La criatura comenzó a olfatear el ambiente, Regina se mantuvo quieta, observando sus gestos. La bestia pareció verla a través del cristal, pero ella no movió ningún pelo, incluso hasta contuvo la respiración. Aquella silueta negra con solo sus ojos como punto de referencia, movió todo su cuerpo sin quitar la cabeza de la ventana, incluso Regina observó por el rabillo del ojo cómo parte de sus extremidades largas y palpitantes, subieron levemente sobre el capó y movieron con ligereza el automóvil.
Pasaron varios segundos, mismos que parecieron horas desde que Regina vio a aquella cosa mover las extremidades, como si se tratara de sombras, alrededor de la puerta para luego tomar al automóvil desde ahí.
—Regina…
La chica no dijo nada.
—Regina…
Pero ella no dijo nada, su vista estaba puesta en los ojos de la criatura, por alguna extraña razón no podía dejar de verlos, eran hipnotizantes, como si algo dentro de ellos se mostrara ante ella y entrara por los suyos para relajar su cuerpo, aunque todas las alertas estuviesen disparadas en su cabeza, gritándole una sola cosa.
—Regina…
La chica seguía en silencio, expectante.
—¡Regina! —gritó Miguel.
—¿Ah? —reaccionó ella, volviendo en sí, y cuando se dio cuenta de dónde estaba, notando a la criatura delante de ella, abrió los ojos como platos y contuvo la respiración.
—¡CORRA!
Fue todo lo que escuchó antes de que la bestia arremetiera con fuerza contra el vehículo, levantando las llantas del lado izquierdo para casi volcarlo. El vehículo cayó de nuevo en sus cuatro ruedas, sacudiéndose de un lado a otro con violencia.
La chica volvió en sí con rapidez, mirando cómo la criatura intentaba arremeter contra ellos de nuevo, y antes de que sucediera, Miguel la tomó y con fuerza, la sacó del auto. Cuando cayeron al pavimento, ambos vieron al carro volar por los aires para caer en una de las paredes de la Cooperativa Chorotega, destruyéndola.
Sin pensarlo y sin perder el tiempo, ambos se pusieron de pie y arrancaron rumbo al estadio, por una calle que se hallaba entre la Comercial El Centro y una tienda de Claro. Un rugido potente y que retumbó en todo el lugar se escuchó detrás de ellos y Miguel solo reaccionó mandando a la chica delante de él, gritándole que corriera.
Ambos jóvenes utilizaron todas sus fuerzas, mientras detrás escuchaban el peso de las zancadas de aquella criatura, el piso bajo sus pies temblaba, pero ninguno de los dos se giró para ver qué tan cerca estaba, porque ambos sabían que, de hacerlo, morirían. Al llegar a la siguiente cuadra, giraron a la izquierda y siguieron en la entrada a la derecha del triángulo donde funcionaba la Farmacia San Lorenzo. En cuestión de segundos, ambos llegaron al óvalo del León y el Águila, frente a la Sastrería Ventura, y se perfilaron hacia la izquierda, rumbo a la carretera. Ninguno supo cómo carajos llegaron hasta la esquina entre la parte trasera de la Comercial Victoria y el frente de una casa de dos plantas, lo único que sabían es que detrás de ellos aquella bestia y otras más, iban en pos de ellos, arremetiendo con todo lo que se encontraban por delante. Y es que, aquellas calles que antes estuvieran vacías por ser de noche, ahora estaban atestadas de carros y cuerpos inertes y desmembrados.
Pronto y tras un vistazo, Miguel tomó a la chica del brazo y la hizo correr con dirección a la Posta de la Policía Nacional.
La noche era oscura, siendo iluminada apenas por los relámpagos. Una lechuza fue la testigo de cómo aquellos chicos se abrieron camino entre vehículos y muertos intentando sobrevivir. Estaban a mitad de calle cuando un rugido resonó en sus tímpanos. Ambos se taparon los oídos y casi trastabillaron, pero la persistencia de Miguel y su instinto de supervivencia pudo más con la situación y se mantuvo en pie, ayudando a Regina para no dejarla atrás.
Pero tan pronto arrancaron de nuevo, ambos cubriéndose los oídos, vieron cómo algunas de esas bestias salían de las casas a orillas de la calle. En aquel momento ninguno de los dos pensó nada, solo actuaron por instinto.
Saltaron sobre un vehículo y se deslizaron bajo un camión y cuando estuvieron a punto de llegar a la intersección frente a la Posta Policial, una bestia se paró frente a ellos.
Tenía el tamaño de un toro, enorme y moloso. Aquellos ojos los miraron de nuevo, pero esta vez iban de un lado para otro, Miguel notó enseguida que la chica estaba cayendo de nuevo bajo aquel efecto y la tomó del brazo, para que esta le quitara los ojos de encima. El monstruo bufó con fuerza y un extraño vapor oscuro resopló en la calle. Miguel miró detrás y había cinco criaturas más rodeándolos.
La chica temblaba y él también. Estaban perdidos, y lo que era peor, no cumplió con lo que dijo, de mantenerla a salvo para pagar su deuda. El joven, creyendo que aquello tendría algún valor, se paró entre la chica y el monstruo del tamaño de un toro y juró que aquella bestia sonrió, aunque solo lo vio bufar otra vez.
Tragó en seco.
Esperó.
Y la bestia los atacó.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Pronto una ráfaga de balas cayó sobre las criaturas. Miguel abrió los ojos y vio a los policías salir de la posta para salvarlos. Enseguida, entre gritos, rugidos y disparos, ambos chicos corrieron hasta los policías y militares para resguardarse tras ellos, fijándose en cómo estos acababan con esas bestias y en cómo lo habían hecho con otros más, y es que, aquella calle, estaba llena de decenas de cuerpos de aquellas bestias.
Una mujer les gritó que entraran y mientras sus compañeros les cubrían la retaguardia, los chicos se escabulleron al interior.
—¡Están a salvo! Repito, están a salvo —dijo la mujer por radio. Pronto los policías y militares afuera aseguraron la zona y entraron sin dejar rastro afuera, montando guardia desde el interior, donde tenían una pila de escritorios y cajas cubriendo ventanas y puertas.
Algunos de los oficiales se miraron entre ellos y se revisaron que no tuviesen rasguños o algo parecido, los demás se aseguraron de las balas restantes en sus cartuchos y otros solo volvieron al interior de la posta, a quien sabe dónde. La policía, una mujer de estatura media, cabello amarrado en un moño y de piel canela, los iluminó a ambos con una linterna, inspeccionándolos de arriba abajo.
Otro oficial se acercó y la ayudó, tocándolos en las piernas, echando vistazos con sumo cuidado en las rasgaduras de la ropa y también en los brazos de ambos jóvenes.
—¿Por qué hacen eso? —preguntó Miguel.
—Vimos a varios convertirse en esas cosas con solo un rasguño.
—¿Qué? —contestó Regina.
—Sí —dijo la policía—. Así como lo escuchan, por eso los estamos revisando bien, no queremos que pase algo malo aquí.
—Pero… prácticamente han llamado la atención de esas cosas —dijo el chico señalando la puerta y las armas de los demás policías.
—Sí, pero… es lo que nos queda, defendernos —respondió la mujer alzando una ceja—. ¿De dónde vienen?
—Del centro, por la Cooperativa Chorotega.
—Uf, estaban larguito —le contestó la policía a Miguel.
—Sí… —el chico sentía como su corazón latía con fuerza, aun cuando todo estaba “bajo control”. Su respiración, un poco más controlado, hacía que le doliera el pecho y sintiera una extraña sensación de sensibilidad en la mandíbula.
—¿Y desde ahí vienen corriendo? —preguntó la oficial a Regina, la chica vio el apellido Fuentes en la viñeta de la camisa.
—Sí —respondió Regina.
—Pero su novio es valiente, le valió madre ponerse entre usted y ese monstruo.
Regina sonrió, Miguel dejó salir un bufido parecido a una sonrisa. Fuentes frunció el ceño.
—¿Qué pasa?
—Es que… él no es mi novio.
—Oh, lo siento.
—No, no se preocupe, realmente… no importa —contestó Regina.
—Disculpen, igual. ¿Quieren agua?
—Si, por favor —respondieron al unísono.
—Vengan conmigo.
Pronto, ambos chicos fueron tras la oficial Fuentes, quien los llevó al interior de la estación y les dio algo de agua de un oasis en unos vasos. Los jóvenes bebieron con alivio, sintiéndose dichosos y agradecidos de aquella bendición. Una vez estuvieron más tranquilos e hidratados, ambos alzaron la vista y notaron algo curioso. La estación estaba llena de oficiales y militares, pero también de civiles.
—¿Y esto? —preguntó Miguel.
—Son los que hemos salvado —contestó Fuentes.
—¿Entonces han salvado a más gente?
—Sí, aunque son muy pocos…
En ese momento, el chico sintió curiosidad por saber qué era lo que estaba pasando, y es que, después de todo, la policía y los militares fueron los que estuvieron en primera fila cuando ocurrió el desastre.
—¿Qué es lo que está pasando, señorita? —preguntó el muchacho mirando a Fuentes a los ojos. Aunque las luces del lugar no funcionaban, muchos oficiales llevaban sus linternas encendidas, de esa forma podían ver en la oscuridad del lugar.
Fuentes miró en derredor, como intentando que nadie estuviese escuchando aquella conversación, o quizás no alertar a nadie de ello.
—Sinceramente, no lo sabemos.
—¿No lo saben? —preguntó Regina.
—Así como lo oye, no tenemos idea de lo que pasó. Todo comenzó con una llamada de auxilio por un accidente en la carretera, fuimos y ahí sucedió el desastre, bueno, algunos compañeros fueron y ahí se toparon con esas cosas —dijo señalando en dirección a la calle.
—¿Y qué son esas cosas?
—No tenemos ni idea, solo sabemos que antes fueron humanos.
—Hey, es cierto, usted dijo que vieron a gente convertirse con solo un rasguño, ¿Cómo es eso? —preguntó Miguel. Fuentes le indicó que bajara un poco la voz. De pronto, la oficial, que no rebasaban la media de los veinte años, se mostró abierta con aquel tema.
—Mire, joven, sinceramente no sabemos mucho de lo que está pasando, solo sabemos que estamos bajo ataque y que esas cosas son nuestro enemigo en este momento. Ahora bien, esas cosas no vinieron de la nada, antes fueron personas, y eso lo sabemos porque algunos de nuestros compañeros se transformaron una vez que esas criaturas los aruñaron, o eso fue lo que vieron otros compañeros, yo, sinceramente, no he visto tal cosa, pero a todos los que estamos salvando, nos han pedido que los revisemos de pies a cabeza.
—Mierda… —soltó Miguel sorprendido.
—Sí, en eso estamos, y la tenemos hasta el cuello —dijo la oficial.
Miguel se mantuvo callado un momento, Regina también, y notó que la chica se mantenía muy cerca de él, casi tocando su mano.
—¿Y todo San Lorenzo está igual?
—Pues… no sabemos hasta qué punto, pero creemos que sí.
—¿Hay más policías allá afuera? —preguntó Miguel, eran quien hablaba.
—Sí, lamentablemente.
—¿Por qué?
—Algunos se han escondido en casas de civiles, manteniéndolos a salvo, pero también luchando contra esas cosas.
Miguel suspiró, no sabía qué decir al respecto.
—¿Y cómo saben de ellos? —preguntó al retomar de nuevo la palabra.
—Nos estamos comunicando por radio con ellos, creo que es la única forma de hacerlo, es lo único que funciona en este momento. Las redes están muertas, el teléfono fijo igual. Por alguna razón, solo podemos hablar con los nuestros dentro de la ciudad, fuera de ella no sabemos cómo está la cosa.
—¿Qué hay de la salida hacia Choluteca?
—¿Salida a Choluteca? ¿Por qué pregunta eso, joven?
El chico miró a Regina, esta negó con la cabeza, y aunque estaban a salvo y entendía bien que se salvaron por los pelos, la mirada de la chica le dijo todo lo necesario sin siquiera hablarlo verbalmente.
—Solo curiosidad, no sé… quería saber si hay salida de la ciudad.
Fuentes sonrió.
—Pues… tenemos, bueno, teníamos unidades ahí.
—¿Qué pasó? —Miguel frunció el ceño al escuchar eso.
—Creo que murieron, porque no volvimos a tener contacto con ellos.
—Lo lamento mucho —dijo Regina agachando la mirada.
—No, no se preocupe —Fuentes se encogió de hombros, aunque en su rostro denotaba tristeza.
—¿Y cómo saben de la situación de todo San Lorenzo?
Fuentes miró a su alrededor, la charla seguía siendo, al parecer, privada.
—Pues… lo intuimos, no lo sabemos. Si se fija bien, no hay siquiera reflejos de luces en las nubes, todo está a oscuras, y hemos escuchado gritos y esos rugidos por todo el lugar desde que comenzó esto. Nuestros compañeros por radio solo nos comentan lo que está pasando en los barrios en los que están. Tenemos a unos en el Alto Verde, otros están dispersos a orillas de la carretera, hay oficiales en la Buena Vista, también unos cuantos en el Buenos Aires y la mayoría está aquí.
—¿Y el batallón? —preguntó Miguel.
—Perdimos comunicación con ellos por radio, no sabemos si es porque la señal no llega hasta allá o hay alguna interferencia o… no sé, simplemente no lo sé.
Miguel frunció el ceño y agachó la mirada.
—¿Y qué hay de la gente en sus casas?
Fuentes sonrió con sarcasmo.
—A duras penas han sobrevivido nuestros compañeros, no tengo idea de si la gente sigue con vida. No lo sé, joven, todo está jodido, estamos totalmente jodidos…
La chica pareció quebrarse y tanto Miguel como Regina intentaron calmarla, pero antes de que ellos la tocaran, ella se recompuso y se volvió accesible de nuevo.
—Traten de quedarse aquí, ¿De acuerdo? Aunque, si desearan salir, no los dejaríamos, no está permitido dejar andar a nadie en las calles, nadie, persona salvada es persona que se queda aquí.
—Pero…
—Es todo lo que le digo. En una hora, más o menos, un oficial va a revisarlos mejor, también se les dará algo de comer, por si no lo han hecho. Mis compañeros y yo tomaremos guardia y trataremos de mantenerlos a salvo…
—Eso me genera un poco de dudas… —dijo Miguel.
—Tenemos municiones suficientes.
Miguel y Regina sonrieron con la respuesta de la oficial.
—Solo traten de estar tranquilos, ya están a salvo. Ahora, si me lo permiten, debo volver al frente.
—Gracias, Fuentes.
—De nada…
—Miguel —contestó el joven estrechando su mano.
—Regina —dijo la chica haciendo lo mismo.
Después de eso, Fuentes se retiró y los dejó solos.
Ambos chicos se sentaron en el suelo y suspiraron. Al menos estaban a salvo, y lo que era mejor, rodeados de personas que sí sabían qué hacer en una situación como aquella.
—Entonces todo San Lorenzo está así… —dijo Regina.
—Sí, todo…
Ambos guardaron silencio.
—Por cierto —susurró Miguel—. ¿De dónde venía usted y para donde iba?
Regina sonrió.
—Casualmente venía del centro, aunque soy de Choluteca, iba para Pespire a una reunión con unas amigas.
—Parece que llegará tarde —contestó el joven. Regina sonrió.
—Sí… gracias.
—¿Por qué?
—Por salvarme. Estamos a mano.
—Estamos amor pagado —soltó el muchacho con una sonrisa.
Hubo otro silencio.
—Me pregunto qué habrá sido de los demás.
—¿Los demás quiénes?
—Las demás personas ahí afuera.
Regina suspiró.
—Yo espero que no estén teniendo problemas.
Y tras eso, al otro lado de la ciudad y cruzando la carretera, a pocos metros de la rotonda con salida a Choluteca, en una casa, todo mundo guardaba silencio. Al parecer, algo estaba caminando sobre la casa. Y lo que era peor, aquello no estaba solo.
Autor: Danny Cruz.
Revisión: E. N.