—Rosa, haceme un favor, por nada del mundo te vayás a arriesgar con esa niña, por favor, por favor te lo pido.
—¿Por qué me dice eso?
El cocinero miró a su alrededor y notó que había mucha gente intentando correr a sus casas.
—Tengo un presentimiento con todo lo que está pasando, vos sabés que yo soy bien pelaverguista, y lo que pase en el mundo me importa tres hectáreas de ya sabés qué… pero lo que está pasando esta noche, esto no es para bromear, Rosa, y si podés irte con tu esposo y tu niña lejos de aquí, hacelo.
Rosa se sorprendió de la forma en la que le hablaba el cocinero en aquel momento. Muy pocas veces era tan serio en sus palabras, aunque quizás aquella no era la forma adecuada para hablar. Muchas veces actuaba cómo él lo decía, como si el mundo le importara un comino, pero en aquel momento, el cocinero no se veía tan distante de la realidad.
—Pero… solo tenemos una moto, no creo que sea conveniente que nos vayamos así.
—Mirá muchacha, ustedes están cerca de la carretera, si podés, decile a Marcos que agarren lo poco, lo necesario, y se van de aquí lo más pronto posible.
—Pero…
—¡Haceme caso, mujer!
Rosa se asustó ante eso. En ese momento, la puerta de su casa se abrió. Rosa vivía en la calle junto a la Iglesia Bautista Esmirna. No era realmente su casa, alquilaban ahí con su esposo. Y este salió a recibirla en cuanto escuchó la motocicleta afuera.
—Bueno, haceme caso y no lo pensés mucho, mujer, este mundo se está yendo a la mierda, y no hay peor ciego que el que no quiere verlo. Yo ya me voy a la chingada de aquí. Buenas noches —en ese momento miró al esposo de Rosa—. ¡Cheque, varón!
—Cheque —contestó el muchacho y enseguida vio como el señor se alejó por la calle en su motocicleta.
Rosa caminó hasta él para entrar a la casa.
—Rosa, ¿Qué está pasando allá afuera? —preguntó su esposo tan pronto su mujer subió la acera y cerró la puerta.
Y como si con eso le dieran rienda suelta a su imaginación, pronto vinieron a su mente todas las imágenes y momentos tensos que vivió en el restaurante. Más cuando llegó la policía luego de ver por Facebook el desastre que estaba ocurriendo en la salida de la ciudad hacia Tegucigalpa.
—¿Viste las noticias? —le contestó Rosa a su marido.
—¿Quién no las vio? Yo creo que deberíamos hacer caso a la policía y…
—Tal vez deberíamos irnos —repuso Rosa enseguida.
—¿Qué?
—Qué creo que deberíamos irnos.
—Rosa, pero la niña está dormida y… no la podemos arriesgar a salir así, le puede hacer daño, además, no sabemos qué está pasando en verdad allá afuera…
—Y no quiero quedarme para averiguarlo. Mirá, Marcos, yo creo que… lo mejor será que nos vayamos de aquí ya —la mujer comenzó a menear la cabeza al tiempo que caminaba por la sala—. Y yo sé que vas a pensar que estoy loca, que a lo mejor solo estoy preocupada por todo lo que vi allá afuera, pero es que… vos no sabés cómo nos llegaron a sacar, la manera en cómo lo hicieron fue tipo “Busquen el refugio más cercano y quédense ahí o se van a morir”.
—Y eso es lo que deberíamos hacer, ¿Para qué irnos?
—No lo sé, ¿Para sobrevivir?
—¿Sobrevivir? ¿De qué estás hablando?
La mujer se cubrió el rostro con sus manos y se sentó en el sofá.
—¡No lo sé, amor! No lo sé. Yo… —suspiró—. Solo vámonos de aquí, amor, por favor, por favor, por favor… vámonos de aquí. Preparemos algo rápido y nos vamos de aquí.
—Mi vida… —el muchacho se sentó junto a ella y la rodeó con el brazo—. Entiendo bien que te sintás así, pero… ¿Qué vamos a hacer allá afuera? Ya viste lo que recomendó la policía, incluso se los dijeron a ustedes allá, ¿Por qué vamos a hacer algo diferente?
Y en eso la chica recordó lo que el cocinero le dijo.
—Porque tal vez este mundo se está yendo a la mierda y nadie quiere verlo —respondió sin más.
Marcos se retiró un poco en el sofá, luego entendió que su esposa estaba nerviosa y que lo mejor era simplemente apoyar de alguna forma, no llevar la contraria y mucho menos discutir en una situación así.
—De acuerdo, preparemos una maleta y nos vamos.
—Bien —contestó la mujer con una sonrisa.
En ese momento, la chica se puso de pie y fue hacer la maleta que su esposo le había pedido, él, por su parte, fue a revisar la moto y a prepararla. Sabía que aquello duraría solo una noche, de todas formas, era viernes y al día siguiente no trabajaría. A donde sea que fuera, podían estar bien, además, si la policía estaba actuando, sabía que ellos controlarían todo.
Sin embargo, muchas veces los pensamientos no se llevan bien con la realidad, era más, nunca concordaban, y en aquel momento lo descubrió.
Terminó de revisar la motocicleta, dejando la llave en el llavín. Estaba lista para usarse. De un momento a otro, todo se quedó a oscuras.
—¡Marcos! —gritó su esposa desde el cuarto.
—¿Rosa?
¡GROAAAAAAAR!
—¡MARCOS!
Un estruendo hizo temblar la casa y el hombre tuvo que correr siguiendo el grito de su esposa hasta su habitación, y en cuanto entró, se quedó congelado ante la visión que tenía frente a él.
Del techo, una cabeza con una docena de ojos en forma de hendiduras y con una extraña luz azul emanando de ellos, miraba a su esposa. La criatura, de color negro, tenía extremidades largas y delgadas y chorreaba de todo su cuerpo un extraño líquido negro parecido al aceite o al alquitrán. Se sostenía sobre sus patas delanteras, y desde arriba, observaba con firmeza a su esposa. No sabía qué hacer, cómo reaccionar, y es que, si bien su mujer estaba en peligro, debajo de la criatura, en la cama, estaba su hija dormida.
No entendió siquiera cómo aquel caos no la despertó, pero agradeció que no lo hiciera.
Sin embargo, dudó mucho que aquello se mantuviera.
Un ronroneo, parecido a un estertor, se escuchó por el lugar. La criatura no dejaba de ver a su esposa. Se mantenía fija, mirándola con aquella docena de ojos en hendidura, parecidos a los de un gato, pero horizontales y con un extraño brillo azul saliendo de ellos.
La mujer intentó dar un paso atrás, y la criatura se movió ligeramente hacia ella, como intentando bajar. Para ella era lo más espantoso que había visto en su vida. Era grande, completamente oscura, más que la noche que la rodeaba y su manera de moverse y respirar era tan terrorífica que apenas y podía mantenerse en pie de solo verla. Pero por ningún punto quería que se fijara en su hija ni en su esposo.
Y mientras la miraba a los ojos, sentía piquetes extraños en su existencia, bajo su piel, en su nuca, en el interior de su boca, en su garganta. Pero intentó no reaccionar ante eso, se mantuvo en calma, impávida, aunque podía ver cómo aquella bestia movía poco a poco sus extremidades para acercarse a ella, mientras su cabeza la mantenía fija en el espacio.
Hasta que, con una señal leve, pero clara, le indicó a su esposo que actuara en cuanto ella se moviera. No había luz de ningún tipo en aquel momento, salvo la de los relámpagos sobre la ciudad y la que emanaba de aquellos perturbadores ojos.
Y entonces Rosa corrió, y tan pronto lo hizo, su esposo tomó a la niña en cuanto la criatura pasó sobre ella y fue tras su esposa. Rosa pasó de la habitación en la que estaban a la siguiente, la cual tenía una puerta que daba al patio. Casi brincó hasta esta y la abrió de golpe. Aquí, la chica tuvo que correr por el patio en línea recta, con aquella bestia yendo tras ella, retumbando sus pisadas y gruñendo y rugiendo.
Usando la luz del cielo y la que provenía de la vista de aquella criatura, la chica rodeó un árbol y volvió a la casa, aunque esta vez no hacia la puerta por la que salió, sino a la que estaba a la par de esta, misma que daba a la sala.
Dándolo todo en aquel momento y tomando fuerzas de las energías que ya no tenía, casi saltó para llegar a la puerta, acto que provocó que se deslizara y trastabillara, entrando por el portal casi pegando de frente en el suelo. En aquel momento pudo girarse y ver cómo aquella bestia alzaba una de sus extremidades para asestarle un golpe mortal, mismo que fue detenido por la pared y la puerta. Marcos apareció en aquel momento para cerrarla.
—¡Vámonos, vámonos, vámonos! —gritó el joven cargando a su niña en uno de estos arneses para cargar a los niños en el pecho.
Como pudo y mientras escuchaban los crujidos de la pared provocados por los golpes de aquella criatura en el patio; la chica se puso de pie y ayudó a su esposo a preparar la motocicleta para irse de ahí. Por suerte Marcos la había dejado en la sala, pero tenían que darse prisa o en aquel momento serían comida de esa cosa.
Rosa saltó a la moto, este ya tenía abierta la puerta de la sala hacia la calle, y esperó a que arrancase. El rugido de la bestia resonaba en su espalda. No lo gritaba, pero ansiaba que su esposo avanzara de inmediato. Y justo cuando pensó que la motocicleta no encendería, esta dio señales de vida.
—Agarrate bien —le dijo Marcos y esperando a que ella lo rodeara con sus brazos por la cintura, arrancó.
El farol de la motocicleta iluminó la sala y luego la calle, y para sorpresa de ambos, afuera había decenas de esas cosas esperándolos. Y casi sin pensarlo, el hombre saltó a toda velocidad con la motocicleta, donde en un movimiento como si se tratara de una película, maniobró con el vehículo y en medio del llanto de su hija, los gritos de su esposa, los gritos de la gente en la colonia a oscuras, los disparos y las sirenas de policía y los rugidos de aquellos demonios, aceleró y huyó de ahí lo más rápido que pudo, poniendo distancia entre ellos y esas criaturas.
Lo que no esperaba, es que la colonia estuviese llena de esas bestias. Y es que tan pronto la luz iluminó la calle y vio que estaban a orillas del camino, frente a las puertas de las casas y sobre los tejados, supo que el peligro era mayor de lo que pensó.
Llegó hasta la esquina y quiso girar a la derecha para salir hacia la carretera y desde ahí abrirse paso hasta Choluteca, aunque fuese en contravía, pero hubo un problema, la calle estaba cerrada, algunos automóviles y varias decenas de cuerpos desmembrados, cerraban la calle hasta la carretera. Por ahí no había paso, definitivamente, y solo le quedaba una opción, continuar derecho y ver hasta donde podría llegar.
Y todo eso lo pensó en milésimas de segundo, y es que, por los retrovisores vio como aquellas criaturas intentaban ponerle las garras encima.
Continuó por la calle pavimentada, saltando sobre dos túmulos a los cuales no podía pasar con cuidado. Giró a mano derecha y después a mano izquierda, por una calle de tierra, junto a un cerco de malla galvanizada que servía de perímetro para el que fuera en años anteriores, el terreno de la fábrica La Blanquita.
Siguió a toda marcha por la calle de tierra, viendo a menos criaturas, pero notando que tenía unas cuantas detrás de él. Giró a mano derecha, por otra calle de tierra, misma que lo conduciría hasta el camino que se abría paso hasta la carretera con salida a Choluteca, pasando frente a la escuela ICAR.
Y lo estaba consiguiendo. Estaba a punto de lograrlo. Pasó la calle de tierra y subió al pavimento. Y aquí las cosas se pusieron realmente mal. Una piedra en el camino hizo que la llanta delantera se levantara unos centímetros del piso y, al caer, perdiera el control de la motocicleta.
Tanto él como su esposa rodaron por el pavimento, él tratando de proteger a su hija, quien lloraba por encima de todo el accidente y el caos. Las criaturas estaban muy cerca de ellos, y a pesar de la caída, Marcos se recompuso enseguida y trató de ayudar a su esposa a ponerse de pie.
Con rapidez, la llevó a ella y a su hija hasta una casa cercana, una parecida a una caja de zapatos, por cerrada y cuadrada. Con fuerza y desesperación, tocaron y golpearon el portón, gritando que les abrieran, que, si había alguien ahí, les abrieran y que les ayudaran. Quería sobrevivir, quería que su hija y su esposa vivieran, no quería morir ahí. No podía hacerlo de esa manera.
En ese momento, tanto él como su esposa, con la luz de la motocicleta que apenas iluminaba el ambiente, vieron como aquellas criaturas estaban tan cerca que en cualquier momento podían atraparlos, y justo cuando estas estaban por ponerles las garras encima, cerraron los ojos.
Continuará…
Autor: Danny Cruz
Revisión: S. N.