El soldado se quedó de pie, viendo el rayo tocando los cielos para dañar a la bestia que flotaba sobre las nubes. Los tentáculos se agitaron con violencia y gritos ensordecedores, así como sonidos de trompetas y demás instrumentos de viento, llegaron a la tierra y apagaron las llamas. Rugidos y aullidos se elevaron por los aires, pero los lamentos de la criatura en los cielos fueron más tormentosos e hicieron que un silencio sepulcral gobernara las tinieblas en la tierra, dejando que solo el rayo produjera luz y fuese el único sonido en todo el lugar.
Cuando este se apagó, la oscuridad gobernó en el mundo y después los rayos en los cielos fueron los primeros en volver a iluminarlo todo, solo que ya no eran rojos ni azules, pero otra cosa más pasaba ahí arriba, y pese a tener contacto con cosas así todos los días, el soldado tuvo que restregarse los ojos para comprobar lo que miraba, y es que, contra todo pronóstico, los tentáculos en los cielos desaparecieron.
Giró en todas las direcciones, queriendo encontrar a la bestia por algún lugar, pero no estaba, como si jamás hubiese estado ahí. Sorprendido, bajó la mirada a la tierra, hacia el lugar donde vio a la figura de negro y que lanzó el rayo, y ésta ya no estaba, había desaparecido.
Con miedo, levantó el arma y apuntó a la carretera, esperando a que aquella figura saliera de cualquier lugar. Caminó, dando pasos suaves y casi insonoros, intentando no llamar la atención de nada ni nadie. De pronto, todo se había quedado en silencio, aunque los relámpagos arrojaban algo de luz en las tinieblas. Pasó entre automóviles, cadáveres y los cuerpos de esas bestias, lo que le llamó la atención, y es que, desde que esa figura apareció, los rugidos y aullidos también cesaron, incluso los gritos y lamentos de la gente. Todo estaba en calma, ahora se hallaba en un ambiente completamente diferente, pese a estar en la misma ciudad.
Llegó hasta el punto en el que se paró aquella figura y alumbrando con la linterna de su arma, vio en el suelo un extraño líquido violeta, era viscoso, como la sangre, sin embargo, reaccionaba de manera diferente a esta, como si pequeñas puntas se levantaran de ahí mismo cuando algo se les acercaba, como un dedo o algún objeto. Tenía características simbióticas, parecía una criatura también, una que intentaba adherirse a lo que fuese que la tocara.
Confundido, pero entendiendo a la vez de qué podría tratarse todo aquello, el soldado cargó su arma y se preparó para seguir el rastro, y es que, ese extraño líquido se asemejaba al camino de baba que dejara un caracol o alguna babosa. Suspiró y luego de ver a todos lados, emprendió la marcha.
El rastro continuaba por el centro de la calle, justo por la primera entrada del hospital, viniendo desde Choluteca. Se abría paso sin perturbaciones hasta llegar al hospital. El soldado trató de seguir despacio y con precaución, porque pese a no escuchar ruidos ni sonidos por ningún lugar, la oscuridad era tal que parecía que de algún lugar algo podría saltarle encima, y conocía de primera mano lo peligrosas que podían llegar a ser esas criaturas.
Giró a su izquierda, de cara al Hotel Morazán, de nuevo se vio yendo por aquellas calles, preguntándose a dónde se dirigía aquel camino. Y es que, tanto la criatura en el cielo como la que había en el cerro, desaparecieron, o eso pensó, puesto que la oscuridad no le permitía ver lo que había en el cerro. Sin embargo, movido por la curiosidad y contrario a seguir las ordenes de su jefa, siguió por aquellas calles llevado por el rastro del líquido violeta, llegando sin sospecharlo, hasta las calles de tierra que conducían al cerro, solo que ahora ya no había rastro de aquella red neuronal extendida por el suelo y mucho menos por los árboles o las casas.
Sin embargo, aun así, desde donde estaba y justo donde tuvo el encuentro con la criatura que se extendía por el suelo como un hongo y que producía luces comunicándose con las otras bestias; vio el cerro y abrió los ojos como platos al ver a los tentáculos de la bestia suspendidos en el aire, pero estáticos. Un relámpago fue el causante de aquella visión, y otro más le hizo comprobar que, contra todo pronóstico, la amenaza se había detenido. La bestia que se hallaba en las entrañas de la tierra, ahora estaba petrificada, como una estatua. Aquellos apéndices gigantes yacían elevados, pero sin movimiento alguno y ya no había luces viniendo del interior de la montaña.
Caminó por las calles de tierra sin producir sonidos ni nada que delatara su posición, además de su presencia iluminada por los destellos de los rayos. Pasó por una quebrada y luego de varios minutos a pie, llegó hasta la entrada a través de un cerco, por la que podía ver el sendero que lo llevó a las faldas de la montaña horas antes.
Miró la hora en su reloj y vio que ya eran las cinco de la mañana. Confundido, miró al cielo y se preguntó en qué momento saldría el sol y si habría consecuencias aun con todo lo que estaba pasando. Apartó esas cuestiones de su mente y se dirigió a las faldas de la montaña. El rastro seguía por ahí.
Trató en la medida de lo posible, el no tocar aquella sustancia viscosa, y es que, si algo había aprendido tras tanto tiempo en La Bodega, es que muchas de esas criaturas tenían conexiones que muchas compañías de internet o militares, envidiarían, logrando transmitir mensajes tan rápidos a cualquier lugar para pedir refuerzos o alertar del peligro.
Fue así que, movido por la curiosidad y el sentimiento del deber, llegó hasta el pie de la montaña, desde donde pudo observar con más detenimiento los tentáculos estáticos. Parecía una vista salida de los libros de Lovecraft o cualquier otro autor que usara a los cefalópodos como referencias para sus criaturas monstruosas. Fue entonces que consideró sus opciones. Por un lado, podía seguir subiendo y llegar hasta donde sea que llevara aquel rastro del líquido violeta, y por otro, podía dejar todo e irse de ahí. Sin embargo, no volvería a tener otra oportunidad de experimentar y conocer más acerca de aquellas criaturas y sus naturalezas.
Ese era el momento perfecto para obtener información detallada sobre lo que pasaría en un evento de esas características, tenía que aprovecharlo, pero eso pondría en riesgo su vida, y es que, pese a que ahora todo estaba más en calma y tranquilo, ¿Qué le quitaba que aquella figura no lo mataría de formas inexplicables y sin que se diera cuenta? Solo con haber visto el poder con el que se deshizo de la criatura en el cielo y la que había en el cerro, era suficiente para entender que nada de lo que estaba pasando era un juego, era algo mortal.
Entonces, ¿Qué haría? ¿Qué podía hacer en un momento así?
En ese momento, una luz vino desde la montaña, desde la entrada de aquella gruta por la cual el vio al ojo de dos pupilas. No podía quedarse ahí así por así, debía subir a verificar, aunque fuera un poco. Fue así que, movido por la curiosidad, se vio subiendo nuevamente aquellas pendientes y paredes rocosas por las cuales descendió para salvar su vida, solo que esta vez ya no era para detener nada, solo para obtener información, el objetivo básico de aquella misión suicida.
Tardó algunos minutos en llegar hasta ahí, ahora que sentía que no corría peligro por las bestias pequeñas, se movía con más agilidad y pie experto que la torpeza con la que subió al principio. Incluso hasta le pareció gracioso el hecho de lo fácil que le resultaba en aquel momento. Cuando menos acordó, ya estaba arriba, a pocos metros de la entrada en la cueva. Con precaución, tomó su arma y se acercó lentamente hasta llegar a la orilla derecha de la gruta. Desde ahí y con sumo cuidado, viendo los destellos ser lanzados al cielo, se asomó y vio a la figura, estaba de pie y miraba al ojo. Este se hallaba estático y podía ver que estaba moribundo.
La figura tenía el aspecto de un hombre alto y delgado, aunque llevaba una túnica con capucha que le daba un aspecto más alto, pero no más fornido. Movía sus manos en muchas direcciones, como si hiciese conjuros. El soldado vio que, de las extremidades de las mangas, lo que pensó que eran manos, en realidad eran huesos que se asemejaban más a garras que otra cosa. Se ocultó de nuevo detrás de la orilla y tomó el arma, las manos le temblaban, pero debía estar atento, por cualquier cosa, aunque no sabía si aquello podía salvarlo de lo que esas cosas pudieran hacer, después de todo, hasta donde sabía, eran los amos del universo.
Curioso, quiso ver una vez más lo que estaba pasando del otro lado y no tuvo tanta suerte. Lo que alcanzó a ver fue al ojo de dos pupilas sangrar para después apagarse y a la figura encapuchada, moverse con rapidez hasta él para tomarlo del cuello y suspenderle varios centímetros sobre el suelo.
El soldado intentó zafarse, mientras miraba cómo aquella figura encapuchada lo movía a través del terreno de la montaña. Quería verle el rostro, pero no podía hacerlo a través de la oscuridad de la capucha. Los huesos de sus manos se metían en su carne, enterrándose y cortándole el aire. Sentía que perdería el conocimiento en cualquier momento, pero, aun así, pese aquel sufrimiento, pudo escuchar cómo la figura hablaba en una lengua extraña, pronunciando palabras ininteligibles al aire y al cielo y a la tierra, agitando su diestra en todas las direcciones, mientras él perdía el conocimiento, confundiendo las cosas de todo lo que estaba pasando en realidad.
…demasiado… para ustedes…
Fue lo que alcanzó a escuchar en medio del forcejeo antes de debilitarse y ver que, de la oscuridad de la capucha, como dos perlas brillantes, un par de ojos lo miraban. Segundos después, perdió el conocimiento y la noche perpetua llena de criaturas extrañas y demás bestias venidas desde el principio del tiempo, se acabó.
—¡NOOOO! —gritó de pronto tras abrir los ojos y ver que se hallaba en una carpa iluminada por una lámpara que colgaba del centro del techo. No estaba solo, había más personas con él ahí.
—¿Qué pasó? —le preguntó una mujer al verlo asustado, con sus ojos moviéndose por todas partes. No la reconocía, pero después de unos segundos, el recuerdo fue apareciendo en su mente.
—¡¿Dónde… dónde estoy?! —soltó asustado, tratando de comprobar si lo que estaba viendo era real.
—Estás a salvo, estás en el cuartel…
—¿Dónde? —él respiraba agitado, intentando recobrar la calma.
—En el cuartel, estás… estás a salvo.
—Pero… ¿Cómo? Si hace un rato estaba allá adentro y…
—¿Lo viste?
—¿A quién? —estaba muy confundido y ya ni siquiera sabía qué estaba pasando en realidad, pero se aferró a lo poco que tenía basándose en esa máxima de Descartes. Pienso, luego existo.
—A El Ente.
Y supo que todo lo que vivió fue real, ese último momento antes de perder la conciencia, en donde este ser encapuchado lo tomó del cuello y lo hizo volar por la ciudad, tarareando y orando en un lenguaje extraño.
—Sí, lo vi, ¿Qué pasó después? —y recordando todo lo que pasó en San Lorenzo y el desastre que desataron sobre las personas inocentes de aquel pueblo, con miedo, hizo la pregunta que no quería hacer—. ¿Pudimos arreglarlo?
La mujer se sentó en una silla junto a él y con unas expresiones suavizadas, habló con seriedad.
—Sí, pudimos hacerlo.
—Pero… ¿Qué pasó? ¿Qué sucedió? ¿Por qué están así? —preguntó al ver que tanto la mujer a la que conocía como su jefa, la misma que dio la orden en aquella sala de computadoras y que habló con él por la radio, acompañada de la chica de anteojos y otros muchachos compañeros suyos; tenían expresiones de preocupación y aflicción en lugar de júbilo.
—Tranquilo, la gente está a salvo, de alguna forma, El Ente nos ayudó a mejorar la situación de San Lorenzo y logramos revertir mucho de lo que sucedió, sin embargo…
—¿Sin embargo…?
—Bueno, él…
Continuará…
Autor: Danny Cruz.
Revisión: E. N.