Había un tramo de unos cien metros por el que se podía pasar a toda velocidad con cualquier vehículo. Por ese mismo trecho, don Raúl tenía pensado movilizarse con el camión para tirarse de lleno hacia al puente. Miguel tenía una sola tarea, dispararles a los tanques de combustible cuando don Raúl le diera la señal. Había suficiente luz como para ver donde tenía que dar, sus únicas dudas eran de si podría acertar aun con el miedo que lo embargaba y si daría resultados positivos el plan que el señor había preparado.
Se posicionó sobre el capó de un carro, apoyando el arma en su rodilla, listo para disparar en cualquier momento. Detrás el caos seguía esparciéndose y se preguntaba por qué aun con todo lo que estaba pasando, esas criaturas todavía no iban por ellos. Miró a su derecha, donde varios metros detrás de él, don Raúl yacía al volante del camión, esperando la señal del chico. Del otro lado del puente y más allá, la familia del señor los esperaba, manteniendo la distancia entre ellos y los tentáculos de la criatura en la quebrada.
La tierra continuaba temblando y unas llamaradas rojas y azules salieron disparadas de la abertura en el cerro, en cualquier momento esa bestia saldría al mundo y pobre de aquellos que tuviesen que recibir su ira y su sed de sangre. Tomó un respiro, luego otro y después exhaló con calma, no había nada que pudiese tranquilizarlo en aquel momento, así que debía trabajar con lo que podía.
Y cuando estuvo listo, miró a don Raúl. Asintió levemente y el señor hizo lo mismo. Tras eso, arrancó.
El camión se puso en marcha enseguida, subiendo la velocidad poco a poco, Miguel era consciente de sus limitaciones con las armas, sin embargo, en aquel momento y puesto que su supervivencia dependía de él mismo, pensó que lo mejor era dejar esos pensamientos a un lado y enfrentarse contra el destino. El camión avanzó entre los vehículos en la carretera. En el puente, los tentáculos se agitaban con fuerza contra todo a su alrededor, mientras rugidos y gruñidos eran emitidos desde las aguas en la quebrada. Solo esperaba que don Raúl estuviera en lo correcto con ese plan, solo esperaba que todo saliera bien.
El camión recorrió los cien metros sin dificultad, pese a tener algunos daños en la carrocería; y se acercó al puente, donde algunos tentáculos arremetieron con fuerza contra este, pero la presteza de don Raúl bastó para evitar que lo tocaran, y de pronto, el vehículo se precipitó al vacío. De la cabina, Miguel vio saltar a don Raúl y en el aire, este le gritó que disparara.
Suspiró, acto seguido, el chico disparó tres veces contra el tanque de combustible.
Don Raúl se cubrió el rostro en cuanto vio que las balas impactaron contra el metal de los tanques y una pequeña chispa hizo estallar todo, justo cuando los tentáculos tomaban con fuerza el camión para estrujarlo. La bola de fuego engulló a los apéndices y cientos de pedazos de carne volaron por los aires. Un rugido y después algo parecido a un grito lastimoso, fue escuchado desde el agua y todos vieron cómo aquellos apéndices caían uno por uno a orillas de la carretera, brotando un líquido negro de sus cientos de heridas.
Miguel se puso de pie enseguida y vio a don Raúl darse la vuelta en el asfalto para luego ponerse de pie y gritar de alegría por haber derrotado a la bestia. La emoción comenzó a brillar en el rostro de Miguel y mientras miraba que el señor saltaba de la emoción, sus expresiones de júbilo cambiaron rápidamente por unas de preocupación y miedo al ver que uno de los tentáculos se mantenía en pie todavía y se posicionaba detrás del señor.
Casi como una grabación en cámara lenta, Miguel le advirtió a don Raúl del peligro que tenía detrás y este al notar la expresión en el chico, se giró con rapidez solo para ver el tentáculo frente a él, listo para atacarlo. El tentáculo lo golpeó con fuerza y mandó a volar al señor.
—¡NOOOOOOOO! —gritó Miguel con todas sus fuerzas, tomando el rifle para vaciarlo contra aquella criatura.
En ese momento, una pequeña bola blanca impactó contra el apéndice y un brillo parecido al del sol estalló. Tanto el chico como la gente del otro lado del puente, se cubrieron los ojos y cuando los abrieron, vieron cómo la criatura era absorbida por algo que Miguel describió en su mente como un “mini agujero negro”.
Sorprendido, miró hacia el lugar del cual llegó aquella bola blanca y frunció el ceño ante lo que había delante.
Un hombre estaba de pie sobre un vehículo. Tenía un arma en una de sus manos, el arma tenía un aspecto futurista y él vestía un traje militar de las mismas condiciones, negro y con placas de blindaje, así como un casco y un pasamontaña que le cubría parte del rostro. En el frente del chaleco alcanzó a leer, en color amarillo, unas siglas. F.E.A.P.E.X. Sorprendido por lo que miraba, corrió desde ahí hacia Regina, quien se hallaba oculta en el asiento trasero de un vehículo, sin embargo, antes de siquiera moverse, el soldado levantó el arma y le apuntó al pecho.
Miguel notó el rayo láser tocando su ropa.
—¿A dónde vas? —preguntó el soldado con una voz modificada por sintetizador. Sonaba grave, pero algo robótica.
—Yo…
—¿Qué estás haciendo aquí afuera? Deberías estar a salvo en una de esas casas.
—Yo… solo…
—¿Qué estás haciendo?
—¡Yo solo intento sobrevivir! —gritó Miguel.
—¡Ayuda! —exclamó don Raúl en algún lugar entre la maleza.
—¿A dónde vas? —volvió a preguntar el soldado, viendo que el chico quería moverse.
—¡Quiero ayudar!
—¿A quién?
—¿Acaso no oíste?
—Soltá el arma.
Pese a ser intimidante, el soldado no hablaba con fuerza y mucho menos con violencia, estaba tranquilo, su voz era la única grave.
—¡¿Quién sos?!
—Soltá el arma.
—¡No, hasta que me digás quién sos!
El caos en el mundo continuaba, de fondo, mientras el soldado y Miguel se miraban el uno al otro, los tentáculos se agitaban contra el cielo, como queriendo ayudar a bajar a la criatura en las nubes. El fuego seguía ardiendo y los gritos y rugidos parecían una melodía, la melodía del fin del mundo.
—¿A dónde vas?
—¡Quiero sobrevivir, mierda! —gritó Miguel alzando el arma, apuntándole al soldado. Sabía que, si él había disparado contra la criatura, esa arma podía causar grandes estragos, pero tampoco tenía pensado quedarse de brazos cruzados en una situación así.
—Entonces… corré.
—¿Qué?
—Corré… si tanto deseás sobrevivir, corré y escapá de aquí.
El chico al ver que el soldado se mostraba diferente a cómo fue al principio, y que aquello que dijo era totalmente diferente a sus acciones, se preguntó si todo eso tenía una especie de juego detrás o era algo verdadero. Regina estaba por ahí, en uno de los vehículos y don Raúl estaba herido en algún lugar entre los matorrales y él no podía ayudarlos a los dos al mismo tiempo y no sabía si esa persona le dispararía en cuanto viera que su próximo movimiento sería correr a alguna de esas personas, y no huir.
Y entonces, como si de aquello dependiera su vida, corrió hacia Regina, y para su sorpresa, el soldado no hizo movimiento alguno, solo lo observó.
Y como pudo, el chico sacó a Regina del carro y se la subió al hombro, sin soltar el arma, corrió hacia el puente. Se sentía cansado, estaba agotado y quería dormir, comer, pero también ansiaba salir de ahí, sabía que en cualquier momento caería producto de la fatiga, pero debía darlo todo, debía hacerlo por ellos. Fue así que, en una escena casi surreal, se vio corriendo por la carretera hasta el puente, solo para brincarlo con todas sus fuerzas y llegar hasta el otro lado, donde le entregó la chica a Marcos y Joshua. Este último le preguntó por el señor y Miguel le respondió que volvería por él.
Y al hacerlo y brincar de vuelta, vio al soldado cargando al señor en sus brazos.
—Pero… —fue lo que susurró cuando llegó con él.
—Sigue con vida, está inconsciente solamente, pero estará bien, el ataque seguramente le rompió algún hueso, pero se mejorará. Llévenselo y vayan tan lejos por la carretera como les sea posible, hasta llegar a la niebla, una vez ahí, atraviésenla y sigan caminando, alguien los recogerá del otro lado.
Tras eso, el soldado le entregó el señor al chico, este se lo subió al hombro de nuevo y se quejó por el peso, aunque también por el cansancio.
—¿Quién sos? —le preguntó Miguel ya consternado por todo lo que estaba pasando.
—Eso ya no interesa —contestó el soldado—. Tomá —le dijo dándole algo en la mano.
—¿Y esto?
El soldado suspiró.
—Si querés respuestas, ya sabés dónde mirar —contestó.
Sin saber qué decir, Miguel asintió y se retiró con don Raúl en su hombro. Y mientras corría, echaba algunos vistazos al cielo, al cerro y atrás, y nada de eso tenía buena pinta, el fin del mundo estaba cerca y no quería estar ahí cuando eso sucediera.
Llegó hasta el puente y con ayuda de Marcos y Joshua, cruzó al otro lado. Una vez ahí, echó un vistazo atrás para ver al soldado y este había desaparecido. Miró a Marcos y al chico y estos no dijeron nada, como si no lo hubiesen visto. Con el ceño fruncido y apartando todas las ideas y pensamientos de su cabeza, siguió su instinto y se limitó a los hechos.
En su mano aun tenía lo que él le había dado, era una memoria Micro SD. Si era real, el soldado si era real y le ayudó a escapar, pero entendiendo que ya no podían hacer más ahí, tuvo que aterrizar de nuevo en la realidad y tuvo que decidir continuar con su camino, recordando las palabras del soldado de seguir derecho y, al encontrarse la niebla, seguir caminando hasta atravesarla.
Se guardó la memoria y caminó. Al reunirse con las mujeres, se subió a Regina a la espalda, seguía inconsciente, y ayudó a Marcos a subirse a don Raúl a la espalda. De esa forma y con todos ayudándose entre sí, emprendieron la huida de San Lorenzo, viendo como el lugar que conocían como su hogar, era consumido por las llamas y por esas criaturas venidas del mismísimo infierno.
Mientras tanto, andando por la carretera y hacia el desastre, el soldado observaba al cielo y después al asfalto y cómo, entre los vehículos calcinados y aquellos que solo estaban chocados, una figura oscura, parecida a un humano, caminaba tranquilamente entre las llamas y los demonios, como si el caos a su alrededor no le afectase, y en su espalda llevaba algo, aunque desde donde estaba no sabía distinguir qué era.
De pronto la vio detenerse, mirar al cielo y apuntar con sus manos a las nubes. Todo se volvió enigmático cuando un rayo salió de sus manos y lo que sea que había ahí arriba, emitió un grito terrible que apagó el fuego de toda la ciudad.
Continuará…
Autor: Danny Cruz
Revisión: E. N.