Todo estaba en calma.
Marcos fue por su esposa y se encontró con que su mujer y su hija estaban siendo protegidas por Mercedes y Mónica. Sin hacer ningún tipo de ruido, volvió a la sala y ahí, entre los destellos de los relámpagos, Raúl le indicó que se mantuviera agachado, y con una serie de señales que reconoció como indicaciones del ejército, el joven entendió que debía permanecer en completo silencio.
Sin embargo, no todo era silencio en aquel momento.
Afuera, lo que sea que estuviese en el techo, emitía un sonido parecido al de los rumiantes, como si masticara algo y lo mantuviese ahí, para triturarlo y luego tragarlo y digerirlo. Los pasos, parecidos a pequeños temblores en el techo, siguieron escuchándose, pero estos eran medidos, no como una caminata, sino como un andar en círculos.
Y entonces oyeron el estertor.
Era como un ronroneo grave, como si el aire hiciera vibrar unas grandes cuerdas bucales. A eso le sucedió un lamento agudo que se mezcló con un aullido de tenor. De pronto, aquello se volvió un aquelarre, una conjunción de sonidos muy parecido al de un grupo de demonios reunidos disfrutando de un festín. El ambiente tétrico siguió escalando con chirridos y algo que a Joshua le parecieron risas, aunque no cualquier tipo de risa, sino algo que se asemejaba a una carcajada mezclada con llanto, un sonido tan distorsionado que hacía vibrar todo a su alrededor.
Un alarido invadió el lugar y a eso se le sumaron aullidos y rugidos.
Joshua no sabía qué hacer, le temblaban las manos. Mantenía el dedo en el gatillo de la pistola, aunque no sabía si tendría la suficiente valentía para hacer algo en aquel momento. En mitad de la oscuridad apenas atravesada por los destellos de los relámpagos, miró a su padre y este le indicó que fuese al cuarto con su madre y su hermana. Raúl, mientras tanto, se quedó con Marcos en la sala. Como pudo, se acercó a este sin hacer ningún tipo de ruido.
—¿Qué está pasando? —preguntó Marcos en un susurro casi tan bajo que Raúl tuvo que leer los labios porque no alcanzó a escucharlo todo.
—No lo sé —contestó el señor—. Creo que, quieren que salgamos…
—¿Por qué…? —Marcos mostró miedo en su rostro.
—Están queriendo asustarnos —dijo el señor, llevándose a la vez el índice a los labios, indicando que guardara silencio.
Las bestias continuaron caminando despacio sobre el techo de la casa, rumiando y lanzando aquellos alaridos. Marcos sintió las vibraciones en su pecho y se preguntó cómo estarían su mujer y su hija. Le pidió a Dios que las cuidara, aunque estuviesen en el otro cuarto, también pidió que aquellas cosas no descubrieran que ellos estaban ahí, aunque, recordando el cómo llegaron ahí, lo más seguro es que ya lo supieran.
De pronto, Marcos sintió un apretón en el brazo y con un jalón fue tirado al piso. Ahí sintió a Raúl acercándose lentamente hacia él, estaban detrás de un sofá.
—¿Qué pasa? —preguntó Marcos asustado.
—Están en las ventanas —dijo el hombre.
Marcos quiso recomponerse para ver, pero Raúl fue más rápido y lo mantuvo abajo.
—Ni loco hagás eso.
—¿Entonces…?
—Yo veré primero y solo cuando yo te lo indique, vas a levantarte…
—De acuerdo… —contestó Marcos, imaginándose a la bestia que miró a su esposa cuando se hallaban en su casa, antes de escapar. Recordó la mirada en sus ojos azules y ese aliento a putrefacción que venía de sus fauces.
Imaginó una cara terrorífica del otro lado del cristal, una especie de rostro sin forma que le regresaría la mirada y lo marcaría como su presa tan solo verlo. Cerró los ojos y se mantuvo en silencio, en total y completo silencio. Escuchó solo los movimientos de Raúl moviéndose en la oscuridad. Pasó junto a él y después ya no lo escuchó. Ahora solo estaban los pasos pesados en el techo, como grandes “pum” que hacían temblar la casa.
A lo lejos, podía oír el viento, las pequeñas ráfagas que meneaban las copas de los árboles cercanos y también los truenos.
Y empezó a contar.
En la negrura de sus ojos, pronto aparecieron los rostros de su esposa y de su hija. Y pidió a Dios que estuvieran bien, que las mantuviera a salvo y que, si él llegase a faltar, que ellas siguiesen estando bendecidas por su mano. Apretó las manos en puño y continuó orando y pensando en su familia. ¿Por qué estaban en una situación así? ¿Qué eran esas cosas y qué le sucedió al mundo? ¿Acaso era el día del juicio final? ¿Acaso los demonios ya caminaban en la tierra? Pero… ¿Qué pasó con el rapto y por qué su hija no fue llevada por Dios? ¿Qué significaba todo eso? ¿Acaso ella no era digna de despertar en El Paraíso?
Trató de mantenerse quieto, de controlar hasta el sonido de su propia respiración y aguzó el oído. No escuchaba nada ahora. Y de pronto abrió los ojos y se encontró siempre en el suelo, pero esta vez, Raúl estaba acostado boca arriba, con el arma en el pecho, él se hallaba boca abajo.
Marcos lo tocó en el hombro con un movimiento leve.
Raúl volteó en el suelo y lo miró a los ojos.
—Siguen ahí —dijo moviendo solo los labios.
Marcos cerró los ojos y le pidió a Dios que los salvara de aquello. No quería morir ahí, no quería que su esposa y su hija muriesen ahí, pero, ¿Por qué tenían que sufrir todo eso?
—Tal vez si nos quedamos quietos, no nos descubran —dijo Raúl.
—¿Usted cree? —le contestó Marcos.
Raúl asintió.
Sin darse cuenta de cómo, la puerta al cuarto donde se hallaban sus familias, ahora estaba cerrada. Mejor así, evitaban todo tipo de problemas actuando de esa manera.
En ese momento, un extraño zumbido y después una respiración parecida a la de un oso, empezó a escucharse en la sala, viniendo desde las ventanas.
—¿Y eso?
—Son ellos —respondió Raúl, llevándose el dedo a los labios.
En ese momento escucharon un “toc, toc, toc” en el vidrio de las ventanas.
Raúl giró la cabeza hacia Marcos.
—Hay balcones, tranquilo.
Eso lo alivió un poco, al menos había una barrera metálica que evitaba que esas cosas entraran de lleno en la casa, aunque, también recordó el cómo destruyeron el techo de su casa como si fuera un castillo de naipes.
Toc, toc, toc.
Marcos se mantuvo tranquilo, estático, casi como una estatua.
Toc, toc, toc.
Raúl seguía teniendo el arma en el pecho. No sabía cómo actuaría en aquel momento, pero si podía evitar que esas cosas llegaran hasta esa puerta, con eso le bastaba.
Toc, toc, toc.
Toc, toc, toc.
Toc, toc, toc…
Toc…
¡Aaaaah!
¡Bang!
El “toc, toc, toc” en la ventana se detuvo. Un alarido a los lejos hizo que todo se detuviera en aquel momento. Como pudo, Raúl se movió ligeramente de su lugar y, con el arma lista para disparar, se asomó por el sofá para observar la ventana.
Con sumo cuidado fue apareciendo detrás del mueble.
No quería ver nada en la ventana.
Era todo lo que pedía, y que, si había algo, aquella cosa no le devolviera la mirada.
Tomó un respiro en silencio y sacó el aire casi en la misma forma.
Y tras cerrar los ojos un momento antes de salir, como pidiéndole a Dios que todo estuviese bien, salió del sofá lentamente y… la ventana estaba vacía.
Se movió con lentitud hasta otro punto desde donde podía ver las otras dos ventanas y… también estaban vacías.
Tocó a Marcos, haciendo que este lo mirara y le indicó que guardara silencio.
Marcos asintió.
Raúl se arrastró pecho a tierra por el suelo de la sala y llegó hasta la ventana que estaba frente a la calle. Había algo diferente desde ahí, como si una cosa hubiese cambiado, aunque no sabía qué. Como pudo, el señor se las arregló para sentarse y después quedar en cuclillas de espalda a la pared. Aun seguía manteniendo la agilidad de cuando joven. El hombre se tronó la espalda en esa posición y manteniendo el arma cargada por cualquier situación, se puso de pie lentamente.
Había oscuridad del otro lado. Y quizás fue el miedo en principio que no lo hizo darse cuenta antes, pero eso fue lo que le llamó la atención, y es que, del otro lado en esa ventana, estaba la motocicleta volcada, esta tenía la luz encendida e iluminaba todo hacia adentro.
Ahora todo estaba oscuro.
¿Por qué estaba oscuro? ¿Acaso la motocicleta se había apagado? Quizás sí, después de todo, no podría estar encendida todo el rato, a lo mejor la batería se descargó.
El hombre puso el cañón del arma hacia la ventana e imitando la acción que hizo cuando salió del sofá, fue asomándose poco a poco para ver qué había del otro lado.
Centímetro a centímetro, la calle oscura fue descubriéndose, los relámpagos dejaban atisbar lo que había. Primero apareció un cuerpo, era el de una de esas criaturas, después otro y por último la motocicleta. Sin embargo, no estaba descubierto del todo el panorama, pero no sabía si seguir observando, ¿Qué tal y no le gustaba lo que había al otro lado?
Las bestias acabaron de rumiar, ya no había pasos en el techo y el viento dejó de soplar y silbar.
¿Qué significaba todo aquello? Algo en él le indicaba que no debía seguir observando, que era lo mejor dejarlo todo así y volver con Marcos y su familia, pero la curiosidad, la maldita curiosidad se apoderó de él y esa incesante frase en su mente que le repetía que lo hacía por los suyos, que el sacrificio era por los suyos.
Tomó un respiro. Quizás no era tan malo como pensaba, aunque también existía la posibilidad de que lo fuera. Solo no quería tener otra sorpresa.
Cerró los ojos con fuerza. Ya no quería estar ahí, ya no quería que todo eso estuviera pasando, quería que se terminara enseguida.
Y entonces, tras un suspiro, observó.
Una criatura erguida en cuatro patas, con siete brazos y tres cabezas, le devolvía la mirada del otro lado.
Continuará…
Autor: Danny Cruz.