Todo estaba en silencio. Lo más que alcanzaban a escuchar eran sus respiraciones agitadas y asustadas y los pequeños susurros que provocaban sus voces orando para que Dios los protegiera. De resto, no había ningún otro sonido en el lugar, ni siquiera proveniente de afuera. Los bombos, los cantos, incluso las risas, todo se calló, solo perpetuaba el siniestro silencio.
En medio de la oscuridad, puesto que no tenían nada más con qué iluminarse, se movieron agachados y llegaron a un punto donde ambas familias pudieron estar cerca, aunque no sabían bien en qué punto de la habitación estaban, al menos pudieron contar que estaban todos completos.
—¿Y ahora qué hacemos? —le preguntó Marcos a Raúl. Ambos hombres se quedaron cerca, pero en el centro de sus familias.
—Pues, habrá que hacer lo que dijiste, esperar, pero… ¿Será lo correcto?
—No lo sé, tampoco creo que salir sea una buena opción.
—Bueno, en eso tenés razón. Quizás lo mejor sea quedarnos aquí, aunque me gustaría saber qué hora es.
En ese momento, una pequeña luz apareció a la derecha de ambos hombres, a un metro y medio de ellos. Era una luz verde y rectangular, iluminó un rostro que ambos reconocieron, era Joshua, el hijo de Raúl. La luz solo duró tres segundos encendida y después se apagó.
—Son las once y quince de la noche.
—¿Once y quince? —le preguntó Raúl a su hijo.
—Sí.
—Pucha… ha pasado bastante en tan poco tiempo, creí que era más tarde —comentó Marcos.
—También yo —respondió Raúl—. Pero es que las cosas no han estado bien tampoco.
El hombre suspiró y sintió el agarre de su mano por una más pequeña, era la de su hija, la reconoció enseguida, aun en la oscuridad.
—Por cierto, ¿Qué fue lo que vio allá afuera?
—No me gustaría hablar de eso ahora —le contestó Raúl a Marcos, sabiendo bien a qué se refería.
—¿Qué cosa, amor? —preguntó Mercedes a su esposo.
—Nada, mi vida, no es nada —dijo y Marcos entendió que lo mejor era dejar el tema para otro momento.
Rosa tocó en el brazo a su esposo y este acercó su cabeza, para escucharla.
—¿De qué están hablando?
—No, de nada.
—¿Seguro?
—Eh… sí.
Rosa suspiró.
—Poco te creo.
Marcos suspiró también.
—Tranquila, cuando salgamos de esto te explicaré todo, ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Ambas familias continuaron en silencio en la oscuridad. Sorprendiéndose cómo de un momento a otro, después de estar bajo el asedio de esas criaturas, ahora estaban en un aterrador silencio. Sin embargo, el hecho de estar juntos y estar vivos todavía, los hizo sentirse un poco aliviados y trataron de ver lo mejor de la situación, al menos no había pasado nada malo todavía. Aunque, por sus cabezas pasó la pregunta, ¿Por qué incluso los gritos de la gente ya no se escuchaban?
—Iré a ver cómo está la cosa allá afuera —comentó Marcos de pronto.
—Cariño…
—Tranquila, amor, yo estaré bien.
—No es bueno que salgás todavía, muchacho.
—Eh… sé muy bien eso, don Raúl, pero tenemos que saber cómo están las cosas allá afuera.
Raúl sintió un codazo de su esposa en la costilla.
—Bueno, tampoco te voy a dejar que vayás solo.
—Señor…
—Lo siento, chico, esta sigue siendo mi casa y ustedes siguen siendo mis invitados.
Marcos sonrió.
—¿Invitados?
—No creo que sea necesario discutir esas cosas en este momento, ¿Dónde dejaste las pistolas?
—Aquí está la mía —intervino Joshua, encendiendo la luz de su reloj para que su padre lo viera.
El señor tomó el arma y después, gracias a que Joshua presionó varias veces el botón de la linterna de su reloj, se fijó dónde estaba Marcos, este ya tenía el rifle en sus manos.
—Cambiemos —le dijo el señor.
—Como guste.
Ambos cambiaron armas y tras un beso a sus esposas y sus hijos, salieron de la habitación.
Abrieron la puerta.
Lo hicieron tan despacio y con cuidado, que ésta ni siquiera rechinó. El primero en salir fue Raúl tras un vistazo a la zona y evaluar que fuese segura. Cruzó el espacio entre la puerta y el sofá en un segundo, avanzando agachado. Desde ahí y gracias a la luz de los relámpagos, le indicó a Marcos que se acercara.
—¿Y ahora? —preguntó Marcos una vez estuvo con él ahí.
—Bien, cuando me salvaste, dijiste que habías revisado todo ¿Verdad?
—Sí.
—¿Viste en las ventanas?
—Sí.
—¿Y qué viste?
—No vi nada. De las ventanas del lado y de atrás, solo vi el patio y unos solares baldíos, de resto nada. En la ventana de enfrente tampoco vi nada, solo la calle vacía.
—¿Seguro?
—Seguro.
Raúl suspiró.
—De acuerdo, entonces vamos a ir al frente de la casa.
—¿Y ahí?
—Quiero asegurarme de que las puertas estén bien cerradas.
—De acuerdo.
Como pudieron, ambos hombres avanzaron agachados para no llamar la atención de lo que sea que había afuera de la casa, y es que, según Raúl, así no se verían desde el otro lado de la ventana por si todavía había de esas cosas observándolos. Salieron al pasillo frontal. No podían ver mucho, pero la luz de los relámpagos dejaba imágenes residuales en sus retinas acerca del entorno, con lo que se guiaban para saber dónde estaban las cosas y cómo llegar a ellas.
Raúl le indicó a Marcos con un toque en el hombro que lo acompañara al portón. Ahí, ambos se aseguraron de que las puertas estuviesen cerradas. Lo estaban. Como pudieron, ambos avanzaron hasta las ventanas del muro frontal y se asomaron lentamente para divisar lo que había en la calle.
Primero Marcos y luego Raúl. No había nada, salvo la calle vacía, a excepción de la motocicleta volcada y los cadáveres de las criaturas. Al frente estaba el terreno baldío de La Blanquita y más allá, unas columnas de humo negro, con tintes rojizos y anaranjados que se elevaban al cielo.
—¿Qué estará pasando allá? —le preguntó Marcos a Raúl.
—No lo sé, creo que hay un incendio.
El señor no pudo evitar pensar en la visión que tuvo. Meneó la cabeza un poco y trató de apartar esos pensamientos de su mente. Había algo más en lo cual enfocarse.
—Un incendio…
—No lo sé, es probable.
Marcos suspiró.
—¿Cree que la policía o el ejército haga algo?
—Sepa Judas, hijo.
—Cielos…
—Así están las cosas.
Ambos guardaron silencio un rato. Desde ahí, y gracias a que estaban afuera de la habitación, ambos pudieron escuchar el sonido del viento que, de tanto en tanto, silbaba.
—¿De dónde cree que hayan venido esas cosas?
—No lo sé, de cualquier lugar, tal vez.
—¿Qué cree que sean?
Raúl sonrió.
—Tampoco lo sé, hijo, solo sé que ellos nos quieren matar.
Marcos asintió levemente.
—Bueno, entonces nos quedaremos en esta casa hasta el amanecer, hijo.
—Eso parece…
—¿Te parece buena idea, hijo?
Marcos sonrió.
—La verdad, no lo sé, señor. Esas cosas hicieron… destruyeron el techo de mi casa como si nada, vi demasiados cuerpos desmembrados de camino aquí… no creo que estemos del todo seguros en este lugar.
—Si no saben que estamos aquí, tal vez sobrevivamos.
—No lo creo.
—¿Por qué no lo crees?
Marcos volvió a sonreír.
—Creo que lo vieron, don Raúl, lo vieron y creo que saben que está aquí, pero todavía no entiendo por qué no le hicieron nada.
—¿Cómo sabés que me vieron?
—Porque miró a una de esas cosas a los ojos y se perdió en ellos. Lo mismo le pasó a mi esposa, pero creo que ella pudo salir del trance, aunque todavía no entiendo cómo ni por qué pasó eso, pero en ese momento, cuando ella se quedó así y a esa bestia la tenía de frente, la bestia no le hizo nada, solo se limitó a observarla.
—Jum… entonces, ¿Deberíamos irnos?
—No, eso sería un suicidio, definitivamente.
—¿Entonces?
El joven suspiró.
—No lo sé, señor, y aunque lo supiera, créame que no haría nada.
—Bueno, entonces volvamos adentro.
—Espere…
—¿Qué pasa? —preguntó don Raúl al ser detenido por la mano del muchacho, quien lo tomó del brazo.
—Necesito saber…
—¿Qué?
—¿Qué fue lo que vio?
—¿De nuevo eso?
—Necesito saber a qué nos enfrentamos, don Raúl.
—¿Qué? ¿Ahora sos del comité de exploración e investigación de esas criaturas?
—No es eso, señor, solo… solo quiero saber…
Don Raúl meneó la cabeza. No sabía si eso era lo correcto, no sabía siquiera si debía hablar de esas cosas o si soportaría hablar de ellas. Sin embargo, pensando en todo lo que vio y la manera en cómo quería terminar con ello, consideró que tal vez sí era necesario hacerlo, aunque con precaución.
—Bien, te voy a contar, pero antes, alejémonos de esta ventana, ¿De acuerdo?
—Lo sigo.
Enseguida, ambos hombres se apartaron de la ventana y avanzaron agachados al interior de la casa.
Mientras tanto, lejos de ahí, en la carretera, alguien corría a través de los automóviles, ayudándose con la luz de los relámpagos para ver por donde pisar. Detrás podía escuchar el retumbar de aquellos pasos pesados que hacían temblar la tierra y una extraña respiración distorsionada, como jadeos, se agitaba detrás suyo, chirriaba y berreaba, como si lo que estuviera persiguiéndolo, disfrutara con la cacería.
Aquella persona, como pudo, saltó sobre el capó de un carro y después corrió por detrás de un camión, sorteando los pedazos de algunos cadáveres. Continuó corriendo por la ciclovía, junto a un tráiler y escuchó cómo aquella cosa tumbaba y tiraba los carros como si fuesen de juguete, reventándolos a orillas del camino, en las casas cercanas. Esa persona volvió a meterse en la calzada, entre dos rastras y después sorteó el camino bajo uno de los contenedores, volviendo de nuevo a la ciclovía, y ahí, al asegurarse que aquella cosa no lo seguía, abrió la puerta de un cabezal y con rapidez, subió al mismo y cerró con sumo cuidado, echando llave a la puerta.
Desde ahí, a través del cristal y gracias a los relámpagos, vio como aquello, del tamaño de un elefante y con tentáculos saliendo de su espalda y sus costados, corría en ocho patas a través de la carretera, buscando a la que fuera su presa.
Hundiéndose en las profundidades del cabezal, pasó al camarote y cerró una cortina que dividía el área de la cabina con la cama.
Encendió una linterna y echó un vistazo al lugar. No había nadie, salvo las cosas de quien usara aquel lugar como dormitorio y, a la vez, como su área de trabajo. Tomó la radio que colgaba de su chaleco y le bajó el volumen. Pronto presionó un botó al costado y tras quitarse el casco, habló.
—Aquí Alfa, repito, aquí Alfa.
Sin embargo, en la radio solo había estática. Volvió a presionar el botón.
—Aquí Alfa, repito, aquí Alfa, ya estoy dentro.
Del otro lado solo hubo unos pequeños sonidos, pero no pasó nada más, ni una voz, ni siquiera una respiración que le respondiera.
Volvió a intentarlo y todo con el mismo resultado. No había nada. Suspiró con molestia.
De pronto, tomó un aparato electrónico parecido a un celular. La pantalla brilló e iluminó su rostro. Era un hombre joven y de ojos oscuros. Observó la pantalla con atención.
“Objetivos de la misión: Obtener información de lo que está pasando en la niebla y salir de ahí.”
Suspiró.
Vaya que estaba obteniendo mucha información de lo que había adentro de la niebla. En primer lugar, sabía que aquello que aparentaba ser niebla cubriendo una ciudad, en realidad era como una especie de barrera o cúpula, puesto que las nubes también se parecían a lo que se miraba desde afuera. Adentro de ahí, había mortandad y esta era causada por esas terribles criaturas, como esa araña elefante que lo persiguió hace un rato. Por último, no había señal de ningún tipo, como si algo bloqueara toda manera de comunicación posible con el exterior.
Sonrió. Solo se preguntaba si podría cumplir con la segunda parte de la misión: volver de la niebla. ¿Por qué aceptó hacer eso en primer lugar? ¿Qué necesidad tenía? Después de todo, aquello no era más que una misión suicida.
Tomó algo de agua de la cantimplora y se calmó, debía continuar con la misión.
Continuará…
Autor: Danny Cruz.
Revisión: E. N.