Miguel vio cómo la cabeza de la criatura voló en cientos de pedazo, manchándolo a él y a la chica de aquella sustancia negra y viscosa. Volteó a su derecha y vio que los causantes de los disparos fue un grupo de personas. Eran 7 personas, un muchacho arriba de los veinte llevaba una pistola de mano, mientras un señor mayor de cuarenta, cargaba un rifle, al parecer fue quien disparó. Enseguida, un chico que no pasaba los 18, se le acercó rápidamente.
—¿Están bien? —preguntó el muchacho.
Bajo aquellas luces y rojas en el cielo, todos tenían un aspecto demacrado.
—Sí… —contestó Miguel sin comprender lo que estaba pasando.
—Vengan con nosotros —le dijo el chico llevándolo del brazo.
—Pero… ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué…?
—Las preguntas para después, hijo, en este momento hay que salir de aquí —contestó el señor del rifle.
Sin saber qué responder, Miguel solo asintió y percatándose de que ellos también llevaban a alguien herido y que esta era una adolescente y también a una niña pequeña, supo que quedarse ahí no era una opción siquiera considerable.
El primero en ir fue el muchacho, quien, con pistola en mano, fue apuntando a todo lo que creía que pudiera ser una amenaza para ellos. Detrás, el señor cuidaba la retaguardia. Junto a él y tratando de mantenerse serenas, las mujeres cargaban a las que parecían sus hijas. ¿Quiénes eran estas personas y de donde salieron? ¿Por qué aparecieron en ese momento tan oportuno? Aunque mejor aún, agradecía que aparecieran justo en ese momento.
El mundo continuaba ardiendo a sus espaldas, de tanto en tanto, el joven se giraba para echar un vistazo y alcanzaba a ver cómo las bolas de fuego destrozaban y explotaban casas cuando impactaba contra el suelo, creando grandes estallidos que quemaban más cosas a su alrededor. ¿Cómo podía estar ocurriendo algo así y por qué a ellos? ¿Qué hicieron ellos para merecer todo eso? Y no supo por qué, pero a su mente vino la escena bíblica en donde una ciudad pecadora fue prendida en llamas por la ira de Dios como castigo y todo aquel que se voltease para ver lo que pasaba, era convertido en una estatua de sal.
Atemorizado por todo lo que estaba ocurriendo y creyendo en cada una de las palabras que escuchó de pequeño, se giró y continuó corriendo por la carretera, llegando a un puente con un letrero que rezaba QUEBRADA LOS PASITOS. Y ahí fue donde todo adquirió tintes grotescos.
El pequeño puente estaba destruido y en la quebrada había decenas de automóviles, con cientos de cadáveres flotando en el agua y algunos ensartados en estacas. Sin entender lo que pasaba, el señor del rifle se acercó a la orilla y tras echar un vistazo del otro lado y atrás en el camino que dejaron, tomó una decisión.
—Tocará pasar caminando por ahí…
—Pero el agua…
—Vas a tener que pasarte así, Mercedes, no hay de otra, mi amor —le contestó el señor, y ahí Miguel obtuvo una respuesta.
—Pero…
—Don Raúl, ¿No cree que haya algo en el agua? —le preguntó el muchacho de la pistola, interrumpiendo a Mercedes. El hombre, al parecer, estaba emparentado con la muchacha que cargaba a la niña pequeña.
—¿Y te preocupás por eso ahora, Marcos?
—Pero es que…
—¡Marcos!
—Don Raúl, solo mire —dijo el muchacho señalando los cuerpos empalados en varas que sobresalían del agua estancada, además de los cadáveres en la orilla y los que flotaban.
—Solo son cuerpos —don Raúl cerró los ojos al decir eso, no quería que sonara tan mal—. Solo digo que, tal vez, eso lo hicieron esos monstruos.
—Sí, pero…
—¿Y por qué no saltamos? —preguntó de pronto el chico.
Todos lo observaron, hasta Miguel, sin embargo, este no lo hizo en el tono que lo hicieron los demás, que parecía más como sarcasmo y regaño, él, en cambio, lo hizo más como una consulta, fijándose mejor en el puente.
—Dejá de estar con cosas, Joshua.
—Pero…
—¡Dejá de molestar! —le dijo el señor con fuerza, actuando como su padre.
Miguel alzó una ceja, sin bajarse a Regina de la espalda y caminó hacia el puente. No estaba del todo destruido, había una orilla que todavía continuaba suspendida, conectando ambos lados del camino. Por ahí había pasada para una persona, al menos. Y siendo que todos estaban bien, podían hacerlo de uno en uno.
Y mientras el señor regañaba al muchacho, Miguel se acercó a este y con un toque en el hombro, llamó su atención.
—¿Qué?
—Podemos irnos por ahí —le dijo Miguel señalando el pedazo de puente que todavía seguía en pie.
—¿Por ahí? Es un suicidio.
—Solo mire donde estamos, señor, ¿Qué más podría pasar? —preguntó el chico encogiéndose de hombros, y tras un cambio de miradas con Marcos, don Raúl asintió.
—Bien, vámonos por ahí —fue todo lo que dijo—. Marcos va ir primero, para que ayude del otro lado —soltó antes de que comenzaran la huida.
—De acuerdo —dijo el muchacho.
Acto seguido, Marcos se pasó al otro lado con rapidez, haciendo que algunas piedritas cayeran al agua, en ese momento, todos vieron como lo que parecía una anaconda, se movió ahí abajo y atacó a uno de los cadáveres, llevándolo bajo el agua.
Todos tragaron en seco.
—Bien, entonces creo que la quebrada no es una opción —dijo don Raúl con una sonrisa. Su hijo lo miró y meneó la cabeza en señal de desaprobación, o eso fue lo que notó Miguel.
Sin perder mucho el tiempo, el siguiente en pasar fue Joshua, quien, para ayudar a una de las mujeres, se subió a la adolescente a la espalda y pasó con ella por el puente, ocasionando que este produjera unos sonidos como de algo agrietándose. Con instrucciones muy precisas, la siguiente en pasar fue Mercedes. Ella no tardó mucho y tuvo mucho cuidado para no tirar nada al agua y tampoco resquebrajar más el puente. Llegó con éxito al otro lado y ayudó al muchacho a cargar a la adolescente, en ese momento, Miguel descubrió que ella era su madre y aquellos eran sus hijos.
Después siguió la mujer de Marcos y la niña en sus brazos, ellas pasaron sin esfuerzo y tampoco ocasionaron problemas al puente. Ya solo quedaban Miguel y Regina con don Raúl como protector.
—Bueno, te toca, muchacho.
—¿No va a pasar usted primero?
—Apurate, vayan ustedes primero, yo los cubro.
—Pero…
—Muchacho.
Y enseguida Miguel notó en la mirada de don Raúl que no estaba en ánimo de seguir discutiendo. Con un asentimiento de cabeza le hizo caso y caminó hacia el puente.
Y antes de dar un paso por ahí, escuchó una bomba a lo lejos, viniendo del lado del cerro y después un temblor que azotó la zona en donde estaban. Un rugido vino de la quebrada y una explosión en el charco hizo caer agua y sangre sobre ellos. Todos se tropezaron y cayeron de espalda al asfalto, con vista al puente. Y como si a aquella pesadilla todavía le hiciera falta muchas más sorpresas, todos vieron como del fondo de la quebrada, unos tentáculos se elevaban hasta el puente y subían un poco más arriba, irguiéndose como postes hasta alcanzar la altura del árbol altísimo que se hallaba junto a la carretera.
—¡CORRAN! —fue todo lo que les gritó don Raúl a todos antes de que aquellos tentáculos azotaran con fuerza la carretera, justo donde estaban ellos.
Los tentáculos eran más anchos que una persona, y desde donde estaban, Miguel y Raúl observaron que nadie podía verse del otro lado, como si hubiesen sido aplastados por aquellos apéndices. Los segundos pasaron y los tentáculos se levantaron del suelo y vieron que las personas se ponían de pie y corrían lejos de ahí. Agradeciendo al cielo que su familia y amigos estaban vivos, Raúl ayudó al chico a ponerse de pie y se alejó del puente, viendo como los tentáculos se agitaban violentamente en todas las direcciones, golpeando y destruyendo todo.
—¡Mierda! —soltó don Raúl una vez estuvieron a salvo, viendo como el único camino que les quedaba para huir de ahí, se bloqueaba por aquella criatura.
—¿Y ahora? —preguntó el chico al señor.
Don Raúl miró atrás, ninguna criatura se les acercaba, sin embargo, los rugidos, los gritos y los disparos seguían escuchándose por doquier, así como las llamas ardían por todos lados, extendiéndose por toda la ciudad. Estaban perdidos, completamente, ¿Qué podían hacer? Al menos su familia ahora estaba a salvo, pero, ¿Y él? Y lo que era peor, ¿Y esos muchachos a los que salvaron? No podía dejarlos ahí, debía hacer algo, debía encontrar una manera de llegar al otro lado.
Del lado derecho, justo en el cerro, los apéndices palpitantes se peleaban por terminar de rajar la montaña, como si una criatura fuese a salir de las entrañas de la tierra, haciéndolo temblar todo. Del lado izquierdo, la ciudad era ahora el infierno.
¿Qué podían hacer ahora? ¿En serio morirían ahí? ¿De verdad?
Fue entonces que el señor tuvo una idea, aunque pare él fue algo estúpida, pero una idea, al fin y al cabo.
—¿Podés manejar? —le preguntó al muchacho de repente.
—No, ¿Por qué?
Don Raúl suspiró.
—Bueno, ¿Disparar?
—Algo así —contestó el muchacho al recordar a don Julio, el guardia de la gasolinera, se preguntó qué habría sido de él.
—Con eso me basta —le dijo el señor.
Sin tanto preámbulo, le pidió al chico que lo acompañara y sin bajarse a la muchacha de la espalda, este lo siguió sin problemas hasta los carros de los que podía decirse que podían servir. En el trayecto, Miguel se preguntó qué estaba pensando hacer don Raúl, porque si pensaba huir por la carretera, era obvio que por ese puente no se podía pasar, y en vista de que a San Lorenzo lo rodeaba el mar, no había otra manera de salir de la ciudad más que ese tramo de la carretera, a menos que rodeasen todo ese camino yendo por una de las colonias más cercanas al cerro, sin embargo, en vista de que por ahí no había más que monte y probablemente era un terreno por el cual ni las bestias pasaban, tampoco era una opción.
Sin embargo, todo adquirió una especie de sentido cuando llegaron a un camión y bajaron a un cuerpo del asiento del piloto.
—Tené —le dijo don Raúl dándole el rifle—. Y vas a tener que dejar a la muchacha en el suelo por mientras.
—Pero…
—Es en serio.
Sin comprender del todo la idea y viendo que él era la única persona razonando y buscando una salida, no tuvo más opción que asentir y hacerle caso.
Miguel buscó un lugar donde dejar a Regina a salvo, tras hallarlo, la dejó ahí y volvió con don Raúl.
—Escuchá, hijo, voy a hacer una pendejada, y seguramente salga mal, pero si por alguna razón esto sale bien, por favor, solo te lo pido de por favor, disparale a ese tanque —fue lo que dijo el señor señalando uno de los barriles de combustible a un lado del camión, en el chasis.
—¿Qué le dispare y ya?
—Sí, todo el cargador, todo.
—Pero…
—Es todo lo que te pido, hijo —contestó el señor.
Entendiendo que no tenía de otra, el chico asintió y tras ver que las llamas se elevaban varios metros sobre el suelo, supo que tenía que hacerlo sí o sí. Las criaturas en el cerro continuaban aullando y rugiendo al cielo, y los tentáculos detrás de las nubes se agitaban con violencia, como si intentasen bajar a la tierra. Si aquello era una pesadilla, ansiaba despertar pronto de ella.
—Bien, voy a intentar salir de aquí y cuando esté posicionado, te daré la señal y vos hacés el resto, ¿Entendido?
—Entendido —dijo Miguel.
Solo le pedía a Dios que le ayudara a hacer bien aquella tarea.
Continuará…
Autor: Danny Cruz
Revisión: E. N.