Cuando miró su reloj, este estaba por marcar las ocho y media de la noche de un sábado 29 de julio. Suspiró y se tapó un oído al pasar junto a un parlante que sonaba una canción a todo volumen. Miró a su alrededor, había mucha gente bailando bajo luces estroboscópicas en un espacio amplio en el estacionamiento. Frunció el ceño y pensó por qué no estaba ahí disfrutando con el resto. Luego se vio a sí misma y supo la respuesta: estaba trabajando y era una de las empleadas del lugar.
Sabía que aquella no era la hora en la que comenzaban todas las fiestas, la mayoría de las personas buscaban los lugares así de las diez en adelante, pero aquel era un evento diferente y un lugar diferente. Se hallaban en Monolo’s Restaurant, un negocio muy conocido al centro de la ciudad, tanto así que ocupaba un gran espacio en la misma, pudiendo acceder a este por dos calles distintas.
Había carpas por todo el estacionamiento, donde se estaba llevando a cabo la fiesta. El grupo organizador y quienes pidieron al dueño del restaurante el espacio para realizar el evento, contrataron a una banda, quienes eran los encargados de la música y dispusieron parlantes por varias zonas del local para que la música sonase homogénea.
Suspiró. Sabía que después de eso le tocaría muchísimo trabajo, más del que ya tenía, puesto que una cosa era atender a los clientes e invitados, y otra muy distinta limpiar y ordenar todo. Saldría tardísimo esa noche, probablemente a la madrugada. Aun así, trató de mantener una sonrisa y continuar laborando dando lo mejor de sí misma.
—¡Rosita! —escuchó de detrás de ella.
La joven se giró y vio que se trataba de una de sus compañeras llamándola.
—Dígame, Carmen.
—El jefe la ocupa, vaya ahorita —le contestó su compañera y la chica cambió su rostro alegre por uno de aflicción.
—Ay, no, ¿Qué hice ahora?
—Nada, mujer, solo quiere hablar con usted.
—Pero es que él no nos llama así por así.
—Tranquila, mujer, no todo es malo en esta vida, usted vaya y mire qué le dice, no se preocupe, si es una puteada, de ahí no va a pasar.
—Es que sí me ofende, esta vez sí le voy a responder.
—¡Tranquila, mujer! —dijo la mujer con una sonrisa—. Apúrese, si se tarda, ahí sí la va a regañar.
—Vaya pues.
Tras eso, Rosita se movió de su lugar y entró al local. Era una gran sala con varias mesas dispuestas para los clientes. Echó un vistazo a su izquierda y vio una plataforma un metro más alto del nivel del suelo, donde también había clientes. La chica suspiró pensó en lo que su jefe podría decirle. Lo conocía muy bien y sabía que no iba a llamarla así por así.
Cruzó todo el lugar y llegó hasta la barra donde atendían a todos. Había dos mujeres del otro lado, las que preguntaban y servían a los clientes que pedían comida solo para llevar. Junto a ellas y sentado tras una silla, estaba su jefe. La chica cruzó al otro lado por una pequeña puerta en la barra y se paró frente al señor. Sobre este y en la pared, unos dos metros y medio arriba, había un televisor pasando las noticias locales.
—Buenas, dígame —dijo Rosita manteniendo la sonrisa, ocultando así todo lo que estaba pensando.
—¿Qué tal? ¿Cómo va todo por allá?
—Pues, de momento, bien, he estado atendiéndolos en lo que me piden.
—¿Segura?
—Sí —respondió la chica un poco confundida.
—Bueno, es que me han estado diciendo que hay algunas cosas que no les han gustado.
—¿Cómo qué? —preguntó la muchacha.
—El trato del personal.
—Pues… yo he estado tratándolos con amabilidad y respeto, y les he complacido en lo que me han pedido.
—No es lo que me han dicho.
La joven suspiró y sonrió.
—De acuerdo.
—Cuando termine el evento vamos a platicar usted y yo.
—Jefe, pero no solo yo estoy atendiendo ahí, podría ser Juan o María los que han estado atendiendo mal también.
—Es que la encargada del grupo es usted, con usted es que me voy a arreglar yo. Usted debe mantener el control de su personal.
—Pero…
—Ya no discuta, Rosa, por favor.
Y con eso cerró la conversación.
—Vuelva de nuevo con la gente y platique con esos muchachos.
—De acuerdo.
La joven se dio media vuelta y dispuso a retirarse, pero en el momento en el que estaba por alejarse de ahí, escuchó algo en la televisión que le llamó la atención.
“Se ha reportado un ataque a la altura de la Empacadora La Sirena, salida hacia Tegucigalpa, repito, se ha reportado un ataque a la altura de la Empacadora La Sirena, salida hacia Tegucigalpa” —dijo el periodista—. “No tenemos más información sobre lo sucedido, pero una llamada al canal nos alertó de lo ocurrido y unas patrullas de policía y uno de nuestros reporteros se dirigen al lugar. Según la persona de la llamada, unas criaturas extrañas atacaron a la población luego de un accidente en la carretera. No entendemos del todo lo que está pasando, pero los mantendremos al tanto. Se ruega a la población a mantenerse en sus casas y a no perder la calma hasta que…”
Y en ese momento, unas patrullas de policía pasaron frente al negocio a toda velocidad. La joven corrió a una de las entradas y vio que en la paila de los carros viajaban varios policías y militares armados. Pronto, la conmoción y la confusión se apoderó de la gente y muchos comenzaron a preguntar qué era lo que estaba pasando.
Enseguida, la chica vio cómo muchas de las personas del evento corrieron al interior del restaurante y pidieron que le subieran el volumen al televisor. Y tan pronto lo hicieron, alguien le bajó a la música y con ello llamó la atención de las demás personas al interior del lugar.
—Las autoridades han declarado alerta en las zonas aledañas al desastre. Repetimos. Esta noche a eso de las ocho y media a la altura de la Empacadora La Sirena, nos informaron del ataque de unas extrañas criaturas que provocaron el accidente de un vehículo. No se sabe hasta el momento de qué podrían ser estas criaturas, pero se cree son muy violentas y peligrosas. Nuestro reportero en el lugar no ha podido establecer contacto directo, tanto la policía como los militares no lo han dejado, pero en este momento lo tenemos al aire solo en audio…
El periodista acercó su celular al micrófono y permitió que los demás escucharan lo que su compañero decía.
—La policía está haciendo todo lo posible para contener la amenaza. Han evacuado la zona y han establecido un perímetro que no me permiten cruzar, pero desde donde estoy, se alcanza a ver un poco del desastre. Hay… varios cuerpos desmembrados y algunos carros se salieron del camino, están volcados en las cercanías y…
¡Boom!
Una explosión se escuchó en el teléfono y después se cortó la comunicación.
—¿Aló? ¿Pedro? ¿Aló? Parece que tenemos problemas al otro lado, creo que…
¡Boom! ¡Boom!
Más explosiones se escucharon, pero esta vez, a lo lejos y bastante fuerte. Rosa se asustó y preocupó mucho, tanto que quiso salir de ahí enseguida. De pronto pensó en su esposo y en su hija pequeña.
—¡Miren, miren! ¡Está saliendo en vivo en Facebook! —gritó alguien entre el público y muchas personas usaron sus celulares para mirar el video.
La joven se acercó a una de sus compañeras y lo que vieron les heló la sangre.
—¿Qué putas son esas cosas? —preguntó su compañera al ver una criatura negra y de extremidades largas caminar por la carretera a lo lejos.
Era como si alguna persona cercana al desastre estuviese grabando todo, y pese a que no se escuchaba nada de la persona, era palpable su miedo al ver los temblores de su mano en la grabación.
—¿Qué está pasando? ¿Qué está haciendo la policía, hombre? —gritó alguien entre la gente.
—¡Debemos salir de aquí! —soltó otra persona.
Enseguida, muchas personas comenzaron a salir del lugar para irse en sus automóviles. Rosa quiso hacer lo mismo. De pronto fue como si sintiera algo en su pecho que le indicaba que debía irse de ahí los más pronto posible, como si su vida corriera peligro ahí.
Pero antes de siquiera actuar, su compañera la llamó y ambas, junto a varias personas, vieron cómo una criatura saltaba hacia la persona que estaba grabando para luego cerrar la transmisión.
En ese momento, un policía entró en el local.
—¡Vayan a sus casas ahora! ¡Salgan de aquí de inmediato!
—¿Qué está pasando, señor? —le preguntó un hombre al oficial en medio del caos que se formó debido a la intromisión de la policía en el lugar.
—No lo sabemos, pero por favor, váyase para su casa y trate de no salir.
—Pero…
—¡Señor, salgase ya y no interrumpa!
En ese momento, Rosa vio a su jefe ir hacia el policía.
—Oficial, ¿Yo también tendría…?
—No estoy bromeando, ya estuviera sacando a toda esta gente de aquí, hombre, ¡Qué barbaridad! ¿No está viendo que hay un vergueo allá afuera!
—Pero…
El oficial ignoró al hombre y se dirigió de nuevo a la gente.
—¡SALGAN DE AQUÍ YA! ¡TODOS!
Pronto, todas las personas comenzaron a salir e irse, las que quedaban al menos. Rosa no pensó siquiera en ir a traer sus cosas, solo quiso irse de ahí lo más rápido posible, no dejaba de pensar en su hija y en su esposo, quienes la esperaban en casa. En ese momento recordó que se le olvidaba su celular y quiso volver por él, y mientras lo hacía, se topó con toda la gente que quedaba y que salía en tropel del lugar.
—Llamá a Joshua y decile que cierre todo, que ya llegamos —alcanzó a escuchar a un hombre.
—Le pedimos encarecidamente a la población que no salga de sus casas, repito, no salga de su casa…
Eso fue lo último que escuchó en el televisor antes de que lo apagaran.
—¿Y vos para donde vas? ¿Qué no estás escuchando que tenemos que irnos? Movete muchacha, ¡Vámonos! —le soltó el cocinero tomándola del brazo mientras iba para afuera.
—Mi teléfono, se me olvidó el teléfono y tengo que llamar a mi esposo.
—Ay, muchacha, lo llamás afuera, ¿Dónde es que vivís?
—¿Por qué?
—Te voy a pasar dejando, tomá, llamalo y decile que ya vas para allá.
El cocinero, un señor mayor y algo obeso, le entregó su celular mientras salían del lugar. Afuera, ambos observaron cómo la gente que se encontraba en la calle era evacuada por la policía y algunos militares. Incluso la gente que se hallaba en la discoteca cercana era desalojada.
Sin perder el tiempo, Rosa marcó el número de su esposo y lo llamó.
—¿Aló? ¿Marcos? Soy yo, Rosa… amor, ¿Viste lo que…? Sí, nosotros también lo vimos… ¡Ay, amor, yo también estoy preocupada! ¿Y cómo está la niña? ¿Bien? Ay, gracias a Dios. Mirá, Rafa me va a pasar dejando, en unos minutos estaré por ahí, te estás pendiente. Dale, te amo.
La joven le dio el teléfono al cocinero y pronto se fueron hacia el estacionamiento de motocicletas. El señor sacó las llaves de su bolsillo y la insertó enseguida en el llavín de una YAMAHA YBR 125 color azul. Entre la confusión y el relajo que había, como pudo, Rafa sacó la motocicleta y se subió a ella, le indicó a Rosa que subiera y ambos arrancaron, bajando pronto a la calle.
—¿Dónde vivís?
—Colonia Morazán, por la Iglesia Esmirna.
—Dale. Agarrate bien.
La muchacha se sujetó bien de la parrilla y Rafa arrancó a toda velocidad en la motocicleta.
Continuará…
Autor: Danny Cruz.
Revisión: S. N.