.

El muchacho dio un paso atrás y soltó una sonrisa nerviosa.

—Creo que deberíamos dejar el tema hasta ahí, amigo, sí, tenés razón, estabas en una gasolinera, tranquilo, yo solo te estaba molestando —soltó el muchacho antes de apartarse del todo.

Jeffry miró aquello y no supo cómo sentirse. ¿En serio había pasado tal cosa? ¿En serio él había hecho eso en vez de estar en esa gasolinera? Y de ser así, ¿Qué demonios era esa gasolinera? Se cubrió la cara y trató de respirar con calma, de pronto, su corazón se aceleró y las manos le temblaron, sintió un fuerte escalofrío en el cuerpo que lo hizo temblar y hasta sintió frío. Su respiración se entrecortó y tuvo pequeños momentos en donde se quedó sin aire, pero recuperó la calma y se apeó de la motocicleta, caminando con rapidez hacia el cerco, desde donde podía ver los cerros que se hallaban a decenas de kilómetros de ahí.

Se agachó, agarrándose de un poste y soltó y aspiró aire con fuerza. Estaba teniendo un ataque de pánico y necesitaba calmarse. Tenía que hacerlo, no podía ser cierto todo lo que le decía ese muchacho, porque estuvo ahí, vio la gasolinera, entró y compró algo y comió de ahí, pudo sentirlo en su estómago e incluso tuvo una conversación con ese señor extraño. No podía ser posible que todo fuera parte de una alucinación, ¿Y cómo podía tener una alucinación así, para empezar? No era posible, no podía serlo, no conocía siquiera de alguien que hubiese experimentado eso siquiera.

Miró al grupo de motociclistas y estos lo miraban de vuelta, pero notó que tenían una expresión de confusión y sorpresa, como si no entendieran lo que pasaba, incluso sentía que lo miraban como a un loco. No quiso seguir más ahí y soportar más eso, ya tendría un momento para pensarlo mejor. Como pudo y tratando de estar en calma, subió a su motocicleta, se acomodó todo en un santiamén y arrancó con rapidez, dejando una estela de humo y las huellas de las llantas en la tierra.

Continuará…

Autor: Danny J. Cruz

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