20. El Visitante

Acerca de mí, Escritos Propios By Sep 08, 2023 No Comments

Luego de que aquella luz brillara con intensidad al final de la cueva, una extraña curiosidad nació en él como un fuego que arde en la hierba seca. Destellos de muchos colores rebotaron en las paredes húmedas de la abertura y unas “criaturas” se movieron detrás de lo que parecía un sol rojo. Frunció el entrecejo, no entendía para nada lo que estaba pasando, sin embargo, movido por la curiosidad, dio un paso al frente y escuchó un gorjeo al final, algo parecido al ulular de los pájaros.

Confundido, dio otro paso al frente y pronto se vio yendo sin detenerse, solo caminando despacio, pero con firmeza hacia la luz roja donde danzaban aquellas criaturas. En su mente empezó a oír violines, trompetas y algunas arpas, creando una melodía hermosa que acompañaba su viaje por aquel sendero, descendiendo al corazón de la montaña.

De pronto, y casi como una divinidad, un ojo apareció entre el brillo rojo.

Era una ranura horizontal, muy parecido a los que tenían las criaturas en la tierra, sin embargo, no era azul, y tampoco era de un solo color, al contrario, era amarillo y tenía un iris rojo y dos pupilas en forma de ranuras, casi como los ojos de un felino. El soldado se detuvo, mirando fijamente al ojo al final del túnel. En su mente, un coro de voces comenzó a levantarse sobre la melodía de las trompetas y los violines, casi como una de las cantatas de Mozart. Era una melodía hermosa.

Una lágrima rodó por su mejilla y luego otra y otra y sus ojos se volvieron vidriosos y la figura del ojo se transformó y lo que antes era una imagen detallada, ahora no era más de una pintura de acuarela con colores discordantes, tan dispares que un sentimiento horrible ardió en su interior.

Y entonces vinieron las pesadillas.

Vio el cielo eterno, una negrura cósmica que se extendía millones y millones de kilómetros en todas las direcciones, con pequeños puntos blancos, azules, rosados, amarillos, verdes y rojos y muchos más colores, con nubes que contenían miles de millones de estos puntos. De pronto, entre todos esos puntos, una línea fina rasgó la tela del espacio y unos apéndices fungiformes emergieron del interior de aquella grieta espacial y una criatura inmensa, colosal, abrió el universo.

El mismo ojo, pero multiplicado por mil, quizás millares, cubría toda la superficie de aquella bestia. Se movía por el espacio igual que un pulpo en el océano, expandiéndose por todos los rincones, palpándolo todo, engulléndolo mediante sus tentáculos con aberturas parecidas a bocas, llenas de colmillos y un extraño líquido rojizo y negruzco. La manera en cómo tomaba las estrellas y las consumía como una trituradora muele a las piedras, hizo que en su ser apareciera un sentimiento que no supo comprender.

En ese momento, uno de aquellos ojos se posó en él.

No pudo moverse, no pudo avanzar, mucho menos hablar, ni siquiera pudo mirar su cuerpo, no sabía donde estaba y mucho menos cómo llegó ahí, tampoco comprendía por qué estaba ahí. Tenía recuerdos de todo, de ella, de su misión, de su jefa y sus compañeros de trabajo, de la ciudad en la que estaba y de las criaturas que vio, tenía recuerdos hasta del momento en el que entró en aquella cueva y vio aquel ojo con dos pupilas, parecidos a los ojos de aquella bestia colosal, pero no podía apartar la vista de ella, era como si la curiosidad se hubiese vuelto obsesión y esta se apoderara de él para no quitarle los ojos de encima.

La melodía clásica en su mente continuaba sonando, las voces entonaban un canto parecido a un lamento, como si alguien arrastrara sus sentimientos más tristes y los depositara en un solo punto de su fe y fuese creciendo hasta consumirlo todo.

Pronto, el miedo y la desesperanza se apoderó de él y solo observó cómo aquella criatura apuntaba sus ojos a su presencia y movía sus tentáculos hacia él.

En principio, la bestia tenía el tamaño de un tigre en la lejanía, luego fue creciendo a medida se acercaba, y fue comparando su tamaño con animales que conocía, pasando por un elefante, luego una jirafa, después un tiburón ballena, luego una ballena, quizás un dinosaurio y entonces no encontró comparación, el tentáculo siguió y siguió creciendo a medida se acercaba, y aquellas bocas empezaron a tener el tamaño de lunas, mundos, sistemas solares, galaxias y fue tan grandioso que todo se mezcló en su mente y un brillo blanco y luego otro rojizo, inundó toda su visión hasta que se apagó.

La oscuridad lo engulló, pero sus oídos seguían activos.

Era como el viento, un viento fuerte y áspero que soplaba de frente hacia él, sintiendo todo el poder de las corrientes que aquella bestia causaba. Pronto se quedó sordo.

Y aparecieron las imaginaciones.

Un pequeño mundo azul se suspendía en la tela del espacio, girando alrededor de una estrella, acompañado de otros planetas, uno azul, otro rojo, uno con anillos y uno gigante y gaseoso. Una sincronía armónica y perfecta, el equilibrio de la vida, con cuerpos viajando a través del universo, visitando y quedándose en aquellas regiones que existían desde épocas antiguas, tan antiguas, que comprenderlas era un ejercicio inútil.

Una pequeña bola de fuego pasó a gran velocidad a su lado. Se movía tan rápido que no entendió de lo que se trataba hasta que lo vio más lejos, era un meteorito. Iba tan rápido que una cola larguísima emergió del objeto al entrar en contacto con la atmósfera del mundo azul. En segundos, aquella pequeña bola, se hizo tan grande que, al impactar contra la superficie, creó un gran agujero que hizo temblar todo y una llamarada se extendió y le dio la vuelta al planeta.

Como pudo, y casi por inercia, se giró hacia atrás y la vio ahí.

Impávida, expectante, observadora, la criatura con millones de ojos y tentáculos, abarcándolo todo, tanto que ni podían verse sus bordes, se posicionaba detrás de las estrellas a millones de años luz, como un agujero negro que podía tragarse todo con aquellas fauces.

En ese momento abrió los ojos y vio frente a él el ojo de dos pupilas, y llevado por las emociones y los reflejos, tomó dos granadas que colgaban de su cinturón y sin pensarlo mucho, les quitó los seguros y las arrojó lo más fuerte que pudo contra aquella mirada. De inmediato y sin mirar atrás, corrió lo más rápido que pudo, lejos de ahí, contando mentalmente los segundos que pasarían antes de que llegara a la salida y aquello explotara en su espalda.

La melodía se acabó, escuchaba solo el crujir y el regurgitar de aquella criatura en el interior de la montaña, los gritos y los rugidos en la lejanía y los truenos en el cielo. Estaba en el ahora, en el mundo, uno que se acababa lentamente por algo que liberaron sin entenderlo del todo.

Cuando su conteo llegó a cinco, se hallaba a pocos metros de la entrada y en un intento por salvarse de lo que estaba por venir, con todas sus fuerzas, brincó al cielo y las bombas explotaron. Una ola de fuego salió disparada a la salida y lo aventó a él varios metros por los aires, arrojándolo a las faldas de la montaña, desde donde pudo ver un extraño fuego azul que emanaba desde el interior de la gruta.

En ese momento, la tierra comenzó a temblar y como si aquellas grietas no fueran suficiente, como si se tratara de placas, el suelo comenzó a levantarse y a hundirse por todas partes. Vio al cielo y los tentáculos tras las nubes se agitaron en todas las direcciones y los relámpagos rojos pronto cambiaron a un anaranjado intenso y después a un azul eléctrico, el cielo pronto se llenó de luces hermosas que brillaban por todos lados.

Unos rugidos parecidos a lamentos, se elevaron por los aires e inundaron el ambiente, llegando hasta él.

—¡¿Qué está pasando?! —gritó Mercedes luego de ver cómo su esposo perdía el control del coche y escapaban de estrellarse contra otro auto en la carretera, producto de un gran temblor que rajó la tierra.
—¡Guarden la calma, guarden la calma! —contestó Raúl dejándose llevar por la histeria de su esposa y el llanto de Rosa.
En ese momento, a lo lejos, justo en el cerro, vieron como un fuego azul era escupido de la montaña y de las nubes unos rayos negros relampagueaban sobre el cerro con violencia. Los truenos sonaron fuertes, tan fuertes como bombas. Y de la nada, unos rugidos y después unos gritos no humanos, se elevaron por los aires, dejándolos sordos. Pronto, todos tuvieron que cubrirse los oídos para no escuchar aquellos lamentos horribles y ensordecedores.
Como pudo y gracias al entrenamiento que recibió alguna vez, volteó a su alrededor y tras percatarse que todos estaban bien, vio como del otro lado de la carretera, desde el centro de la ciudad, dos patrullas de policía que se incorporaban al camino para luego detenerse. Ahí vio que no eran los únicos con vida y que tampoco eran los únicos sintiendo aquellos efectos.
Giró su cabeza hacia la montaña y aquellos rayos negros entraron en la cueva por la que emergió el fuego azul, y más temblores azotaron al mundo. Como pudo se agarró del asiento e hizo algo que vio a los demás hacer, pero nunca se detuvo a pensarlo con tanta claridad como en aquel momento: le pidió a Dios que los mantuviera con vida.

—¿Qué es eso? —soltó Miguel intentando agarrarse de algo para no caerse.
Regina, por su parte, se mantuvo quieta, siendo ayudada por Miguel para seguir en pie. Este, al verla tan tranquila y distante a la situación, la agarró de los hombros e hizo que lo viera a los ojos.
—¿Qué le pasa? ¡Regina!
En ese momento, la chica dejó rodar unas lágrimas por su mejilla y sin parpadear, le contestó:
—Ya es tarde… ya está aquí… y no le gustó lo que hicieron.
Tras eso, todo, absolutamente, se quedó a oscuras una vez más.

Continuará…


Autor: Danny Cruz.

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