Trató de andar con cautela por la carretera. Tanto que hasta consideró quitarse las botas tácticas para no causar ningún tipo de ruido con sus pasos, pero después de pensar que podría herirse los pies y que, quizás, aquellas criaturas fueran tras él gracias al olor de su sangre, mejor se arriesgó a caminar calzado.
En el cielo los rayos amarillos se extendían como las ramas de un árbol por doquier, creando una telaraña eléctrica que asustaba. El viento silbaba gracias al silencio que imperaba en la zona, este era interrumpido de momentos por los truenos. Los relámpagos le dejaban ver el inexplicable escenario que se mostraba ante sus ojos. Cientos de automóviles en la carretera, muchos de estos estrellados contra las casas a orillas del camino, infinidad de cuerpos despedazados, las llamas, el humo negro y rojizo que se elevaba a los cielos.
Suspiró decepcionado de aquel paraje, pero continuó su camino, siempre con cautela y con precaución.
Hacía un buen rato que llevaba andando oculto tras los vehículos, arrojándose al suelo cuando la situación lo ameritaba y metiéndose en algunos otros para evitar ser visto, sin embargo, en ningún momento volvió a ver otra de esas criaturas, solo las escuchó. Sus pasos pesados, ese temblor en la tierra al andar y esos ronroneos y aullidos que rasgaban el silencio, ni qué decir de las carcajadas y risas, o esos bufidos parecidos a los de un toro. Ya sé con qué voy a soñar esta noche, se dijo luego de asomarse por un carro para asegurarse que la calle estuviese vacía.
Miró el reloj y este estaba por marcar las dos de la madrugada. Le quedaban tres horas para el momento final, no quería estar ahí para entonces.
Como pudo, salió de su escondite y siguió por el bulevar.
Se hallaba a la altura del Hotel Puerto Real. Atrás había quedado el Barrio Alto Verde y todo el desastre que dejó la primera ola de esas criaturas, o lo que él denominó de esa forma. A paso rápido y cauteloso, llegó pronto hasta la Escuela Rey Alfonso XIII, donde un puente peatonal seguía en pie cruzando la carretera. Tratando de mantenerse lejos de la vista de lo que sea que se hallara cerca, subió las escaleras y llegó hasta arriba, desde donde podía tener una visión más precisa de lo sucedido.
Cuando estuvo ahí, agradeció que los barandales del puente tuviesen carteles publicitarios, mismos que le servían como barrera para ocultarse del ojo de esas criaturas. Aunque comprendió que no podía quedarse ahí por mucho tiempo, y es que, los reyes de la colina en aquel momento eran esas bestias, y cualquier lugar podría ser de ellas, incluido ese puente.
Con cuidado, sacó unos binoculares con visión nocturna y se asomó sobre el cartel y observó. Una luz verde invadió todo el lugar, sin embargo, todo era visible en aquel momento. Había más coches destartalados, y un río de sangre y ese alquitrán negro, decoraban el asfalto. Más allá, casi llegando frente al Unicentro, vio al elefante araña caminar entre los escombros de la humanidad. Unas criaturas más pequeñas saltaban sobre su lomo y se lanzaban a la calle, a los cuerpos de la gente, como si de carroñeros se tratara.
Se agachó y trató de mantener la calma. Un paso en falso y el siguiente podría ser él, y no podía ser él. Recordó la razón por la que estaba ahí, los truenos y la luz amarilla de los rayos se lo recordaron, luego pensó un momento y ella vino a su mente. Estaba tan lejos ahora, y en ese momento solo quería abrazarla. Solo esperaba hacerlo todo bien para volver a sus brazos. Guardó silencio y tragó en seco, luego se asomó.
Vio un camino vacío entre los vehículos, este parecía conducirlo al interior de la ciudad, a uno de los lugares más conocidos, la Colonia Morazán. Sabía que, si entraba ahí, era muy probable que no saliera. El reglamento era especifico sobre eso, jamás tomar caminos que llevaran a las partes interiores de los pueblos o ciudades, y ese camino parecía tener toda la pinta de aquello que debía evitar. Pero, ¿Qué más podía hacer? Si al final estaba ahí para cumplir con una misión.
Suspiró, no entendía cómo aceptó ese trabajo, pero esperaba completarlo con éxito.
De pronto, un aullido rasgó el cielo y el corazón comenzó a latirle con fuerza. Y es que, si el oído no le fallaba, aquello se escuchó justo en las escaleras del puente peatonal. Y lo peor de todo es que, al ser campo abierto y con tanto ruido del ambiente, no supo distinguir a qué lado del puente escuchó a la bestia, si en el lugar por el que subió o aquel por el que pensaba bajar.
Se quedó quieto y trató de mantener la calma. Sabía que el menor ruido posible llamaría la atención de esa criatura. Solo debía estar quieto y escuchar para esclarecer la duda. Sin embargo, el peso de los pasos de la bestia hizo temblar el puente, y eso lo confundió. No supo ni aun así por donde venía. Con cuidado, tomó los binoculares y miró a su derecha, estaba vacío. Luego miró a su izquierda, y también lo estaba. Pero el paso de aquella criatura continuaba retumbando en el puente y en el espacio.
Cerró sus ojos y quiso mantener la calma. No podía arriesgarse, si se ponía de pie, era probable que llamara la atención de las otras criaturas y no quería eso, era más, no quería ni siquiera llamar la atención de aquella que estaba subiendo el puente.
Poco a poco, el retumbar y el temblor de los pasos fue incrementándose, haciéndole creer que en cualquier momento el puente cedería. ¿Qué podía hacer? Saltar no era una opción, definitivamente. El puente estaba muy alto como para saltar e intentar correr después, era probable que terminara con una fractura y después en muerte. No, eso no podía hacerlo. Solo le quedaba arriesgarse con una de dos maneras. La primera, era ir hacia la derecha y correr con la mala suerte de toparse con la bestia cara a cara. La segunda, un poco más favorable, aunque no tanto, era ir hacia la izquierda, y aunque podía pasar lo de la primera, en ese momento, el mejor de los casos era no toparse con ninguna criatura y huir, huir de ahí como si no hubiese un mañana.
Era tentar al destino, pero, ¿Qué otra cosa podía hacer? Estaba ahí por algo, y ese algo estaba por ahí, en esa pequeña ciudad, y debía darse prisa, antes de que saliera el sol… o todo sería peor.
Y mientras su corazón parecía un “tic, tac” en su pecho, indicándole que debía moverse lo más pronto posible, aquella cosa seguía subiendo por las escaleras, haciendo temblar toda la estructura. A lo lejos, aullidos y gritos se mezclaban en la noche, y si no se movía, él sería uno más de toda aquella masacre.
Y entonces todo se detuvo.
Miró a su alrededor y contuvo la respiración. A su izquierda no había nada, a su derecha tampoco. Todo estaba quieto, en calma, no había indicios de nada, ni de nadie. ¿Qué podía hacer? ¿Ponerse de pie e irse o esperar? ¿Podía esperar? ¿Podía arriesgar su vida de esa manera?
¡GROOOOAAAAAAAR!
Aquel rugido le heló la sangre y como una criatura salida de las más horrendas pesadillas, aquello subió las escaleras moviendo todos sus tentáculos como patas, adhiriéndose a todo lo que tocaba. Cinco ojos azules se posaron en él y el chico cerró los suyos, acto con el cual activó una granada de luz de su chaleco, tirándosela a la criatura.
Un destello inundó el lugar y la criatura se cubrió la vista, para cuando todo volvió a quedar oscuro y miró en el puente, el hombre ya no estaba. Corrió hasta donde estaba y miró desde ahí en todas las direcciones. Vio la carretera, el espacio en el puente, entre los autos y todo lo que estaba a la vista. Y no lo encontró por ningún lugar. Un rugido y un aullido se alzaron a los cielos y otras criaturas respondieron, pero todas se quedaron en sus lugares.
La bestia en el puente golpeó con fuerza la estructura y destruyó un pedazo, dejando el puente destruido por la mitad. Sin éxito en su cacería, la criatura siguió avanzando y bajó del puente, haciendo temblar la tierra con sus pasos. Y mientras se alejaba, el muchacho, que colgaba debajo del puente gracias a una cuerda que aferró en el último segundo del barandal, se soltó y cayó al pavimento, corriendo rápidamente para esconderse en el interior de un carro. Tuvo que sacar el cadáver de lo que parecía una mujer y se quedó en su lugar, en el piso del automóvil.
Suspiró.
Por poco y no la contaba.
¿Qué demonios eran esas cosas? ¿Qué demonios estaban haciendo en ese lugar y qué fue lo que descubrieron?
Tragó en seco y tomó agua de su cantimplora, miró el reloj en su muñeca. Faltaban poco más de tres horas para las cinco de la mañana. Si mal no lo recordaba, a las cinco comenzaba a salir el sol, y si eso pasaba, estarían perdidos. Pero, ¿Tendría éxito? ¿Podía tener éxito? Era demasiado trabajo para una sola persona, era demasiado para él, además, ¿Por qué confiarle una misión tan importante a él? ¿Por qué hacerle ese tipo de cosas al mundo y a la gente?
Quiso gritar y golpear el asiento del carro, pero luego recordó que, si lo hacía, podía llamar la atención de esas criaturas. Trató de contenerse y se calmó.
Ahora bien, ¿A dónde podía ir? La misión era clara, entrar y obtener la mayor cantidad de información posible, y después volver. Y hasta el momento, tenía demasiada información que podía servirles a ellos, pero, también recordó lo que su jefa le comentó, algo que tenía que ver con lo que comenzó todo ese desastre.
Tenía dos objetivos, uno escrito y entendido por todos los ejecutivos, y uno tácito, pero implícito y del que solo sabían todos los implicados en el asunto.
Un aullido lo sacó de su trance en aquel momento. Debía ponerse en marcha. Los rayos estaban iluminándolo todo y llenando de una extraña aura roja las nubes, y en algún lugar por el rabillo del ojo, observó destellos azules en el cielo. Debía darse prisa.
Salió de ahí y corrió hacia la colonia Morazán sin llamar la atención de las criaturas.
Autor: Danny Cruz.
Revisión: E. N.