Sus pasos secos se escuchaban en toda la calle. Eran un “tap, tap, tap” tan potente que podía escucharse a cuatro cuadras. Miraba hacia abajo, sorteando los escombros, el vidrio roto, paredes, metal y los pedazos de gente esparcidos por el pavimento. Había una luz azulada y ligeramente blanquecina que venía del cielo, de algún lugar entre las nubes; lo iluminaba todo y le daba un aspecto triste y deprimente.
Avanzaba despacio, tambaleándose. Poco a poco, fue descubriéndose la persona, pasando de sus zapatos desgastados y manchados de sangre, hasta llegar a su cintura, pasando por la tela rota de sus pantalones. La faja estaba ajustada y ligeramente raída. Su camisa, por fuera y algo rasgada, cubría su torso y pecho, aunque las manchas de sangre auguraban heridas bajo la tela. Y entonces su rostro. Uno femenino, una mujer.
Sus ojos, claros y hundidos en sus cuencas, con la pupila dilatada, observaban el cielo y este se reflejaba en la negrura ocular de manera espectral. Algo brillaba en las nubes, una extraña figura se movía sobre ellas y su sombra se proyectaba de formas inimaginables, aterradoramente asombrosas, horriblemente bellas. Sus fosas nasales se abrían y cerraban con cada aspiración que daba para llenar de aire sus pulmones e irrigar con oxigeno su sangre, mismo que necesitaría para comprender lo que estaba pasando. Una lágrima rodó por su mejilla.
Aquello que se movía en los cielos, una masa informe que se expandía y contraía y se regaba sobre las nubes cual líquido vivo, danzó y palpitó, mostrando la magnificencia de su poder y denotando la ignominia que ella representaba para esa criatura.
Escuchó una melodía que crecía y que imaginó como algo dilatándose en el tiempo y en el espacio, una canción, un coro que venía de allá arriba y avanzaba y lo embargaba todo a su paso. Voces agudas, medianas y graves, todas cantando a un son, invadiendo los tímpanos de aquel que se encontrara debajo. Poco a poco, dio unos cuantos pasos hacia el frente, como tanteando el terreno, como evaluando la situación, pero hipnotizada, como si aquella melodía y esos movimientos la atrajeran lenta y cautelosamente.
Sus ojos se iluminaron y brillaron con los destellos azules, verdes, blancos, rosados, amarillos y rojos que aparecían por doquier allá arriba. Y una extraña sensación apareció en su ser, un dolor terrible y punzante golpeó en su pecho y le hizo llevar sus manos a esa zona, pero en ningún momento bajó la mirada, su vista se dejó convencer y enamorar por aquellos brillos titilantes sin igual, como si de una danza se tratara.
Y la vio bajar.
Primero una punta parecida a un tentáculo, atravesó la suavidad de las nubes y descendió como una serpiente sobre la arena, a través del espacio. La criatura era negra, palpitante y sanguinolenta, sin embargo, las pulsaciones de colores en el cielo la enamoraban y la hacían quedarse quieta, esperando. Era como si viera fuegos artificiales. De pronto cerro sus ojos y aquel tentáculo la enrolló a la altura de la cintura y la elevó en los cielos.
Cuando volvió a ver, se hallaba flotando sobre los techos de las casas, las calles atestadas de cadáveres, las columnas de humo y el fuego que ardía por toda la ciudad. Luego la blancura y la espesura de las nubes y entonces, justo frente a ella, como si del vacío cósmico se tratara, estaba eso, algo que se movía por todos lados, sin ritmo, sin sincronía, solo palpitaba y se expandía despacio, como queriendo abarcarlo todo.
Y justo cuando comprendió dónde estaba, miles de ojos azules, miles de esas hendiduras con una luz azul eléctrica saliendo de ellas, se posaron en su presencia y ella no supo hacia donde mirar. Hasta que se enganchó de los que estaban frente a ella y pudo escuchar en su mente algo estridente, como trompetas. Una sonrisa afloró en sus labios y se sintió feliz, contenta, viva. Poco a poco aquel tentáculo la fue acercando a la masa informe y una grieta que luego se convirtió en algo parecido a la boca de una cueva, se abrió al centro de esa cosa.
Entró lentamente, viendo en el túnel colores rojizos, azules y amarillos brillando en las paredes, como luces que se movían por todos lados; al fondo, una luz que emanaba su presencia por todos los rincones, en miles de colores. La sonrisa seguía estando en su rostro, de pronto era como si nada importara, como si todo perdiese sentido y solo existiera ella y esas luces brillando por doquier.
Estaba a pocos metros de la esfera iluminada, de aquella estrella. La estridencia siguió sonando en su cabeza, y aumentaba su sonido y su cadencia a medida se acercaba. Y cuando estuvo a punto de tocarla, despertó.
Y Miguel estaba a su lado.
—¿Qué le pasa? —preguntó el joven tomándola del rostro, mirando como el sudor rodaba por su mejilla desde su frente.
La chica suspiró, respiraba y suspiraba cansada, denotando el miedo y el pánico en sus ojos. Buscó por doquier con su mirada, seguían estando en el cuartel de la policía, aquellas paredes continuaban ahí, como también los policías y los civiles que salvaron y que habían salvado hasta ese momento. Miguel volvió a preguntar lo que sucedía, pero ella no dijo nada, en cambio, en un arrebato de emociones y sentimientos, saltó a él y lo abrazó con fuerza, rodeándolos con sus brazos bajo los suyos. El chico, preocupado y sorprendido, no hizo más imitar el gesto y la abrazó sobre los hombros.
—Tranquila… tranquila… solo fue una pesadilla —contestó el chico.
—¿Qué… qué me pasó? —preguntó ella nerviosa, su voz era entrecortada, casi como si quisiera llorar.
—No lo sé, estaba teniendo una pesadilla al parecer. Se quedó dormida sobre mi hombro, estrechó mi mano y se quedó así, pero de pronto comenzó a apretar mi mano con fuerza, tanto que sí sentí el dolor, y entonces reaccionó como lo haría una persona asustada, y sus parpados se movían bien feo, bien raro y de pronto se despertó, justo como está ahorita, sudada y preocupada, buscando no sé qué entre la gente.
La chica abrazó más a Miguel y este sonrió.
—Tranquila, no pasó a más, solo fue una pesadilla…
—Todos estaban muertos, Miguel.
—¿Qué?
—Todos estaban muertos…
—¿Cómo así?
La chica se apartó y Miguel vio aquellos ojos claros una vez más. Eran hermosos, pero la tristeza se había depositado en ellos y un brillo apagado le contó más de lo que ella quería contar.
—Estaban muertos, Miguel, todo el mundo estaba muerto. No había edificios en pie, la ciudad estaba en llamas y… había algo en el cielo…
Miguel frunció el ceño.
—¿Qué había en el cielo?
Regina bajó la mirada y su mandíbula comenzó a temblar, sus ojos se pusieron rojos y unas lágrimas rodaron por sus mejillas. El chico levantó su rostro y la tomó con suavidad. De pronto, aquel color bonito de su iris le encantó, pero también ese mismo color le indicó que esa pesadilla fue demasiado para ella.
—Si no quiere decirme, no se preocupe, yo…
—Eso… era una criatura —contestó sin perder el contacto visual.
—¿Una criatura?
—Sí, pero no como las que hay aquí abajo —y aquello sonó más como una sentencia.
—¿Cómo era?
—Grande, enorme… —tomó aire—. Demasiado enorme y oscura, y tenía miles de ojos por todas partes, pero… parecían estrellas, aquello parecía un vacío, como si fuese el espacio.
—¿El espacio?
—Sí… —la chica tomó sus manos y apretó con fuerza al tiempo que cerraba sus ojos—. Ya no quiero estar aquí, Miguel, ya quiero que todo esto se acabe, yo… ya no quiero vivir más aquí…
—¿De qué está hablando, señorita?
—Yo… ya no quiero… ya no quiero…
Miguel la abrazó una vez más.
—Tranquila, no pasa nada, no pasa nada, estamos bien, todos estamos bien y estaremos bien —de pronto, miró el reloj que había en una pared, faltaba poco para la una de la madrugada. En unas horas más saldría el sol—. Al amanecer todos estaremos bien.
La chica no contestó, solo sollozó en las penumbras.
En ese momento, a unos cuantos kilómetros de la estación de policías, en una casa cercana a la escuela ICAR, las familias de Raúl y Rosa intentaban calmarlos. Ambos se despertaron jadeando en mitad de la noche. Todos habían decidido turnarse y dormir un rato por mientras llegaba el amanecer, pero ambos tuvieron una pesadilla y sus cónyuges los despertaron. Ambas personas decían lo mismo, que había escombros y muerte por todas partes, que nadie sobreviviría y que en el cielo una extraña figura palpitaba y bailaba a la luz de lo que parecían estrellas. Después observaron de cerca y se trataba de una criatura que estuvo a punto de devorarlos.
Raúl, el más viejo de los que se hallaba ahí, lloró por lo que vio, Rosa lo hizo también, pero ella se calmó enseguida al encontrarse con los brazos de su hija, el señor, en cambio, no podía calmarse. En ese momento le confesó a su familia la visión que tuvo y lo que casi estuvo a punto de hacer. Marcos les explicó lo sucedido y les dijo que no le reclamaran, que no era el momento y que tampoco hacía falta.
Marcos trató de dialogar con Rosa, pero esta no quiso hacerlo. Marcos comprendió enseguida que las respuestas vendrían después, que aquello no sería algo que entenderían de pronto. Suspiró y le pidió a Dios fortaleza para lo que estaba sucediendo, también le pidió que aquello no escalara de ninguna manera y que protegiera a su familia a toda costa.
La oscuridad imperaba por todas partes. Los relámpagos en el cielo de tanto en tanto iluminaban algunas zonas de la ciudad, dejando a otras en una negrura inmutable. Esa misma luz fue la que alumbró a esa criatura que avanzaba despacio en cuatro patas. Tenía una cabeza y no había tentáculos saliendo de ella, tenía la forma de un perro, pero sin cuello.
El terreno era de tierra, algo rocoso y había maleza a su alrededor. No había más sonido que el del viento y el de los árboles, ni siquiera había pájaros; y a su alrededor solo había cadáveres. Sin embargo, sus pasos eran el único agregado. Eran pesados. Subió una especie de colina, solventó unos tubos que obstaculizaban su camino y continuó subiendo aquella cuesta.
Pronto, llegó a una pequeña grieta a la mitad de un cerro. Ahí, algo brillaba en el interior y un líquido negro parecido al alquitrán, salía de ahí y parecía bombear algo por esa vena que se extendía cuesta abajo. La criatura asomó sus ojos en la grieta y un pequeño chirrido vino de adentro. Con sus patas delanteras a forma de garras, arrancó el pedazo de pared sin mucho esfuerzo, descubriendo un pedazo de carne en el interior. Aquello parecía tener vida, ya que palpitaba como un corazón y brillaba, soltando destellos de muchos colores. La criatura en forma de perro, tocó el pedazo de carne brillante y un rayo se proyectó a los cielos. Aquello duró apenas unos segundos y después se apagó. Pronto, unos rayos aparecieron en las nubes, todos de un distintivo color amarillo.
En la lejanía y desde la carretera, aquel hombre que fue perseguido por la araña elefante, vio el rayo de luz y lo que ocasionó. Su corazón empezó a latir con fuerza y una gota de sudor bajó por su mejilla desde su sien.
—¿Qué hemos hecho…? —suspiró.
Bajó la mirada a la carretera y vio cómo entre relámpagos y truenos, muchas de esas criaturas aullaban al cielo y crecían cada vez más, aunque ahora sus cuerpos ya no parecían exudar líquido, sino que se evaporaban. Un extraño humo negro emanaba de ellos hacia los cielos.
—¡Tengo que darme prisa! —dijo el muchacho al tiempo que miraba el reloj y volvía la vista a la calle.
Continuará…
Autor: Danny Cruz.
Revisión: E. N.