Cerró y abrió sus ojos y se dio cuenta de lo que pasaba a su alrededor.
Todo estaba en llamas.
No podía hacer nada, ni siquiera moverse.
Había humo, fuego y podía escuchar los gritos de la gente a su alrededor. Poco a poco, movió su cabeza a un lado y otro y se dio cuenta de que el fuego se extendía decenas y decenas de metros hacia las nubes y el humo creaba largas columnas que contaminaban el cielo y lo ennegrecían. No había relámpagos, tampoco nada reconocible, era como estar en el infierno.
De repente, de entre las llamas aparecieron unas sombras muy grandes. Eran alargadas, pero también gruesas y pasaban sobre el fuego sin quemarse, sin temerle. Y tenían esos extraños ojos azules. Algunas tenían dos ojos, otras tres, unas cuatro y había una en específico que tenía siete ojos. cuatro de un lado y tres del otro.
Pronto, aquel lugar se llenó de muchas criaturas, muchas de esas sombras que se levantaban varios metros sobre el suelo, especialmente esa de cuatro patas y siete brazos. Tenía la forma de un caballo, pero su cuerpo superior era como el de un hombre con siete extremidades parecidas a tentáculos. Una extraña sonrisa se dibujó en el rostro de esa criatura, pero no apartó sus ojos de él.
Él no pudo hacer nada más que dar un paso hacia atrás, mientras aquellas criaturas lo observaban. Eran tan altas que parecía que se mezclaban con el humo sobre sus cabezas. Dieron un paso al frente e hicieron temblar la tierra. En ese momento, se dio cuenta que todavía tenía el arma. ¿Qué podía hacer en ese momento? ¿Disparar contra aquellas criaturas? ¿En serio podía hacerlo? Claro que podía, pero… ¿Valdría la pena? Estaba perdido, todo el mundo a su alrededor estaba consumido, no había nada, ni nadie, solo él y esas bestias. ¿Por qué solo estaba él? ¿Qué pasó con todos los demás?
Bajó la mirada y vio los cuerpos de sus hijos y su esposa tendidos en el suelo, inertes. El horror de aquella visión lo hizo palidecer, alzó la vista y vio una sonrisa parecida a una mueca en el rostro de esa criatura. ¿Qué pasó? ¿Qué rayos pasó? ¿Cómo es que pasó todo eso? Se había jurado defenderlos a toda cosa y ahora estaban muertos, ¿Por qué estaban muertos? ¿Por qué ellos y no él?
De pronto, vio como el cuerpo de su hija comenzó a tener espasmos, retorciéndose como si tuviese epilepsia, después fue su hijo y por último su esposa. Todos estaban convulsionando de una forma que le dolía ver, pero tampoco tenía la fuerza para moverse y correr de ahí. No entendía por qué no podía moverse y sacarlos de ese sufrimiento. ¿Por qué estaba pasando todo eso?
Al tiempo que eso sucedía, escuchó un coro de voces provenientes de alguna parte, aunque en realidad las sintió de todos lados, como si inundasen el ambiente. Algunas eran roncas, otras agudas, y tenían un extraño parecido a los cantos de las mezquitas de oriente medio, solo que aquellas tonalidades le ponían los pelos de punta y hacían que un sudor frío bajara por su espalda.
Y entonces los vio ponerse de pie.
El miedo embargó su ser y lo que antes era su familia, ahora eran cadáveres pútridos, sin ojos y con las facciones deformadas. Sea lo que sea, aquellas cosas no eran humanos, mucho menos era su familia. Pero… se les parecían mucho, seguían teniendo sus ropas, las características de sus rostros. ¿Por qué estaba pasando eso? ¿Por qué le estaba pasando a él? ¿Qué estaba pasando en realidad?
Poco a poco, vio como los dedos de sus hijos y de su esposa, se alargaron de formas espeluznantes, ennegreciéndose. Sus extremidades hicieron lo mismo y sus cuerpos se estiraron varios metros sobre el suelo y sus ojos y sus rostros perdieron la forma y una fea y grotesca sonrisa apareció en sus labios, y de su piel brotó un asqueroso limo negro. Dio un paso atrás, luego otro. Les apuntó.
Una sonrisa apareció en el que fuera el cuerpo de su esposa, después otra apareció en el de su hija y otra en el de su hijo. Se acercaron lentamente, inclinándose al frente para estar más cerca de él. De fondo aquellos cantos se incrementaban, dándole un aspecto más imponente a esas criaturas, a esos seres salidos del averno.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas, se limpió, pero no dejó de apuntarles. Aquellas horribles sonrisas se acercaban cada vez más y más a medida él se alejaba. Quería morirse, en serio que quería morirse. Pero no podía perder la pelea contra esas criaturas. Esas criaturas no eran su familia, su familia estaba bien, sana y salva. Esas cosas… esas cosas no eran humanas. Pero, ¿Por qué no podía dispararles y volarles la cabeza? ¿Por qué estaba perdiendo contra ellos?
—Prometiste que nos protegerías… —dijo su hijo, pero aquello no era su hijo y su voz era rasposa.
—Perdiste, Raúl, no pudiste… —añadió su esposa. Sus voces eran lastimosas, pero graves, como enfermas.
—¿Por qué no pudiste, papi? —soltó su hija.
Y entonces supo que no podría.
No podría matarlos.
Y se apuntó a la cabeza.
Rápidamente cargó el fusil, lo puso bajo la quijada, viendo cómo aquellas criaturas se reían de él, pensando que quizás lo mejor sería acabar con su vida en aquel momento y encontrarse con ellos en el más allá. A lo mejor y eso acabaría con su tormento, a lo mejor y solo así podía salvarse de ese infierno.
Cargó el arma, puso el dedo en el gatillo y entre lágrimas, lamentos y las risas de esos demonios, cerró sus ojos y…
—¿Qué está haciendo? —escuchó una voz conocida.
Al abrir los ojos, se dio cuenta que se trataba de Marcos.
Raúl observó su rostro, lo tocó incluso y lloró al ver que el joven estaba vivo. Ambos estaban agachados, debajo de la ventana, en la completa oscuridad que era interrumpida de tanto en tanto por los relámpagos.
—Estás vivo…
—Sí, y usted… ¿En serio iba a matarse? ¿Acaso quiere que maten a su familia? —preguntó el joven con terror en sus ojos y en sus palabras.
—Yo… yo… todo estaba en llamas, todo… esas cosas…
—Tranquilo, tranquilo, ya pasó… solo… —y recordó que su esposa se quedó ida también cuando esa bestia la miró a los ojos—. Solo no los mire a los ojos, por nada del mundo.
—Yo…
—Tranquilo.
—Pero…
—Ya… ya, deje de llorar y cálmese. Todavía estamos bajo ataque.
—Lo siento, Marcos, lo siento.
—Deje de llorar, hombre, ya, ya estuvo, recuerde que esas cosas siguen ahí afuera.
—Lo sé, lo sé…
Pronto, el hombre se recompuso y se quedó con la espalda pegada a la pared, de cuclillas en el suelo. Vio como Marcos se levantó un poco para asomarse por la ventana y pronto este bajó de nuevo.
—No hay nada, la calle está vacía y las ventanas también, tampoco hay de esas cosas rodeando la casa…
—¿Cómo sabés?
—Revisé todo antes de venir aquí, no pensé que… ¿En serio estaba perdido?
Raúl lloró y se limpió las lágrimas y los mocos.
—Sí.
Marcos se quedó callado con esa respuesta. No podían darse el lujo de cometer esos errores. Debían tomar las cosas con calma y tranquilizarse. Suspiró aliviado de que todo estuviera bien. Pronto y con rapidez, tomó a don Raúl del brazo y lo llevó agachado hasta la puerta donde estaba su familia.
—¿Qué vamos a hacer?
—De momento, estar aquí adentro.
—Pero…
—No es seguro estar aquí afuera, para nadie. Así que, nos metemos aquí y nos quedamos ahí hasta que salga el sol.
—Marcos, eso…
—Escuche, don Raúl, entiendo bien que usted tenga sus conocimientos y todo, pero no, por esta noche no, no podemos salir a la calle así, no podemos arriesgarnos así. Así que, hágame caso y métase ahí adentro y no salga.
—¿Y cómo vamos a hacer aquí afuera?
—Ya tomaremos turnos, por ahora, solo quedémonos ahí adentro, ¿Bien?
Raúl, comprendiendo el error que cometió, accedió rápidamente. Y mientras se adentraba en la oscuridad de la habitación, sintiendo el abrazo de su esposa y de sus hijos, agradeció que estuvieran con vida, y a la vez se preguntó qué fue todo aquello vio, cómo rayos esas criaturas se metieron en su cabeza y a donde fueron después de lo que pasó.
En ese momento, Marcos cerró la puerta y todos alcanzaron a escuchar un canto desde la calle. Era como un coro, voces graves y agudas se mezclaron en una tonalidad terrorífica que puso nerviosos a todos en el interior del cuarto. Raúl, recordando lo que había visto en su visión, agarró con fuerza a su familia y le pidió a Marcos que por nada del mundo abriera esa puerta. El chico no necesitó preguntar el porqué de aquella acción.
Al coro se sumaron un conjunto de carcajadas y risas. De pronto, unos bombos de sonido pesado y lejano, daban ritmo a aquella siniestra melodía.
Rosa y Marcos comenzaron a orar y a pedirle a Dios que los protegiera, su hija, que en ese momento estaba despierta, no hacía ningún ruido y sus ojitos yacían cerrados en aquella perturbadora oscuridad. La música continuó en aumento, la voz ronca llevó las riendas e hizo que las agudas adornaran su camino. El bombo siguió acompañando mientras las carcajadas y risas se alzaban al cielo. Era como si afuera se estuviese llevando a cabo una fiesta pagana, aquello recordó a un pacto con el demonio, a un aquelarre.
La tierra tembló.
Los hombres se aferraron a sus familias y estas los abrazaron con todas sus fuerzas. Las voces de sus oraciones resonaron como susurros en el silencio del cuarto, mientras afuera el coro y los bombos y los temblores seguían acechando al mundo.
Y entonces todo se detuvo.
Continuará…
Autor: Danny Cruz.
Revisión: E. N.