22. El primero que vio la luz…

Acerca de mí, Escritos Propios By Sep 13, 2023 No Comments

Siguió corriendo hasta encontrar un refugio detrás de una casa derrumbada. Revisó bien el área antes de entrar, aprovechando el caos causado por los terremotos y las bolas de fuego cayendo del cielo, y tras descubrir que sus inquilinos huyeron en el desastre, se ocultó con la chica en las sombras. Guardaron la calma un momento, todavía estaba crudo el recuerdo de lo sucedido, tan claro que le sería difícil olvidarlo, como todo lo ocurrido durante esa larga noche.

Se giró para ver mejor a la chica y esta yacía abrazada a sus piernas, en el suelo, sollozando. El chico echó un vistazo por la ventana, el techo se había venido abajo, pero aun quedaba una zona en la cual mantenerse escondido; no había nada en la calle, salvo los carros destruidos y los cuerpos de la gente, de resto, lo único con vida eran los gritos y aquellas criaturas que habían alcanzado el tamaño de jirafas o elefantes. Todavía se preguntaba cómo era posible que eso sucediera, ¿Acaso se unían unas y otras y formaban esas bestias o venían de algún lugar en específico?

Se acercó a la chica y la rodeó con el brazo.
—Tranquila, ya estamos a salvo… —intentó recuperar el aire y calmarse—. Ya estamos a salvo…
—No, no lo estamos —soltó la chica por lo bajo, y aunque se cubría el rostro entre las piernas y sollozaba, él escuchó claramente aquella respuesta.
—Pero… estamos bien, salimos ilesos de allá atrás, la estación quedó destruida… llovió fuego…
—Por eso le digo que no estamos bien —contestó levantando la cabeza.
Gracias a la luz de los relámpagos que entraba por la ventana, vio mejor su rostro, tenía los ojos hinchados y rojos y el color claro en ellos se tornó triste y apagado.
—Pero… estamos bien… estamos bien, aquí estamos a salvo, no nos pasó nada…
—A donde que sea que vayamos, no estaremos bien, él está aquí, y lo que sea que él vea y quiera tocar, lo convertirá en muerte.
—¿De quién está hablando? ¿Quién es él? Lo mismo dijo cuando estábamos en la estación y no lo entendí.
La chica tomó al muchacho de los brazos y luego del rostro.
—Miguel, él es el primero que vio la luz, el primer ser de este universo, aquel que es el más viejo en existir de todo lo creado, y también aquel que reparte la muerte por donde pasa…
—No… no le entiendo, Regina, no sé de qué me está hablando…
La chica sonrió.
—Lo sé, y lo envidio por algo así, usted solo… usted solo está tratando de sobrevivir, yo, en cambio, estoy intentando creer que nada de lo que vi va a ocurrir.
—¿Y qué va a ocurrir? —preguntó el muchacho con temor.
Ella volvió a sonreír.
—El fin del mundo —dijo tras mirarlo a los ojos, acto seguido se abrazó a sus piernas y volvió a esconder el rostro.

Miguel, por su lado, no supo qué decir, ¿En serio algo así iba a pasar? ¿Estaban viviendo el fin del mundo? ¿Cómo era eso posible? ¿Dónde estaba… dónde estaba Dios en ese momento? ¿Qué era eso de lo que ella hablaba? ¿En serio existía un ser así? ¿Por qué siquiera estaba considerando todo eso en ese momento? ¿Por qué tenía tantas preguntas y tan pocas, poquísimas respuestas? ¿Por qué les estaba pasando a ellos?

En ese momento, una luz anaranjada entró por la ventana y el joven echó un vistazo, viendo como más bolas de fuego llovían desde el cielo, aunque no desde ahí en sí, sino desde el cerro en la lejanía. Si aquello no era el fin del mundo, no sabía qué podría serlo.

Y una llama de esperanza ardió en su interior, intentando mantenerlo cuerdo ante todo lo que pasaba, por una vez, en toda su corta vida, solo ansiaba el deseo primordial de todo ser vivo, sobrevivir. En su mente, todo el conocimiento que había adquirido y todo sobre lo que alguna vez escuchó, se concentró de una sola forma y lanzó la pregunta máxima que cualquier organismo se preguntaría en una situación así: ¿Cómo sobrevivimos?
—No hay lugar a donde ir… —dijo la chica desde donde estaba. El joven la miró, ya no estaba ensimismada, ahora estaba de pie, cubierta apenas por la oscuridad.
—¿Qué…?
—Donde sea que vayamos, donde sea que queramos estar, hasta ahí llegará él.
—¿Cómo puede decir eso? Eso es imposible.
—Jum, nada se le escapa al Primigenio.
—¿Al qué?
—Al primero que vio la luz, Miguel… —de pronto, la chica adquirió un matiz en su voz nunca antes visto, ya no parecía preocupada, sino todo lo contrario, y lo que dijo, fue como algo dicho por alguien versado sobre el tema—. Un ser que habita desde el principio de todo y que nació solo para consumirlo también, insaciable y tan vasto que… nosotros solo somos menos que una célula para él.
—¿Me está diciendo que esa cosa sobre nosotros es…?
—No, esa cosa que está allá arriba no es él, ese y quien está en el cerro, solo son sus heraldos, unos de tantos, y solo están llamándolo…
—Pero… Regina…
—Esto es el final, Miguel…
Y al terminar de decir eso, se desmayó.

Miguel casi saltó para agarrarla en el aire y sostenerla en sus brazos. Como pudo, le quitó el cabello del rostro y trató de despertarla tocándola en la mejilla, luego dándole pequeñas cachetadas, pero la chica estaba desvanecida. Tuvo miedo en aquel momento, no podía estar pasando todo otra vez, ¿Qué diría al despertar? ¿Qué había visto al mismísimo demonio y que este le dijo que el fin estaba cerca? No, no, no podía pensar eso, debía tranquilizarse y mirar todo con claridad, debía hacerlo por el bien suyo y el de ella.

Levantó la vista y vio por la ventana la lluvia de fuego que caía sobre la ciudad, parecía un pasaje salido de la biblia, si es que así era representado el final de todo, y tras las nubes, aquellos tentáculos que se agitaban violentamente en todas las direcciones, pero nunca hacia abajo. Podía escuchar el rugido de las criaturas y el grito de la gente intentando huir de ellas o sucumbiendo ante su sed de sangre. ¿Qué podía hacer? ¿Quedarse ahí y esperar el final o salir de ahí e irse? ¿Qué podía hacer? Sabía que, si salía, corría un gran riesgo de morir, y más cargando un peso muerto como el de ella, pero si se quedaba, corría más riesgo de ser encontrado por aquellas cosas.

Y pensando en que no tenía más opciones, hizo lo que podría hacer cualquier ser humano en una situación así. Tomó a la chica en sus brazos, se la subió a sus hombros y haciendo todo el esfuerzo posible, mientras allá afuera unas voces cantaban a coro cantos horripilantes, salió de ahí con ella en su espalda y se fue hacia la carretera. No iba a tener otra oportunidad como esa.

Estaba a poco menos de una cuadra de la carretera, solo debía andar unas cuantas decenas de metros y subir a la calzada para luego emprender la marcha hacia Choluteca, esperando no encontrarse con aquellas criaturas y que el camino hacia la salida estuviese despejado, aunque al ver la cantidad de autos estrellados y chocados en mitad de la calle, pensó que aquello ya era mucho pedir.

Sin bajar la velocidad, casi corriendo, llegó hasta la calzada, suspirando con fuerza ante el cansancio, pero inhalando todo el aire que podía para oxigenar cada parte de su ser. Detrás, aquellas bestias pisoteaban la tierra y la hacían temblar bajo sus pies, creando pequeñas grietas en el asfalto. Sobre él la lluvia de fuego continuaba cayendo y en el cerro, tres tentáculos gigantes, parecidos a los que estaban detrás de las nubes, se movían violentamente como si intentaran salir más de la tierra.

En ese momento pensó en las palabras de Regina y se preguntó si todo lo que ella dijo tenía algo de verdad, y aunque una parte de su ser se aferraba al hecho de que la chica tenía mucho miedo de todo lo que estaba sucediendo, en aquel preciso instante en el que todo se estaba yendo al infierno, pensó que sus palabras no eran tan descabelladas y que, quizás, si estaban en el fin del mundo, y que fuese donde fuese, siempre su suerte estaría condenada.

Entonces, ¿Qué podía hacer?

Los escombros en llamas seguían cayendo del cielo y el miedo continuaba latente en su ser. Desde donde estaba, la rotonda se miraba con claridad gracias a la luz roja y azul de los rayos, pero también se preguntaba si habría alguna otra sorpresa al final, y es que, pese a estar ahí, listo para irse, quería saber por qué nadie más se hallaba en su misma situación, ¿Por qué no había más personas queriendo huir de ahí?

Un rugido detrás suyo lo hizo aterrizar en la realidad y continuó su travesía. Debía huir lo más pronto posible, debía salir de ahí cuanto antes. Pero los temblores eran incesantes y los rugidos se escuchaban cada vez más cerca. Las explosiones y los disparos, los gritos en la lejanía, todo era como una melodía de terror compuesta por una mente sangrienta y malévola con ansias de devorarlo todo, a lo mejor Regina tenía razón, pero si eran menos que una célula para esa criatura, ¿Por qué fijarse en ellos? ¿Qué tenían los seres humanos de San Lorenzo en especial? ¿Qué tenía de especial un país en tan precarias condiciones como lo era Honduras? Creía que ese tipo de cosas solo les pasaba a los países desarrollados, no a un lugar olvidado como ese punto en Centroamérica.
—No viene de él… —escuchó en un susurro en su oído. Era Regina.
—¿Qué dijo? —preguntó sin detenerse, yendo a través de unos carros para ocultarse detrás de estos cuando escuchó el rugido casi a unos metros de él.
—No viene de él… —repitió la chica.
—¿De qué habla?
—Viene del hombre… —susurró antes de perder el conocimiento de nuevo.
En ese momento, escuchó un estruendo y lo próximo que vio, fue a una criatura parecida a un gorila, pero enorme, más que un elefante, parada donde antes estaba el camión. Los miraba directamente mientras bufaba, expeliendo vapores oscuros por sus fosas nasales.

Con las piernas temblándole y un sudor helado bajando por su espalda, el chico se puso de pie y no apartó la mirada de la criatura, la cual, manteniendo la postura, los seguían con la mirada.

¡GROOOOOOAAAAAAAAR!

Rugió con fuerza ensordeciéndolo y manchándolo con líquidos putrefactos de sus fauces. Estaba listo y servido para ser comido. Le parecía increíble que fuese a morir ahí, después de todo lo que pasó, después de todo lo que descubrió, después de haber conocido a alguien que le parecía muy interesante.

¿Así acabaría todo? ¿Cómo la comida de una criatura demoniaca?

La bestia levantó la cabeza, ancló sus puños al asfalto y bufó con fuerza, luego abrió sus fauces y con un rápido movimiento se abalanzó sobre Miguel y Regina, listo para engullirlos de un solo bocado.

¡Bang, bang, bang!

Continuará…


Autor: Danny Cruz

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